MISTERIOS GLORIOSOS
 

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MISTERIOS GLORIOSOS

(miércoles y domingos)

 

1. LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

 

 

Resurrección de Jesús. El sepulcro vacío (Lc 24,1-11)

 

El día siguiente al sábado, todavía muy de mañana, llegaron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado; y se encontraron con que la piedra había sido removida del sepulcro. Pero al entrar, no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Estaban desconcertadas por este motivo, cuando se les presentaron dos varones con vestidura refulgente. Como estaban llenas de temor y con los rostros inclinados hacia tierra, ellos les dijeron:

‑¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, sino que ha resucitado; recordad cómo os habló cuando aún estaba en Galilea diciendo que convenía que el Hijo del Hombre fuera entregado en manos de hombres pecadores, y fuera crucificado y resucitase al tercer día.

Entonces ellas se acordaron de sus palabras. Y al regresar del sepulcro anunciaron todo esto a los once y a todos los demás. Eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago; también las otras que estaban con ellas contaban estas cosas a los apóstoles. Y les pareció como un desvarío lo que contaban, y no les creían.

 

(Jn 20,3-10)

Salió Pedro con el otro discípulo y fueron al sepulcro.

Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó antes al sepulcro. Se inclinó y vio allí los lienzos plegados, pero no entró. Llegó tras él Simón Pedro, entró en el sepulcro y vio los lienzos plegados, y el sudario que había sido puesto en su cabeza, no plegado junto con los lienzos, sino aparte, todavía enrollado, en un sitio. Entonces entró también el otro discípulo que había llegado antes al sepulcro, vio y creyó. No entendían aún la Escritura según la cual era preciso que resucitara de entre los muertos. Y los discípulos se marcharon de nuevo a casa.

 

 

 

Aparición a María Magdalena (Jn 20,11-18)

 

María estaba fuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y vio a dos ángeles de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies, donde había sido colocado el cuerpo de Jesús. Ellos dijeron:

‑Mujer, ¿por qué lloras?

‑Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto ‑les respondió.

Dicho esto, se volvió hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dijo Jesús:

‑Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?

Ella, pensando que era el hortelano, le dijo:

‑Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré.

Jesús le dijo:

‑¡María!

Ella, volviéndose, exclamó en hebreo: ‑¡Rabbuni! ‑que quiere decir: «Maestro».

Jesús le dijo:

‑Suéltame, que aún no he subido a mi Padre; pero vete donde están mis hermanos y diles: «Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios».

Fue María Magdalena y anunció a los discípulos: ‑¡He visto al Señor!, y me ha dicho estas cosas.

 

 

 

Aparición a los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35)

 

Ese mismo día, dos de ellos se dirigían a una aldea llamada Emaús, que distaba de Jerusalén sesenta estadios. Iban conversando entre sí de todo lo que había acontecido. Y mientras comentaban y discutían, el propio Jesús se acercó y se puso a caminar con ellos, aunque sus ojos eran incapaces de reconocerle. Y les dijo:

‑¿De qué veníais hablando entre vosotros por el camino?

Y se detuvieron entristecidos. Uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:

‑¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado allí estos días?

Él les dijo:

‑¿Qué ha pasado?

Y le contestaron:

‑Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y ante todo el pueblo: cómo los príncipes de los sacerdotes y nuestros magistrados lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Sin embargo nosotros esperábamos que él sería quien redimiera a Israel. Pero con todo, es ya el tercer día desde que han pasado estas cosas. Bien es verdad que algunas mujeres de las que están con nosotros nos han sobresaltado, porque fueron al sepulcro de madrugada y, como no encontraron su cuerpo, vinieron diciendo que habían tenido una visión de ángeles, que les dijeron que está vivo. Después fueron algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como dijeron las mujeres, pero a él no le vieron.

Entonces Jesús les dijo:

‑¡Necios y torpes de corazón para creer todo lo que anunciaron los Profetas! ¿No era preciso que el Cristo padeciera estas cosas y así entrara en su gloria?

Y comenzando por Moisés y por todos los Profetas les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él. Llegaron cerca de la aldea adonde iban, y él hizo ademán de continuar adelante. Pero le retuvieron diciéndole:

‑Quédate con nosotros, porque se hace tarde y está ya anocheciendo.

