GOBERNAR CON EL CULO AL AIRE

(Sobre la política y los políticos en España)

 

            «Había un emperador vanidoso que descuidaba su labor de gobernar y sólo se preocupaba de lucir elegantes trajes en público. Unos estafadores se hicieron pasar por sastres expertos y engañaron al emperador ofreciéndole tejer para él un traje vistosísimo con una tela “especial”: esa tela -explicaron al emperador- tenía la propiedad de ser invisible para la gente tonta y que no estuviese a la altura de su puesto. Al emperador le pareció una magnífica oportunidad lucir ese traje para saber quiénes de sus ministros y de sus súbditos no daban la talla.»

 

         «La “elaboración” del traje fue prolongándose. Como nadie quería ser considerado tonto, todos alababan sus colores y el diseño de la prenda. También el emperador. Y así llegó el día en que el emperador salió a desfilar delante de todo el pueblo “con su traje” (es decir, en paños menores). Durante el desfile todos alababan la elegancia del emperador, hasta que un niño sencillo exclamó: ¡pero si va desnudo! La gente entonces empezó a reírse. Pero el emperador disimuló y siguió desfilando desnudo. Eso sí, cuando llegó al Palacio, abochornado, tomó la decisión de ocuparse en adelante más del gobierno de los suyos y dejar a un lado sus vanidades.»

           

            La conocida historia “El nuevo traje del emperador” se repite. Vendría bien que alguno dijese a ciertos gobernantes y políticos (nacionales, regionales y locales), embriagados en la autocomplacencia...: ¡Pero si va desnudo! O en expresión más castiza: ¡Si está con el culo al aire!

 

            ¡Cuántas veces hemos reprochado a nuestros políticos que viven al margen (o por encima) de la sociedad que pretender gobernar! ¡Cuántas nos hemos quejado de que no sienten como suyos los problemas de la gente de la calle! ¡Cuántas les hemos echado en cara que sólo buscan escucharnos cuando se acercan las elecciones o cuando prevén que su actitud puede reportarles beneficios ante la opinión pública!

 

            Sin embargo, pienso que a menudo no ha sido sólo responsabilidad suya haber permanecido al margen de nuestros problemas reales. A veces nosotros mismos hemos afrontado de forma irresponsable esos problemas y -dejándonos llevar de modas u opiniones-, hemos fomentado en ellos esa actitud grotesca (igual que hizo el pueblo al comienzo del desfile en el cuento del emperador desnudo).

 

            Voy a analizar algunos de esos problemas y cómo han sido afrontados por las autoridades y por los propios ciudadanos. En ocasiones será duro admitir que yo, que tú, que muchos de nosotros hemos fomentado actitudes irresponsables en quienes nos gobiernan, manteniendo ciertas opiniones sólo porque estaban de moda o eran bien vistas (al menos en ciertos ambientes). Por eso, porque nos hace falta una catarsis, con frecuencia seré “políticamente incorrecto”. Y deberé violentarme interiormente para ser sincero y no caer en estereotipos ni en posiciones cómodas a lo largo de este escrito.

 

            La paz (y la guerra)

 

            La paz es un bien que todos buscamos. Nadie (tampoco quien practica el terrorismo) desea que la ausencia de paz se instale en su vida. Sin embargo, las situaciones de rencor o de odio (presentes también en la vida diaria) enrarecen hoy las relaciones entre países, pueblos, regiones, etnias...

 

            La guerra de Irak fue un error. Lo fue porque no puede justificarse una “guerra preventiva” (digo esto a sabiendas de que -si se hubiesen encontrado las armas de destrucción masiva que todos esperaban o si el conflicto no se hubiese prolongado tanto tiempo- la opinión pública aplaudiría a Bush y a quienes iniciaron esa guerra). Pero ese error no quita que Sadam haya sido calificado justamente como genocida. También fue un error porque generalmente a ningún pueblo le gusta que vengan a arreglarle sus problemas “desde fuera” (en España tenemos la experiencia de José Bonaparte, probablemente mejor rey que Fernando VII, pero rechazado por el pueblo que lo veía como “extranjero”).

