LA
VOCACIÓN
En el plano natural, por las cualidades que cada uno presenta
(aptitudes), hablamos de personas que tienen vocación médica, política,
periodística…
En lo sobrenatural no se trata tanto de las cualidades naturales que
tenemos (aunque también, pues Dios es quien nos las ha concedido) como de la
iniciativa de Dios. Cuando unos padres esperan la llegada de su hijo, van
haciendo proyectos sobre cómo será, el nombre que le van a poner, lo que
estudiará... ¡Mucho más en el caso de Dios! (ninguna persona es fruto de la
“casualidad” ni ha sido concebida al margen de la voluntad de Dios, pues Él ha
intervenido directamente en la creación de nuestra alma espiritual, gracias a
la cual somos libres): a ese proyecto de Dios para cada uno de los hombres lo
denominamos vocación.
Corría el año 1854. El Papa Pío IX, después de estudiar
pormenorizadamente la Fe del pueblo cristiano y hacer un profundo estudio
teológico, definió solemnemente el Dogma de la Inmaculada Concepción de la
Virgen María en estos términos: “Declaramos, pronunciamos y definimos que
la doctrina que sostiene que la Beatísima Virgen María fue preservada inmune
de toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción por
singular gracia y privilegio de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de
Cristo Jesús, Salvador del género humano, está revelada por Dios” (B. Pío
IX, Bula Ineffabilis Deus, 8.XII.1854)
María nunca tuvo pecado. No sólo antes del nacimiento, sino “en el
primer instante de su concepción”. Esto fue así porque Dios la había elegido
desde toda la eternidad para que fuese Madre suya. Y la hizo gratia plena (llena de gracia). Y Ella…
correspondió a pasos agigantados a todas las gracias que Dios le iba
concediendo a lo largo de su vida (podemos imaginar lo hermosa que será
nuestra Madre Santa María: en cuerpo y alma… Los teólogos dicen que Ella tenía
más gracia de Dios en el primer instante de su concepción… que todos los
ángeles y santos al final de los tiempos… ¡y sabemos que siempre creció en
gracia porque nunca dijo que no a Dios!... ¡¡Cómo será ahora en el
cielo!!...)
Pero Dios también nos ha elegido a nosotros -a cada uno-, como dice San
Pablo: Elegit nos in ipso…”En Él nos
eligió antes de la creación del mundo para que fuésemos santos e inmaculados
en su presencia por el amor” (Eph 1, 4).
¡Asómbrate!: Dios ha pensado en ti mucho antes de que nacieses: desde
toda la eternidad (no has nacido “por casualidad”). Y ha inhabitado en tu alma
en gracia por el Bautismo, cuando todavía no eras consciente… Y te ha buscado
en tantas ocasiones a lo largo de tu vida sin que te dieras cuenta (a través
de otras personas que, con sus obras o con su consejo, te han ayudado)…
Ahora eres consciente de todo esto y de que Dios tiene unos planes para
que seas santo, porque: Haec est enim voluntas Dei: sanctificatio vestra, ésta es
la voluntad de Dios: vuestra santificación (1 Thes 4, 3). Y ha llegado el momento de que te
preguntes -de que le preguntes- por esos planes que tiene para ti.
No pienses que eres ya demasiado viejo (el Papa Benedicto XVI, cuando
estaba pensando en su “jubilación” -ya con 78 años- ha descubierto que Dios le
llamaba a ser Papa).
Tampoco pienses que eres demasiado joven:
La Virgen tendría 14-15 años cuando el Arcángel Gabriel le anunció su
elección como Madre de Dios. Y Ella respondió inmediatamente que
sí…
San Josemaría empezó a barruntar
el amor (con esa expresión que tanto le gustaba para hablar de los
primeros indicios de su vocación) a los 15-16 años. Y, aunque Dios no le
manifestó abiertamente lo que le pedía hasta los 26, él empezó a preparar su
alma para una respuesta generosa. También nosotros debemos rezar sin miedo,
con el alma abierta de par en par en esa oración personal con Dios: así,
cuando tenga que ser será… ¡lo que tenga que ser!
El Apóstol San Juan era un adolescente cuando Jesús lo llamó. Y su
entrega generosa hizo de él “el discípulo amado” (que, ya anciano -con ochenta
años-, revivía como un auténtico enamorado el momento de su llamada: era la
“hora décima” -las tres de la tarde-, recuerda en su Evangelio).
Seas joven, adulto o viejo, estás en la edad del amor: y es el momento
de tomar las grandes decisiones.
Hodie, si vocem eius audieritis, nolite obdurare corda vestra, hoy si oyereis su voz no endurezcáis
vuestro corazón (Heb 3, 7-8).
Delante del Señor, haciendo oración, con valentía, como San Pablo:
Quid faciam, Domine?, ¿Qué haré,
Señor? (Act 22,10).
Buscando ese fiat voluntas tua sicut in coelo et in terra, hágase tu voluntad en la tierra como en el
cielo.
Recuerda la anécdota de la chica que ante la imagen de la Virgen le
preguntaba angustiada -¡Madre mía!, ¿casadita o monjita?... Y cuando oyó al
Niño decirle: -¡Monjita!, respondió: -¡Calla, Niño, que estoy hablando con tu
Madre! (No vayas también tú a la oración para escuchar que Dios te dice sólo lo que tú quieres
oír).
Recuerda a aquel joven rico del Evangelio: que había cumplido todos los
mandamientos desde su juventud -quizá tú y yo no podamos decir lo mismo- pero
al que le faltó generosidad para llegar a ser discípulo de Jesús: vocación al
celibato apostólico.
Y recuerda también al endemoniado de Gerasa:
después de expulsar Jesús a la Legión
de demonios que tenía dentro y mandarlos a la piara de cerdos, él pidió al
Señor seguirle con sus discípulos -era generoso y agradecido-, pero Jesús le
pidió que volviese con los suyos y les contase las maravillas que Dios había
hecho en él, y así lo hizo: vocación al matrimonio.
Pero siempre debemos ir con sinceridad, sin miedo, a la oración: para
descubrir qué es lo que Dios nos pide -me pide- a cada uno. Y acudir a la
Virgen para que nos ayude a secundar fidelísimamente
-Fiat mihi secundum verbum tuum, hágase en
mí según tu palabra- la voluntad de Dios para nosotros: nadie puede llegar
a ser feliz (¡y todos buscamos ser felices!) al margen de Dios.
Fernando del Castillo del Castillo