Presentación

 

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El Papa camina junto a cinco jóvenes peregrinos en Tor Vergata

 

Señor Jesús, (...) has convocado a estos jóvenes de todas las partes de la tierra (...). Ellos no tienen miedo a ser los santos del nuevo milenio, temen más la mediocridad que el sacrificio, pero sin ti no pueden hacer nada. Te lo suplico: camina con ellos, sosténlos en sus fatigas, ilumina sus ojos y enardece sus corazones (...)

 

(Oración de Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro, 15.VIII.2000)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Presentación

 

19 de agosto de 2000. Campus universitario de Tor Vergata, en las afueras de Roma. ¿Olvidarlo?...¡Imposible!

Ya por la mañana, mientras nos dirigíamos andando a coger el Metro, éramos conscientes de participar en algo muy importante. ¿Por qué, si no, cada vez que se cruzaba con nosotros algún romano en su coche, al reconocernos peregrinos de la Jornada Mundial de la Juventud, nos saludaba haciendo sonar el claxon?...

Todo empezó el 15 de agosto, cuando en el Acto de Acogida se reunieron “sólo” 600.000 personas... En Tor Vergata se alcanzarían los dos millones. Al final de la Vigilia de oración en Tor Vergata (el 19 de agosto), el Papa nos diría: “Este bullicio ha impresionado a Roma y Roma no lo olvidará jamás”.

 

Se rompieron todas las previsiones y, con ellas, las estadísticas. Resulta fácil hablar de números si nos referimos a aspectos puramente externos: dos millones de asistentes, de más de 160 países (un millón cuatrocientos mil italianos, y seiscientos mil de otros países: se calcula en cien mil el número de españoles y en ochenta mil el de franceses); hubo que atender poco más de dos mil personas con síntomas de deshidratación o insolaciones (se alcanzaron los 47 ºC); unos 25.000 voluntarios atendían a los jóvenes; seis millones de botellas de agua distribuidas a lo largo del camino de la peregrinación y en Tor Vergata; los romanos, generosos, refrescándonos con mangueras -¡cómo se agradecía!...-cuando pasábamos junto a sus casas, y reponiendo el agua de nuestras botellas; durante los días de la JMJ, la policía recogió... ¡dos denuncias! (por pérdida de unas carteras); el alcalde de Roma reconocía con gesto de asombro el respeto material a la ciudad... “No han arrancado ni una flor”.

 

Otros datos que van más allá de lo externo nos hacen reflexionar... En el Circo Máximo se turnaban desde las siete de la mañana a las once de la noche 1.400 sacerdotes y obispos para atender confesiones (algún periodista ha calculado en torno a un millón los jóvenes que se han confesado durante esos días). Es bien conocida la anécdota del sacerdote al que le pidieron confesión en el Metro: se retiró a un extremo del andén para atender al penitente y al terminar descubrió... ¡que había “cola”!, y tuvo que quedarse allí algunas horas. Esta multitud de confesiones hizo reflexionar también a los Cardenales. Así, el Card. Roger Etchegaray, Presidente del Comité del Gran Jubileo, declaró que “la gran participación en las confesiones ha sido uno de los aspectos más sorprendentes e inesperados del encuentro: ver una masa tan grande de jóvenes que espera durante horas y horas para confesarse es una señal enorme”. Y el Card. James Stafford, declaró en una entrevista a Avvenire: “Las confesiones en el Circo Máximo son un hecho importante sobre el que tiene que reflexionar toda la Iglesia”.

 

 

 

En el Vía Crucis del 18 por la tarde en el Coliseo, participaron más de trescientos mil jóvenes.

El lunes, 21 de agosto (al día siguiente de terminar la JMJ), de varias decenas de miles de jóvenes reunidos en el Circo Máximo, cinco mil manifestaron su deseo de entregarse a Dios “con corazón indiviso” -expresión utilizada por el Papa en la homilía del día anterior-: tres mil chicos como sacerdotes y dos mil muchachas como religiosas.

Estos  y  otros  hechos  no  menos  importantes  -que  quedan  entre  Dios  y  la conciencia de quienes participamos en la JMJ- evidencian que hubo un “diluvio” de gracia de Dios durante esos días. Porque la gracia de Dios no se puede cuantificar, pero sí sus manifestaciones...

 

Allí no se reunió una juventud “ñoña”, sino alegre. Hubo canciones, alegría, baile, risas, mucho diálogo (nuevas amistades). Pero no se trataba de un concierto de rock. Por eso también hubo oración -mucha oración- y conversiones -muchas conversiones...-. Además, éramos conscientes de que el Papa, en este Jubileo del 2000 nos había convocado para una misión especial. Esa misión (de dejar que Cristo entre hasta el fondo del alma y de vivir con coherencia cristiana) no era sólo para quienes allí estábamos. De ahí la importancia de leer y releer, de meditar, todo lo que nos dijo.

 

Las palabras recogidas en estas páginas son una “joya” (la verdadera “joya” son los textos completos, pero aquí hemos reflejado una selección, más o menos acertada). Las anotaciones al margen y la letra cursiva para algunas frases, así como las introducciones, son nuestras (igual que la selección de textos, sólo buscan facilitar la lectura a todos, pues el mensaje del Papa era para todos).

 

Un conocido comentaba, con acierto, al regresar de Roma: “Si cada uno de los dos millones que hemos participado en la JMJ, y cada uno de los que han seguido su desarrollo por los medios de comunicación u otros cauces, nos propusiésemos llevar una vida verdaderamente cristiana y colaborásemos a que doce amigos nuestros empezasen también a vivir cristianamente, de aquí a Toronto-2002 (fecha de la próxima JMJ)... ¡menuda revolución!”

 

En tus manos quedan estas líneas. Medítalas y saca propósitos. Son magníficas. Enseguida descubrirás que en ellas se encuentra la “estrategia” de esa revolución pacífica y cristiana.  Lo de Roma sólo fue el comienzo de una gran “aventura”...

                 

FCC, junio-2001

En el Circo Máximo hubo miles de conversiones: confesiones, comuniones, propósitos...

 

 

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