 

            Sin embargo, la situación actual de ese país requiere ayuda. Y ayuda militar de otros países. Por eso tampoco “aplaudo” la retirada precipitada de tropas españolas (y no la aplaudo porque esa precipitación, además de un error diplomático, fue sólo un gesto “cara a la galería”, para la opinión pública española). La presión de la opinión pública ha llevado a muchos gobernantes que se implicaron en esa guerra a anunciar la próxima retirada de sus tropas. No voy a juzgar ahora si es ésta la mejor medida (en cualquier caso, siempre tomada tras una reflexión y no de forma precipitada), pero no podemos abandonar a su suerte al pueblo de Irak. Hacerlo sería emular a Pilatos (lavándonos las manos): porque el país está al borde de una guerra civil -si es que no se encuentra ya en esa situación- y a merced de los terroristas de Al Quaeda. La solución no es fácil: habrá que buscarla, pero nunca cerrar los ojos con la excusa de que “es un problema que deben arreglar ahora ellos solos”. (De forma parecida a cuando alguien ha contraído la enfermedad del SIDA por consumir drogas o por llevar una vida promiscua: sin justificar los desórdenes que le han llevado a contraer la enfermedad, ahora es preciso sacrificarse para atender bien a esa persona enferma).

 

            Hubo otra guerra antes de la de Irak que fue calificada como “justa” (no olvidemos que en la raíz de toda guerra se encuentra la injusticia que origina el conflicto): la de Afganistán. Si analizamos de forma objetiva lo que sucedió, podemos decir que fue “justa” la acción que emprendieron los EE.UU. y sus aliados: el terrorismo de Al Quaeda había atentado en el corazón de los Estados Unidos, y el mundo occidental se defendió atacando el país en el que se refugiaban los terroristas y sus aliados. Todo fue rápido -igual que fue rápido lo de Irak- y cayó el régimen de los talibanes en poco tiempo -igual que cayó el de Sadam Hussein. Llegaron nuevas libertades -como en Irak- “simbolizadas” en la desaparición del “burka” como algo obligatorio para las mujeres cuando salían a la calle.

 

            Pero han transcurrido ya más de cinco años. Y la situación de conflicto sigue. Y hay inseguridad en Afganistán. Y miles de muertos (también civiles): sólo en 2006 unos cinco mil. Y los terroristas de Al Quaeda siguen haciendo “de las suyas” (hasta se permiten amenazar a los países que mantienen tropas allí: ha sucedido con España). Pero esa presencia de tropas extranjeras es necesaria, aun a costa de grandes sacrificios (pues el fin de la violencia no parece ni mucho menos cercano). Por eso -aunque resulte doloroso decirlo- sería una cobardía plantear en esta situación una retirada del Ejército. Aunque duela el recuerdo de tantos soldados españoles que han muerto en esa misión.

 

            ¿Cuál es la diferencia entre estos dos conflictos? Principalmente su origen. Pero la respuesta actual por parte de los países occidentales debe ser semejante (aunque -estando ambos muy lejos del final- uno aparece más enconado que el otro). Es como si se practicase la amputación de un brazo de una persona (cada guerra es como una “amputación”, es decir una operación “traumática”): independientemente de que la amputación haya sido una medida prudente o no (si el miembro empezaba a gangrenarse, habría sido prudente), tampoco se puede abandonar al paciente porque presente continuas hemorragias e infecciones que requieren una atención exhaustiva y prolongada.

 

            Pero... ¿qué es la paz?

 

            Todos sabemos qué es la paz (porque distinguimos fácilmente entre situaciones de paz y otras con ausencia de paz). Sin embargo nos resulta difícil hacer una definición precisa de ese concepto.

 

            San Agustín de Hipona (s. IV) decía de la paz que era “tranquillitas ordinis” (tranquilidad en el orden). En nuestro tiempo, quizá por ser poco reflexivos, a veces identificamos la paz sólo con el orden (y no con la tranquilidad en el orden). De ahí que frecuentemente llamemos paz a la ausencia de guerra, a la ausencia de terrorismo (de actos terroristas) o a la de violencia (actos de violencia física). Sin embargo, bien sabemos que esas situaciones de orden son compatibles con el odio contenido o con el rencor y, por tanto, con la intranquilidad.