Y entró para quedarse con ellos. Y cuando estaban juntos a la mesa tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocie­ron, pero él desapareció de su presencia. Y se dijeron uno a otro:

‑¿No es verdad que ardía nuestro corazón dentro de nosotros, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?

Y al instante se levantaron y regresaron a Jerusalén, y encontraron reunidos a los once y a los que estaban con ellos, que decían:

‑El Señor ha resucitado realmente y se ha aparecido a Simón.

Y ellos se pusieron a contar lo que había pasado en el camino, y cómo le habían reconocido en la fracción del pan.

 

 

 

Jesús se aparece a los discípulos (Jn 20,19-31)

 

Al atardecer de aquel día, el siguiente al sábado, con las puertas del lugar donde se habían reunido los discípulos cerradas por miedo a los judíos, vino Jesús, se presentó en medio de ellos y les dijo:

‑La paz esté con vosotros.

Y dicho esto les mostró las manos y el costado.

Al ver al Señor, los discípulos se alegraron. Les repitió:

‑La paz esté con vosotros. Como el Padre me envió, así os envío yo.

Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo:

‑Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les son perdonados; a quienes se los retengáis, les son retenidos.

Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le dijeron:

‑¡Hemos visto al Señor!

Pero él les respondió:

‑Si no le veo en las manos la marca de los clavos, y no meto mi dedo en esa marca de los clavos y meto mi mano en el costado, no creeré.

A los ocho días, estaban otra vez dentro sus discípulos y Tomás con ellos. Aunque estaban las puertas cerradas, vino Jesús, se presentó en medio y dijo:

‑La paz esté con vosotros.

Después le dijo a Tomás:

‑Trae aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.

Respondió Tomás y le dijo:

‑¡Señor mío y Dios mío!

Jesús contestó:

‑Porque me has visto has creído; bienaventurados los que sin haber visto hayan creído.

Muchos otros signos hizo también Jesús en presencia de sus discípulos, que no han sido escritos en este libro. Sin embargo, éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.

 

 

Algunas consideraciones para meditar el misterio

 

- No lo reflejan los Evangelios, pero sabemos que la primera aparición de Cristo resucitado fue a su Madre. ¡Qué comprensible!: Ella era la única que durante esa noche del sábado al domingo permaneció en vela esperando la Resurrección. Y Jesús, antes de dar una gran sorpresa a los Apóstoles y a las santas mujeres que no esperaban encontrarlo vivo, dio una gran alegría a su Madre. Tuvo que ser un momento maravilloso: la Virgen era la persona humana que -con diferencia- mejor comprendía a Jesús: desahogos, recuerdos... y Jesús volvió a darle el encargo de que velase por los Apóstoles, los discípulos y... los cristianos de todos los tiempos.

- Las mujeres se dirigen al Sepulcro. Se ven incapaces de remover la enorme piedra pero van: porque todavía quieren al Señor, aunque lo imaginan muerto.

- Detalle de delicadeza de Juan: es más joven y, cuando él y Pedro corren hacia el Sepulcro, llega antes, pero espera a Pedro para que entre el primero.

- Juan entró, vio y creyó: porque los lienzos que habían envuelto el cuerpo del Señor permanecían igual (el cuerpo resucitado, ya glorioso, los había atravesado sin desenrollarlos).

- El corazón de los discípulos de Emaús "ardía" mientras Jesús les explicaba las Escrituras. -¿Transmito yo ese encendimiento cuando hablo de Dios? -Le dicen después: -"Quédate con nosotros porque se hace tarde y está cayendo el día". Se han quedado "enganchados" a Él. -¿Ayuda también mi compañía a los demás a ser felices, porque les acerco a Dios? -Y cuando lo descubren -y desaparece de su vista- salen corriendo a Jerusalén para transmitir su alegría a los otros discípulos: era de noche, pero eso ya no importaba...

- "Bienaventurados los que sin haber visto han creído", dice Jesús a Tomás. Y lo dice por mí. Pero la fe se demuestra con obras: ¿me acerco a visitarlo en el Sagrario de las iglesias que encuentro por mi camino (siquiera con la imaginación cuando no puedo ir físicamente)?

 

 

 

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