XV JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD
 

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Plaza de San Pedro el 15 de agosto de 2000 (inicio de la XV JMJ)

 

Palabras de acogida del Santo Padre a los jóvenes venidos de todo el mundo, Pza. de San Pedro (15.VIII.2000)

 

(Desde San Juan de Letrán, Juan Pablo II se dirigió a San Pedro, donde sería el Acto de acogida para los jóvenes venidos desde fuera de Italia. Desde lo alto de la colonnata flameaban ciento sesenta banderas, de los países de procedencia de los jóvenes. La plaza de San Pedro y sus alrededores se encontraban a rebosar. El acto iba a empezar a las siete de la tarde, pero la multitud que encontró el Santo Padre en el camino, hizo que se retrasara hasta las siete y media. En su discurso lanzó la pregunta: “¿A quién habéis venido a buscar?”... Y abrió su alma... Y nos animó a hacer oración para escuchar a Dios en el fondo de nuestra alma)

 

(...) ¡Que esta Jornada Mundial sea una nueva ocasión de conocimiento recíproco y de súplica común al Espíritu Santo para implorar el don de la plena unidad de todos los cristianos! (...)

Queridos amigos de los cinco Continentes, me alegra iniciar solemnemente con vosotros esta tarde el Jubileo de los Jóvenes. Peregrinos tras las huellas de los Apóstoles, imitadlos en la fe.

¡Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre!

 

1. Queridos amigos que habéis recorrido (...) tantos kilómetros para venir aquí, a Roma (...) ¿Qué habéis venido a buscar? (...) Dejad que os repita la pregunta: ¿Qué habéis venido a buscar?, o mejor, ¿a quién habéis venido a buscar?

La respuesta no puede ser más que una: ¡habéis venido a buscar a Jesucristo! A Jesucristo que, sin embargo, primero os busca a vosotros (...)

Las palabras del Prólogo de San Juan (...): “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios” (Jn 1,1-2) (...) el evangelista nos lleva al corazón de la vida divina, pero también al origen del mundo. En efecto, la Palabra está en el comienzo de toda la creación: “Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe” (Jn 1,3) (...) si observamos el mundo en profundidad, dejándonos sorprender por la sabiduría y la belleza que Dios le ha infundido, podemos ya ver en él un reflejo de la Palabra (...) En efecto, la creación es una primera “revelación” de Él.

 

2. El anuncio del Prólogo continúa así: “En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres y la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron” (Jn 1,4-5) (...) Identificando la vida con la luz, Juan tiene también en cuenta esa vida particular que no consiste simplemente en las funciones biológicas del organismo humano, sino que brota de la participación en la vida misma de Cristo (...).

 

3. El centro del Prólogo de San Juan es el anuncio de que “la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros” (Jn 1,14). Poco antes el evangelista había dicho: “Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, les dio poder de hacerse hijos de Dios” (Jn 1,11-12). Queridos jóvenes, ¿estáis vosotros entre los que han acogido a Cristo? Vuestra presencia aquí ya es una respuesta (...)

El Evangelio (...) pone de relieve que el hombre es un ser para la vida. El hombre es llamado por Dios a participar de la vida divina. El hombre es un ser llamado a la gloria (...).

 

4. Ésta es la fe que deseo profesar ante vosotros, amigos jóvenes, ante la tumba del Apóstol Pedro, al cual ha querido el Señor que sucediera como Obispo de Roma. Hoy yo deseo deciros, el primero, que creo firmemente en Jesucristo Nuestro Señor (...). Recuerdo cómo desde niño, en mi familia, aprendí a rezar y a fiarme de Dios. Recuerdo el ambiente de la parroquia, San Estanislao de Kostka, que yo frecuentaba en Debniki, Cracovia, dirigida por los padres Salesianos, de los cuales recibí la formación fundamental para la vida cristiana. Tampoco puedo olvidar la experiencia de la guerra y los años de trabajo en una fábrica. La maduración definitiva de mi vocación sacerdotal surgió en el periodo de la Segunda Guerra Mundial, durante la ocupación de Polonia. La tragedia de la guerra dio al proceso de maduración de mi opción de vida un matiz particular. En ese contexto se me manifestaba una luz cada vez más clara: el Señor quiere que yo sea sacerdote. Recuerdo conmovido ese momento de mi vida cuando, en la mañana del uno de noviembre de 1946, recibí la ordenación sacerdotal.

Mi credo continúa con mi actual servicio a la Iglesia. Cuando, el 16 de octubre de 1978, después de ser elegido para al Sede de Pedro, se me dirigió la pregunta: “¿Aceptas?”, respondí: “Obedeciendo en la fe a Cristo, mi Señor, confiando en la Madre de Cristo y de la Iglesia, a pesar de las grandes dificultades, acepto” (Redemptor hominis, 2). Desde entonces trato de desempeñar mi misión encontrando cada día la luz y fuerza en la fe que me une a Cristo.

Pero mi fe, como la de Pedro y como la de cada uno de vosotros, no es sólo obra mía, adhesión mía a la verdad de Cristo y de la Iglesia. La fe es esencialmente y ante todo obra del Espíritu Santo, don de su gracia. El Señor me concede, como también hace con Vosotros, su Espíritu que nos hace decir “Creo”, sirviéndose también de nosotros para dar testimonio de Él por todos los lugares de la tierra.

 

5. Queridos amigos, ¿por qué al comenzar vuestro Jubileo he querido ofreceros este testimonio personal? Lo he hecho para aclarar que el camino de la fe pasa a través de todo lo que vivimos (...).

Queridos jóvenes, no permitáis que el tiempo que el Señor os concede transcurra como si todo fuese casualidad (...) creed intensamente en Él. Él guía la historia de cada persona y la de la humanidad. Ciertamente, Cristo respeta nuestra libertad, pero en todas las circunstancias gozosas o amargas de la vida, no cesa de pedirnos que creamos en Él, en su Palabra, en la realidad de la Iglesia, en la vida eterna.

Así pues, no penséis nunca que sois desconocidos a sus ojos, como simples números de una masa anónima. Cada uno de vosotros es precioso para Cristo, Él os conoce personalmente y os ama tiernamente, incluso cuando uno no se da cuenta de ello.

 

6. (...) Dejaos modelar por el Espíritu Santo. Haced la experiencia de la oración, dejando que el Espíritu hable a vuestro corazón. Orar significa dedicar un poco del propio tiempo a Cristo, confiarse en Él, permanecer en silenciosa escucha en su Palabra y hacerla resonar en el corazón.

En estos días, como si fuera una gran semana de Ejercicios Espirituales, buscad momentos de silencio, de oración, de recogimiento. Pedid al Espíritu Santo que ilumine vuestra mente, suplicadle el don de una fe viva que dé para siempre sentido a vuestra vida, centrándola en Jesús, la Palabra hecha carne (...).

¿A quién buscáis?...

¡A Jesucristo!

La creación revela a Dios

Acoger a Cristo

La fe que profesa el Papa

Recuerdos del Papa...

 

Vocación al sacerdocio

Sucesor de Pedro

La fe, gracia de Dios

Dios guía nuestra historia personal

Amor de Cristo a cada uno

Oración…

 

El Papa saludando a los jóvenes antes de empezar el acto

 

 

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