 

            Si no se producen atentados en un lugar porque la Policía está presente de forma clamorosa pero sigue habiendo allí gente con deseos de atentar, tendremos orden pero no tranquilidad: faltará entonces la paz.

 

            Si -por el contrario- desaparecen los riesgos de atentados o de guerra en un país, pero la falta de trabajo dificulta su desarrollo económico y la promoción social de individuos y familias, tendremos tranquilidad sin orden: tampoco existirá una verdadera paz.

 

            Las autoridades sólo pueden actuar para mantener el orden social externo, pero no la tranquilidad (pues ésta sólo puede darse en el interior de cada persona). Pero sí deben promover las circunstancias que permitan que los ciudadanos desarrollen sus vidas con un sentimiento de tranquilidad. Por eso, un Gobierno que -so capa de “aconfesionalidad”- no favorece el desarrollo moral de las personas (con leyes justas, protegiendo los derechos fundamentales de la familia, la libertad de enseñanza, el respeto a las creencias religiosas de todos) tampoco cumple su función. Pues la función de los gobernantes no es otra que buscar el bien común de su pueblo, es decir, el conjunto de condiciones que permiten a cada persona desarrollarse como tal y alcanzar libremente su felicidad.

 

El terrorismo

 

            Cuando un niño termina de hacer los deberes del Colegio, sabe que puede pedir el balón de fútbol para jugar. Pero si entra en la habitación de sus padres y coge el balón de allí sin permiso, éstos harán bien en prohibirle que juegue... ¡aunque haya terminado los deberes! Y también acertarán prohibiéndole que juegue con el balón si -después de acabar sus tareas- el chaval exige que le den el balón (es decir, lo pide sin educación o con falta de respeto).

 

            Hay objetivos que una persona o un grupo de personas no pueden conseguir sin el apoyo mayoritario de toda la sociedad: la forma de gobierno (monarquía, república...); la ley fundamental que rige la convivencia de un pueblo (la Constitución); etc. Resulta absurdo defender que la opinión mayoritaria del pueblo en una zona sea suficiente para cambiar su vinculación con el resto de la sociedad. Si llegásemos a ese extremo, por coherencia, no sólo una región podría separarse del resto de España: también una provincia de su Comunidad Autónoma, o un Municipio del resto. Quedaría minado el principio de solidaridad.

 

            Un grupo político puede buscar legítimamente y con pleno derecho la autodeterminación. Pero para conseguirlo deberá tener en cuenta:

 

1º) La decisión de la mayoría del pueblo español. Cuando un independentista considera que sólo a los ciudadanos de su región incumbe responder a esa pregunta, deberíamos cuestionarle sobre su actitud en caso de que la mayoría de una provincia o incluso de un municipio de su región se muestre disconforme con la secesión: ¿quizá propondría constituir innumerables reinos de taifas para respetar la voluntad de esas “mayorías” más localizadas?

 

            2º) El modo de pedirlo. Pues la violencia o la amenaza de violencia impiden que haya libertad en el diálogo.

 

            Si un grupo de personas (en el caso de ETA, una banda terrorista) practica el terror y sólo deja de hacerlo (o disminuye la intensidad) cuando se le hacen concesiones, las autoridades que realizan esas concesiones reconocen que el terrorismo es un medio apto para conseguir fines políticos. Entonces la autoridad de un Gobierno se resiente: porque cede -negociando- ante un chantaje. (Quienes trabajamos en la docencia conocemos a muchos padres que han cedido ante la presión de sus hijos para obtener un capricho, y hemos visto cómo esos padres han perdido autoridad ante ellos).

 

            Ante esas cesiones, los políticos pueden presentarnos la paz como algo absoluto. Pero se trata de una paz externa (sólo orden), no de una paz verdadera, ya que falta la tranquilidad: por ser consecuencia del miedo y por el olvido o desprecio de quienes han perdido sus vidas por no “plegarse” ante el terror.

