VIDAS PARALELAS

(Historia de David y de San Josemaría)

 

            HISTORIA DE DAVID

 

            (cfr. Mt 14, 13-21; Mc 6, 32-44; Lc 9, 10-17; Jn 6, 1-15)

            Primera multiplicación de panes y peces (Jn 6, 1-15):

 

1 Después de esto, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades,
2 y mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos.
3 Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos.
4 Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos.
5 Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe: "¿Donde vamos a comprar panes para que coman éstos?"
6 Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer.
7 Felipe le contestó: "Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco."
8 Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro:
9 "Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?"
10 Dijo Jesús: "Haced que se recueste la gente." Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos 5.000.
11 Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron.
12 Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: "Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda."
13 Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido.
14 Al ver la gente la señal que había realizado, decía: "Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo."

         David es un chaval de Betsaida que ayuda a su padre en las tareas del campo. Se entera de que llega a la región Jesús (el Maestro de Galilea, famoso por el contenido de su doctrina y por los milagros que realiza). Quiere conocerlo: verlo y escuchar sus enseñanzas. Puede ausentarse unos días de casa, pues le ha pedido permiso a su padre (que es quien lleva el peso principal del trabajo). Cuando se despide de su madre, ésta le prepara una “bolsa de excursión” con algunos panes y peces.

 

         Cuando llega al lugar donde está Jesús, encuentra allí a cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños... (cfr. Mt)

 

         Durante muchas horas el Señor les explica cosas sobre el Reino de Dios y el Evangelio recurriendo a ejemplos, imágenes y parábolas que aquellos hombres sencillos pueden entender. Es tan atrayente su mensaje y su persona que quienes le escuchan se olvidan hasta de comer. Los discípulos le dicen a Jesús: "despídelos", para que vayan a las aldeas a comprar algo para comer. Pero el Señor -que se había apiadado de ellos porque estaban como ovejas que no tienen pastor y por eso se había puesto a enseñarles (Mc)- no quiere despedirlos. Así que les dice a sus discípulos: "Dadles vosotros de comer".

 

         Los discípulos se apuran. Hacen cálculos: con doscientos denarios de pan... ¡apenas comería cada uno un poco! (un denario era lo que ganaba un obrero al día). El Señor -que sabía bien lo que iba a hacer- se sonríe ante ese apuro humano...

 

         Andrés, el hermano de Simón Pedro, descubre que David lleva alimento: y se lo pide. David, después de dudar un poco, abre su zurrón y le entrega cinco panes y dos peces. Andrés le dice al Señor: "Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero, ¿qué es esto para tantos?" (Jn)

 

         -“Hacedlos sentar en grupos de unos cincuenta” (Lc), les dice Jesús. Había mucha hierba en aquel lugar (Jn): debía de ser primavera. Así que se sentaron sobre la hierba.

 

         El Señor bendijo los panes y los peces, dio gracias y los distribuyó entre la gente por medio de sus discípulos (que, asombrados, veían como no se acababan los panes y los peces que iban repartiendo).

 

         Comieron todos hasta saciarse (¡cinco mil hombres sin contar mujeres y niños!) Y, a continuación, recogieron las sobras (¡”sobras” de cinco panes y dos peces!): doce cestos llenos (Mt, Mc, Lc, Jn)

 

         David se entretuvo un tiempo por allí, y finalmente regresó a su casa. Como ya habían vuelto muchos vecinos que habían presenciado el prodigio (habían saciado su hambre en aquella comida milagrosa), la madre de David, conocedora de todo lo sucedido, se congratuló con él mientras se lo comía a besos: -“¡Lo ha hecho con los panes y los peces que yo te había preparado! ¡Qué alegría!” Pero David seguía serio. –“¿Hijo mío, no estás contento -le insistía- de que haya hecho esto con tus panes y tus peces?” Y David... finalmente rompió a llorar, amargamente, mientras sacaba de su zurrón un pan ya duro y un pez estropeado que se había reservado, ¡por si acaso!... No había sido generoso porque le había faltado fe.

 

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         Cuando escuché hace años a un sacerdote esta interpretación del pasaje evangélico, me quedé “de piedra”: siempre había oído resaltar la generosidad del muchacho que da los cinco panes y los dos peces, e incidir en la importancia de colaborar con el Señor para que Él haga -a través de nosotros- grandes milagros con las almas. Prefiero pensar que el muchacho dio todo lo que llevaba. Pero, claro, también queda la posibilidad de que el joven no fuese del todo generoso y se guardase algo (como hicieron Ananías y Safira en la escena que describen los Hechos de los Apóstoles)

 

         ¡Cuántas veces no nos habrá sucedido a nosotros!...

