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5. JESÚS MUERE EN LA CRUZ

 

 

 

 

Crucifixión y muerte de Jesús (Lc 23,32-43)

 

Llevaban también con él a dos malhechores para matarlos. Cuando llegaron al lugar llamado «Calavera», le crucificaron allí a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Y Jesús decía:

‑Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen.

Y se repartieron sus ropas echando suertes." El pueblo estaba mirando, y los jefes se burlaban de él y decían:

‑Ha salvado a otros, que se salve a sí mismo, si él es el Cristo de Dios, el elegido.

Los soldados se burlaban también de él; se acercaban y ofreciéndole vinagre decían:

‑Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo.

Encima de él había una inscripción: «Éste es el Rey de los judíos».

Uno de los malhechores crucificados le injuriaba diciendo:

‑¿No eres tú el Cristo? Sálvate a ti mismo y a nosotros.

Pero el otro le reprendía:

‑¿Ni siquiera tú, que estás en el mismo suplicio, temes a Dios? Nosotros estamos aquí justamente, porque recibimos lo merecido por lo que hemos hecho; pero éste no ha hecho ningún mal.

Y decía:

‑Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino.

Y le respondió:

‑En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso.

 

 

 

(Jn 19,23-29)

Los soldados, después de crucificar a Jesús, recogieron sus ropas e hicieron cuatro partes, una para cada soldado, y además la túnica. La túnica no tenía costuras, estaba toda ella tejida de arriba abajo. Se dijeron entonces entre sí:

‑No la rompamos. Mejor, la echamos a suertes a ver a quién le toca ‑para que se cumpliera la Escritura cuando dice:

Se repartieron mis ropas y echaron suertes sobre mi túnica.

Y los soldados así lo hicieron.

Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, le dijo a su madre:

‑Mujer, aquí tienes a tu hijo.

Después le dice al discípulo:

‑Aquí tienes a tu madre.

Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa.

Después de esto, como Jesús sabía que todo estaba ya consumado, para que se cumpliera la Escritura, dijo:

-Tengo sed.

Había por allí un vaso lleno de vinagre. Sujetaron una esponja empapada en el vinagre a una caña de hisopo y se la acercaron a la boca.

 

 

 

(Mc 15,33-40)

Y cuando llegó la hora sexta, toda la tierra se cubrió de tinieblas hasta la hora nona. Y a la hora nona exclamó Jesús con fuerte voz:

Eloí, Eloí, ¿lemá sabacthaní? ‑que significa Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?

Y algunos de los que estaban cerca, al oírlo, decían:

‑Mirad, llama a Elías.

Uno corrió a empapar una esponja con Vinagre, la sujetó a una caña y se lo daba a beber mientras decía:

‑Dejad, veamos si viene Elías a bajarlo.

Pero Jesús, dando una gran voz, expiró.

Y el velo del Templo se rasgó en dos de arriba abajo.

El centurión, que estaba enfrente de él, al ver cómo había expirado, dijo:

‑En verdad este hombre era Hijo de Dios.

Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre las que estaban María Magdalena y María ‑la madre de Santiago el Menor y de José‑ y Salomé, que le seguían y le servían cuando estaba en Galilea, y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén.

 

 

 

 

Algunas consideraciones para meditar el misterio

 

- Otra sorpresa de Simón: mientras enclavan a Jesús, entre muestras evidentes de un dolor terrible, sólo escucha de sus labios palabras de perdón: “-¿Padre, perdónales porque no saben lo que hacen!” –Dice “Padre” y además perdona...

- Ya en la Cruz, uno de los dos ladrones le pide misericordia. Y Jesús le promete el cielo: “-En verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso”. En el trance de morir, Dimas ha realizado el mejor “robo” de toda su vida: le ha “robado” el Corazón a Cristo. Y el desconcierto de Simón va en aumento: ¿Quién es éste para prometer el cielo?

- La Virgen estaba de pie junto a la Cruz. Ahora se cumple la profecía de Simeón: “una espada traspasará tu alma” (vid. 4º misterio gozoso). Es corredentora por excelencia: se une al dolor de su Hijo.

- Jesús mira primero a Juan (el único Apóstol junto a la Cruz) y después a la Virgen: “-He ahí a tu hijo”, “-Ahí tienes a tu Madre”. En Juan estábamos representados todos. La Virgen permanecerá junto a nosotros para cuidarnos, pendiente de todo lo nuestro: como hizo en Caná con los recién casados (vid. 2º misterio luminoso).

- En la Cruz siguen las burlas: “-Si es el Hijo de Dios, que baje y creeremos”. Pobreza total: ni cosas materiales para el cuerpo (los soldados se reparten sus vestidos) ni honra para el alma.

- Un moribundo no tiene fuerzas para nada, pero Jesús grita con fuerza antes de morir: -“¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! Y dando una gran voz, expira. A nosotros se nos quita la vida, pero Jesús es Dios y a Él no se la quitan sino que la entrega. Por eso el centurión que lo ve morir así exclama: -“¡Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios!” Poco a poco, Simón va entendiendo mejor las cosas...

- La Naturaleza “protesta”: el Sol se oculta (no se trataba de un eclipse normal, pues esa noche iba a ser de luna llena, sino de algo extraordinario) y tiembla la Tierra. Ha sido terrible. Pero “necesario” (necesario porque Cristo quiso redimirnos así). Yo, ¿cómo correspondo a tanto amor? (ver “El ruiseñor y la rosa”)

 

 

 

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