 

            No podemos olvidar tampoco que esa cesión sería además una puerta abierta para que otros grupos presionen con violencia y muertes para obtener del Gobierno otros objetivos políticos.

 

            Cuando todo es negociable, cuando un Gobierno y una banda terrorista se tratan “de tú a tú” y los gobernantes desean dar impresión de que aún tienen autoridad... se aviva el recuerdo de aquella escena de “El Principito” (cap. X) de Antoine de Saint-Exupéry, cuando el Principito -viajando por el espacio- se encuentra con un rey que “gobierna” en un asteroide minúsculo…:

 

El rey, vestido de púrpura y armiño, estaba sentado sobre un trono muy sencillo y, sin embargo, majestuoso.

 

-¡Ah, -exclamó el rey al divisar al principito-, aquí tenemos un súbdito!

 

El principito se preguntó:

 

"¿Cómo es posible que me reconozca si nunca me ha visto?" (Ignoraba que para los reyes el mundo está muy simplificado. Todos los hombres son súbditos)

 

-Aproxímate para que te vea mejor -le dijo el rey, que estaba orgulloso de ser por fin el rey de alguien. El principito buscó donde sentarse, pero el planeta estaba ocupado totalmente por el magnífico manto de armiño. Se quedó, pues, de pie, pero como estaba cansado, bostezó.

 

-La etiqueta no permite bostezar en presencia del rey -le dijo el monarca-. Te lo prohíbo.

 

-No he podido evitarlo -respondió el principito muy confuso-, he hecho un viaje muy largo y apenas he dormido...

 

-Entonces -le dijo el rey- te ordeno que bosteces. Hace años que no veo bostezar a nadie. Los bostezos son para mí algo curioso. ¡Vamos, bosteza otra vez, te lo ordeno!

 

-Me da vergüenza... ya no tengo ganas... -dijo el principito enrojeciendo.

 

Hum, hum! -respondió el rey-. ¡Bueno! Te ordeno tan pronto que bosteces y que no bosteces...

 

(...)

 

-Señor -le dijo-, perdóneme si le pregunto...

 

-Te ordeno que me preguntes -se apresuró a decir el rey.

 

-Señor. . . ¿sobre qué ejerce su poder?

 

-Sobre todo -contestó el rey con gran ingenuidad.

 

-¿Sobre todo?

 

El rey, con un gesto sencillo, señaló su planeta, los otros planetas y las estrellas.

 

(...)

 

-¿Y las estrellas le obedecen?

 

-¡Naturalmente! -le dijo el rey-. Y obedecen en seguida, pues yo no tolero la indisciplina.

 

(...)

-Me gustaría ver una puesta de sol... Deme ese gusto... Ordénele al sol que se ponga...

 

(…)

 

-Tendrás tu puesta de sol. La exigiré. Pero, según me dicta mi ciencia gobernante, esperaré a que las condiciones sean favorables.

 

-¿Y cuándo será eso?

 

Ejem, ejem! -le respondió el rey, consultando previamente un enorme calendario-, ¡ejem, ejem! será hacia... hacia... será hacia las siete cuarenta. Ya verás cómo se me obedece.

 

(…)

Creo que me voy a marchar.

 

-No -dijo el rey.

 

Pero el principito, que habiendo terminado ya sus preparativos no quiso disgustar al viejo monarca, dijo:

 

-Si Vuestra Majestad deseara ser obedecido puntualmente, podría dar una orden razonable. Podría ordenarme, por ejemplo, partir antes de un minuto. Me parece que las condiciones son favorables...

 

Como el rey no respondiera nada, el principito vaciló primero y con un suspiro emprendió la marcha.

 

-¡Te nombro mi embajador! -se apresuró a gritar el rey. Tenía un aspecto de gran autoridad.

 

"Las personas mayores son muy extrañas", se decía el principito para sí mismo durante el viaje.

 

            Resulta más triste aún comprobar que esos “alardes” de autoridad (o de control sobre el estado de las negociaciones con un grupo terrorista) se ven “desmentidos” al día siguiente con un cruel atentado.