 

            HISTORIA DE SAN JOSEMARÍA

 

         Logroño (España), diciembre de 1917. Hace mucho frío: durante varios días ha estado nevando (la prensa recoge que en ese invierno se han alcanzado temperaturas tan bajas como no se recuerdan en muchos años). Josemaría es un muchacho a punto de cumplir 16 años. Sale de su casa para ver de cerca la gran nevada que ha caído, y cuando lo hace se encuentra con unas huellas en la nieve: no son pisadas corrientes, sino huellas de unos pies desnudos. El corazón de Josemaría sufre un vuelco y empieza a seguir esas pisadas. No tarda en descubrir -allá a lo lejos- al Padre José Miguel, un carmelita descalzo cuyo convento se encuentra a las afueras de Logroño.

 

         Durante meses, Josemaría habla repetidas veces con el Padre José Miguel. Piensa que Dios le pide algo pero no sabe qué es. Ha descubierto ese requerimiento divino al ver las huellas de los pies descalzos del carmelita sobre la nieve. Ante la sugerencia del buen religioso de que quizá Dios le pida hacerse carmelita, después de meditarlo en su oración personal concluye que no. Pero Dios ha dado un zarpazo en el alma del joven: no cejará hasta descubrir cuál es esa voluntad de Dios para él, y empieza a recibir con mayor frecuencia los sacramentos (penitencia y Eucaristía) y a cultivar una vida de trato personal con Dios en la oración...

 

         Para estar más disponible a esa voluntad de Dios que aún desconoce decide hacerse sacerdote. Así se lo comunica a su padre. Éste -buen cristiano- le previene diciendo que le esperará una vida muy dura como sacerdote y que deberá procurar ser muy santo. Aunque le suponga un sacrificio notable -Josemaría era el único hijo varón de la familia- don José (el padre del joven) le presenta a un sacerdote amigo suyo para que le oriente. Josemaría es consciente del sacrificio que hace su padre y pide a Dios -con fe y con ingenuidad, pues sus padres eran ya mayores y don José estaba agotado por las contrariedades de tantos años- que le conceda un hermano varón.

 

         En 1918 inicia los estudios de Teología como alumno externo en el Seminario de Logroño.

 

         El 28 de febrero de 1919 nace Santiago, su hermano pequeño (Carmen era mayor que Josemaría). Cuando le comunicaron meses antes la noticia de que esperaba un hermano, recordó la petición que había hecho a Dios y no dudó de que sería un varón.

 

         1920. Josemaría entra en el Seminario de San Francisco de Paula en Zaragoza.

 

         1923. Inicia la carrera de Derecho, como le había aconsejado su padre que hiciera cuando le comunicó la decisión de hacerse sacerdote.

 

         1924. El 27 de noviembre fallece repentinamente don José. Josemaría decide seguir adelante con el camino del sacerdocio para descubrir la vocación que todavía desconoce pero que desde hace años barrunta en su corazón.

 

         1925. El 28 de marzo es ordenado sacerdote. Ofrece la Primera Misa solemne por el eterno descanso de su padre. Algunos familiares se han distanciado de ellos por no entender la actitud de don José en los últimos años: ante una quiebra económica no regateó el dinero que, en justicia, le parecía que debía proporcionar a trabajadores y proveedores de su negocio (y desde años atrás su familia atraviesa -por esa coherencia de caballero cristiano- una difícil situación económica).

         Su primer destino es la parroquia de Perdiguera -pequeño pueblo lejos de Zaragoza- y se aleja físicamente de su madre.

 

         1927. Obtiene la Licenciatura en Derecho. Se traslada a Madrid para hacer allí la tesis doctoral (en aquella época, sólo en la Universidad Central de Madrid se podía preparar la tesis).

 

         1928. El 2 de octubre, mientras realiza unos ejercicios espirituales en el convento de los Padres Paúles junto a la Parroquia de la Milagrosa, en Madrid, Dios le hace ver el Opus Dei.

 

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         Han transcurrido 11 años desde que Josemaría empezó a barruntar el amor de Dios. 11 años de oscuridad y luces, de penumbra. Josemaría ha correspondido con generosidad y con disponibilidad plena. Sin guardarse nada por si acaso... Y fruto de esa entrega nace el Opus Dei. casi 50 años después, cuando acontece la muerte de Josemaría (el 26 de junio de 1975), más de sesenta mil fieles católicos de todo el mundo pertenecen a esa institución y son cientos de miles, millones, las personas que buscan la santidad a través del trabajo profesional y de los deberes ordinarios del cristiano. La Iglesia ha hecho suyo ese mensaje de la llamada universal a la santidad en el último concilio ecuménico (Vaticano II). El año 1992 es beatificado. El 6 de octubre de 2002, Juan Pablo II lo proclama santo ante una multitud de casi medio millón de personas que han acudido a Roma, como agradecimiento a Dios por la correspondencia fiel de San Josemaría...

 

                                                        Fernando del Castillo del Castillo