Yo tengo otro sistema...
(la virtud de la pureza)
Ya
no recuerdo el nombre –han pasado más de quince años- y sería incapaz de
identificar a la persona protagonista de esta anécdota. Por eso la cuento con libertad.
En la conversación que mantuve con un muchacho de unos 15 años, tratamos acerca
de muchos temas: estudios, amigos, ilusiones, la familia... Al hablar sobre la
virtud de la pureza, el muchacho afirmó tajantemente:
-Yo
no tengo problemas con ese asunto.
-(Quizá
sea un caso de pubertad retrasada, o puede que no, sino que hasta ahora tampoco
haya tenido especiales dificultades, pero por si acaso...). Mira, si surge
algún problema o pasas por un mal momento: procura no estar ocioso nunca, sé
sacrificado, evita ambientes en los que te resulte difícil vencer, frecuenta
los sacramentos y acude a la Virgen en cuanto venga una tentación...
-Todo
eso me parece bien, pero yo tengo otro sistema.
-¿Sí?
Explícamelo.
-Hasta
hace un año y pico, no vivía esta virtud... Pero me eché novia formal y, la
quiero tanto... que cuando estoy con ella pienso: "tengo que
respetarla"; y cuando no estoy con ella y me asalta una tentación,
enseguida traigo a mi memoria el recuerdo de ella: "¡tengo que serle fiel!"
*********************
Reconozco
que resulta infrecuente encontrar un noviazgo formal a los quince años
–“tonteos” hay muchos y bastante peligrosos-, pero en aquel caso no parecía
extraño porque se trataba de un muchacho maduro: mientras hablaba con él tenía
la sensación de conversar con alguien mayor de 18 años. El muchacho veía claro
el motivo para vivir la virtud de la pureza: estaba enamorado.
En efecto: la razón para vivir la pureza no es otra que el amor. A San Josemaría le gustaba comparar
esta virtud con las alas de las aves. Las rapaces que pueden remontarse por
encima de las nubes poseen unas alas grandes, fuertes y pesadas. Pesadas, sí,
pero sin las cuales no podrían elevarse tan alto. La proporción entre le peso
de las alas y el del cuerpo en muy inferior en un gorrión, ¡y no digamos en una
gallina!... pero también es muy inferior el vuelo de esas aves. Así, la pureza
cuesta –“pesa”- pero nos permite volar alto en el amor: nos capacita para amar.
El razonamiento es sencillo: amar es
entregarse –pues el deseo también son capaces de tenerlo los irracionales-, el
amor humano es una entrega personal; pero sólo se entrega lo que se posee
(aunque mucha gente “generosa” se encuentra dispuesta habitualmente a repartir
las riquezas... que no son suyas); y una persona esclava de sus pasiones, sin
dominio de sí, no se posee (por lo tanto no puede entregarse ni amar sino tan
sólo desear). Hay que luchar para vencer... y recomenzar de nuevo enseguida
cuando se ha caído: pero para amar es preciso tener el corazón limpio. Y ese
amor será además el revulsivo –como le sucedía al muchacho de la anécdota- para
mantener siempre limpio el corazón.