 

Llega el momento de repartir “el pastel”…

 

En todos los Parlamentos hay una ley particularmente importante que debe ser aprobada cada año y que marca la actividad del Gobierno en los doce meses siguientes: la Ley de los Presupuestos Generales del Estado. Cuando un Gobierno carece de mayoría suficiente, además de contar con su propio Grupo Parlamentario, debe sentarse a negociar con otros. Sin embargo, conviene dialogar siempre -también cuando no se precisan esos votos- para que las inversiones que el Estado realiza con los impuestos de todos los españoles, alcancen a las necesidades de todos (procurando el bien común), independientemente de cómo piensen, en qué trabajen y dónde vivan. Pero en ocasiones, el deseo de aprobar algunos aspectos de esas cuentas, ha llevado a hacer “cesiones económicas” muy generosas a grupos que representaban a una parte muy exigua del pueblo español (cuesta decirlo pero es así: mucho dinero -al margen de otras consideraciones- a cambio de unos cuantos votos). Y la mayoría de las personas que contribuyen con sus impuestos a los ingresos del Estado no se ven beneficiadas en dicha negociación (tenemos experiencias recientes y otras antiguas de esto que afirmo).

 

A veces hay que satisfacer unas necesidades más urgentes a costa de otras. Pero después será preciso afrontar las que sin tener categoría de “urgentes”, eran “importantes”. Unas veces hay que ceder en cosas no fundamentales (igual que hacen los padres cuando educan a sus hijos) para conseguir otras que sí lo son. E incluso podemos comprender los ciudadanos que nuestros políticos sopesen mucho la proximidad de unas elecciones cada vez que actúan. Pero cuando los votos y las ideologías prevalecen sobre el bien común...:

 

Una madre tenía cuatro hijos a los que debía alimentar cada día con diez porciones de un bizcocho que recibía cada mañana. Siempre había procurado que ninguno quedara desnutrido, por lo que unos días daba 3 porciones a dos de sus hijos y 2 a los otros, y en otras ocasiones invertía el reparto.

 

 

         Llegó un momento en que el hijo pequeño le empezó a exigir que el reparto de las porciones se hiciese según las necesidades de desarrollo de cada hijo: una al mayor, 2 al segundo, 3 al tercero y 4 al pequeño. También el mayor empezó a quejarse, pues era el que más ayuda económica aportaba a su familia, y exigió que fuera ése el criterio de reparto (la contribución que -por su trabajo y con su esfuerzo- cada uno hacía a la economía familiar): 4 porciones para el mayor, 3 para el segundo, y 2 y 1 -respectivamente-  para los últimos.

 

         Fue tanta la insistencia de ambos que la madre empezó a repartir 4 porciones diarias al mayor y 4 al pequeño (los dos medianos, que apenas protestaban, empezaron a recibir sólo una porción). Al cabo de un tiempo, los medianos enfermaron por su mala nutrición, mientras que el exceso de comida del pequeño le llevó a engordar de forma patológica en pleno desarrollo. En cuanto al mayor, aunque -por su trabajo- se hacía merecedor de los alimentos que tomaba, pronto empezó a acusar el exceso de trabajo debido a las tareas que sus dos hermanos medianos -enfermos por debilidad- dejaban sin hacer....

 

            En España podría suceder algo parecido si en una excesiva compra-venta de votos se olvida el principio de solidaridad que debe orientar siempre la búsqueda del bien común por parte de quienes nos gobiernan…

 

            Un hombre se sentía atraído por dos mujeres que lo rondaban desde tiempo atrás. No sabía con cuál de ellas casarse, así que pensó dilatar esa decisión hasta estar más seguro, pero cometió el error de permitir que ambas lo cortejaran... El hombre lucía sobre su cabeza una cabellera muy densa, de color negro salpicado por innumerables canas. Como la mujer más joven tenía el pelo negro, cuando estaba con él, le arrancaba de vez en cuando algunas de las canas que -en su opinión- envejecían su aspecto. La otra, con cabello blanco, también procuraba eliminar los pelos negros, pues apagaban la madurez que ella juzgaba más atrayente.

