Genocidio
Alfonso Ussía
(La Razón 18 marzo 2009)
Se
celebraba en Ávila un congreso internacional de conversos. Noviembre del año
2002. Se alzó entre todos y tomó la palabra el médico norteamericano, judío de
origen, Bernard Nathanson. Sus primeras palabras
electrizaron a todos los asistentes. «Me llamo Bernard Nathanson
y soy un asesino de masas. El primer responsable de la muerte de setenta y
cinco mil niños inocentes. Tienen ante ustedes a un genocida». Siguió narrando
su vida. Practicó el aborto a tres mujeres que llevaban en su vientre las vidas
de tres hijos suyos. «Maté a mis hijos por egoísmo». Dirigió durante años el
centro de Salud Reproductiva y Sexual de Nueva York. «Dirigía en Nueva York la
mayor clínica abortista de Occidente. Tenía 35 médicos a mi cargo, con 85
enfermeras. Hacíamos 120 abortos al día en diez quirófanos. Durante los diez
años que fui director realizamos 60.000 abortos. Además, yo supervisé 10.000
personalmente y realicé 5.000. Tengo 75.000 muertes en mi haber. He matado a los
hijos no nacidos de mis amigos, de mis compañeros e incluso a los míos. Era un
paria de la profesión médica. Pero también millonario, porque el aborto, además
de un crimen, es un negocio. Y tuve barcos, fincas, avionetas, mujeres, todo lo
que se me antojó. Yo sabía que estaba enriqueciéndome con la gran mentira. La
mentira de que la persona en el vientre materno no vale nada». En el hospital
St. Luke’s trabajó por primera vez ante monitores
electrónicos. «Allí empezábamos a tener la tecnología con la que hoy contamos.
Y pudimos estudiar al ser humano en el vientre de la madre, y descubrimos que
no era distinto de nosotros. Comía, dormía, bebía líquidos, soñaba, se chupaba
el dedo, igual que un niño recién nacido. Y nos preguntamos qué era lo que
habíamos hecho y estábamos haciendo. No hay polémica posible, y os lo dice un
genocida, un asesino de 75.000 inocentes. El aborto debe verse como la
interrupción de un proceso que, de otro modo, habría producido un ciudadano del
mundo. Negar esta realidad es el más craso tipo de evasión moral». Nadie puede
negarle valentía al doctor Nathanson, hoy defensor a
ultranza de la vida de los no nacidos. La Iglesia española ha denunciado que la
fauna está más protegida que la vida humana. No quiere pedir con esto que la
fauna pierda la protección que merece. Sí, que los niños indefensos tengan los
mismos derechos que los linces, las águilas imperiales, las focas monje, los
lobos, los osos y los urogallos. Y también que los árboles y los paisajes
intocables declarados bienes de la humanidad. ¿No es un bien de la humanidad,
el mayor de los bienes, la vida de los seres humanos? El ministro de Sanidad ha
manifestado que la Iglesia va por un lado y la sociedad por otro. Mentira. Una
gran parte de la sociedad está con los niños indefensos y en contra de la
práctica sistemática del aborto, que es crimen y negocio, simultáneamente. La
ministra Bibiana Aído ha soltado su última majadería.
«El aborto es un conflicto de intereses entre la madre y el feto». El feto, que
es un ser humano, sólo tiene derechos a partir de la vigésimasegunda
semana. Crimen organizado y negocio al canto. Aquí no estamos hablando de
progresismo y avance de la sociedad. Sí de sangre inocente, sí de vidas
arrancadas, sí de trituradoras, sí de millones de
euros. No se aspira a una posición privilegiada. Al menos, que los niños que
viven en el vientre de sus madres tengan los mismos derechos que los linces y
los salmones.