 

El hombre, por no contrariar a ninguna, las dejaba hacer... hasta que se quedó calvo. Entonces, las dos mujeres -antes encantadas con su hermoso pelo- decidieron abandonarlo por el triste aspecto que presentaba...

 

(Es el riesgo que corre quien quiere agradar siempre a todos. A buen, pocas: a buen entendedor, pocas palabras bastan)

 

El aborto (cuando un hombre es sólo un voto)

 

Lo reconozco: pocas cosas me sorprenden más (negativamente, en este caso) que la capacidad de mostrar gran sensibilidad ante los sufrimientos ajenos mientras convivimos de forma “natural” con graves injusticias a nuestro alrededor.

 

Cuando se despenalizó el aborto en España para tres supuestos “extremos” (la opinión pública no hubiera aceptado nunca un “aborto libre”), los promotores de esa reforma eran conscientes de que se había “abierto una puerta” estrecha, pero cuya ampliación (por ley o por los hechos) sólo requería dejar pasar el tiempo. Actualmente se practican cada año en España más de 90.000 abortos (unos 250 cada día, 1 por cada 5 niños que nacen), de los que casi todos (por encima del 95%) se acogen al supuesto de grave riesgo para la salud física o psíquica -¡qué gran “coladero”!- de la madre: no creeo que ningún país tercermundista ofrezca un número tan elevado de partos (¡1 de cada 6!) con grave riesgo para la madre... (¿Tan mal se encuentra nuestra Sanidad?)

 

Estamos preocupados por los delitos de malos tratos a las mujeres. Ciertamente es ésa una práctica escandalosa. Pero no llegan a morir tantas en un año como niños por aborto en un solo día.

 

Nos preocupan las muertes en carretera y procuramos mentalizar a los conductores para que sean prudentes al volante. Sin embargo, el número de muertos por accidentes de tráfico en España apenas llega al 5% del número total de muertos por aborto.

 

El aborto se ha convertido en la principal causa de muerte en nuestro país. ¿Por qué entonces no se toman medidas para detener esta lacra? Resulta duro decirlo (de hecho, lo que escribo ahora será calificado como “políticamente incorrecto”), pero debo exteriorizar dos pensamientos que muchos tenemos:

 

1º) Yo, que no soy mujer, me solidarizo fácilmente con las mujeres maltratadas (porque sin esfuerzo puedo ponerme en su pellejo con la imaginación); también puedo solidarizarme con esos niños explotados laboralmente o en actividades militares o utilizados en actividades pedófilas o pornográficas (porque yo fui niño y guardo buenos recuerdos de aquella etapa de mi vida); sin embargo... no guardo recuerdos de cuando era embrión o feto (y en este caso, hay que decir que no tenemos por qué hacer un esfuerzo de imaginación para fomentar la solidaridad: ¿existe alguna persona -hombre o mujer, joven o adulto, blanco o negro, judío, cristiano, musulmán o budista...- que no haya sido embrión y feto?)

 

2º) Esa falta de “recuerdo” de nuestra etapa intrauterina, unida a la indefensión total del feto (pues una mujer maltratada o un niño explotado pueden defenderse al menos con un llanto que conmueva a otras personas), hace que la práctica habitual del aborto no quite votos a los partidos, siempre que se mantenga sumida a la sociedad en una ignorancia real.

 

¿Tendríamos el mismo número de abortos si a las puertas de las clínicas donde se realizan pudiesen contemplar las madres imágenes como éstas?...

 

 

Aborto de 24 semanas (por cesárea)

 

Aborto de 19 semanas (hipersalinidad)

 

 

Aborto de 10 semanas (aspiradora)

 

Aborto de 8 semanas (aspiradora)

 

            En muchas operaciones quirúrgicas (y eso pretenden que es el aborto quienes defienden su práctica) se ofrece a los pacientes la posibilidad de ver lo que ha extraído el médico: apéndice, piedra, pústula, etc. (aunque la mayoría de la gente prefiere no verlo por simple repugnancia). ¿A alguna madre que ha ido a abortar se le ha ofrecido la posibilidad de ver resultados de “operaciones” semejantes? ¿Y, después de haber abortado, se le ha enseñado en un frasco el “apéndice” extraído en la “operación”?

 

            No, preferimos seguir manteniendo a esas madres en la ignorancia: antes del aborto, para que lo practiquen...; después del aborto, para que no se traumaticen...

 

            Y se evita insistir en las “alternativas” de dar el hijo en adopción porque... ¿acaso estamos haciendo algo malo? -No me dirá usted, doctor, que “eso” es una persona... (por supuesto, después de la “operación”, el doctor nunca le enseñará “eso” que ha extraído de su cuerpo).

 

            Y seguimos con los ojos cerrados: 90.000 muertos por aborto cada año en España; 40 millones en el mundo (no olvidemos que ésta fue también la trágica cifra de muertos en la Segunda Guerra Mundial). Por eso suscribo la afirmación que hace más de diez años hizo el filósofo Julián Marías: la aceptación social del aborto es, sin excepción, lo más grave que ha acontecido en este siglo que se va acercando a su final.

 

            Recientemente, después de numerosas denuncias, ha salido a la luz el lucrativo negocio del aborto en algunas clínicas españolas (en Barcelona y en Madrid, por ahora): donde se practicaban abortos de hasta ocho meses y sin ninguna otra razón que el deseo de abortar de la madre. A mi no me sorprende: si “se puede” hasta los tres meses, ¿por qué no después? (además, si hay riesgo de malformación en el feto, el plazo se extiende hasta los 4 meses: ¡”lógico” que una sociedad “justa” reconozca menos derechos a los deficientes!...); si “se puede” cuando la madre se encuentra mal “psíquicamente”, ¿por qué no justificarlo declararando sin más que se encuentra deprimida?

 

            Lo que produce estupor es la reacción... ¡no de uno, sino de varios políticos!: “Hay que revisar la ley”, “tenemos que reflexionar sobre esto”, etc. O sea: como es algo que se da, debemos reformar el Código Penal para que esas prácticas dejen de ser delito. ¿Qué diríamos si ante los casos crecientes de violencia doméstica alguno sugiriese proporcionar a los maltratadotes instrumentos para que sufran menos las mujeres que pretenden matar? ¿Qué si, ante los abusos que se cometieron en la cárcel de Abu Grahib, los Estados Unidos hubiesen propuesto el remedio de impedir la entrada de reproductores audiovisuales en dicha cárcel? ¿Qué diríamos si un político, “escandalizado” ante los delitos de pornografía infantil por internet, propusiese una ley que exija el permiso expreso de los padres para que sus hijos participen en sesiones pornográficas, u ofreciese como panacea la instalación de filtros en los ordenadores de los niños para que ellos no puedan acceder nunca a esas imágenes?

 

            En cambio, apenas se hace referencia a políticas de atención a las madres para que tengan esos hijos no deseados (un efecto inmediato sería el incremento de la natalidad -sin “cheques-bebé”- en... ¡90.000 al año!). Tampoco se habla de favorecer la adopción posterior de esos hijos. Se olvida la atención psicológica de las mujeres a las que se ha practicado un aborto. Y se evita reconocer errores en las campañas para que la juventud viva una sexualidad responsable (hasta ahora sólo se ha insistido en el uso del preservativo y -¡claro!- “tanto va el cántaro a la fuente que... -cuando esos jóvenes no tienen un preservativo a mano- ¡al final se rompe!”: y llega entonces el embarazo no deseado de una adolescente, sin haber planteado que “el cántaro podría no haber ido a la fuente” como método más educativo y seguro).

 

            Por favor, que alguien recupere la cordura en nuestra sociedad y les diga a nuestros representantes políticos cuando actúan así: ¡¡¡Pero si está con el culo al aire!!!... Sabiendo que además (sobre todo en este grave problema del aborto) los asuntos son tan serios que no podemos permitir que ni un solo político ni un solo partido (por minoritario que sea) se pasee por la vía pública en paños menores.

 

 

Fernando del Castillo del Castillo

Marbella, 28 de diciembre de 2007