DEJA VIVIR Y... ¿VIVE?

(sobre el uso del preservativo)

 

            Deja vivir y vive. Este es el lema de la nueva campaña del Ministerio de Sanidad (España, inicios de la década de los 90) contra el SIDA. En los carteles aparece el conocido lacito rojo sobre "deja vivir", y el no menos conocido preservativo sobre "vive". Por eso me pregunto si no habría que cambiarlo: "Deja vivir y... ¿vive?

 

            Me parece irresponsable que en la campaña de prevención de esta enfermedad se insista en el uso del preservativo como símbolo del "vivir". Y me lo parece, fundamentalmente por tres razones:

 

            1) Falibilidad del preservativo

            Cuando las estadísticas muestran que en uno de cada diez casos, aun con preservativo, se produce fecundación -luego el contagio será mayor, ya que puede darse sin fecundación, pero no fecundación sin contagio-, resulta irresponsable el esfuerzo por incluir a quienes llevan una vida sexual ordenada dentro del grupo de riesgo, incitándoles a desordenarla -"vive"-, eso sí, con preservativo.

 

            2) Falibilidad de la persona

            Sabemos también otro de los efectos de esa campaña incitadora: gente joven (muchos, sólo adolescentes) que empieza a buscar el placer sexual a toda costa y queda "enganchada" al sexo (igual que otros a la droga): ¿opina alguien que en esa situación de desenfreno, un joven inmoderado evitará mantener relaciones cuando no encuentre a mano su preservativo?

           

            3) Valor de cada persona

            Hasta ahora, las autoridades han puesto énfasis sólo en la gravedad de la enfermedad y en el peligro de contagio. ¿Se olvidan de que, más aún que la salud corporal, es importante el desarrollo de la personalidad para la felicidad del individuo? ¿Qué decir, pues, de las personas con una vida sexual desarreglada? ¿Debemos conformarnos con evitar su enfermedad exterior sin preocuparnos de su posible falta de autoestima (por comprobar que son casi incapaces de tratar a otra persona -del mismo o de distinto sexo, según los casos- sin considerarla previamente como objeto de placer; por saber se esclavos de su pasión sexual)?

            Desgraciadamente, somos tan hipócritas que si consiguiésemos detener el SIDA, pensaríamos que ya está todo hecho. Tan hipócritas que, en muchos casos, manifestamos preocupación por el problema de la droga, más por la reata de delitos que trae consigo (debido al dinero que cuesta) y por el riesgo de transmisión del SIDA, que por la destrucción paulatina de la personalidad del drogadicto. Porque el SIDA es un grave problema y, a su vez, tapadera de otro grave problema: la reducción de la felicidad de la persona a la consecución del placer sensible (sea en forma de sexo, droga...). ¿Seremos tan hipócritas de luchar por resolver el primero sin tan siquiera reconocer que existe el segundo?

 

            Termino con el recuerdo de algo que me impresionó hace años y que bien puede servirnos de ejemplo. -Estaba conversando con un muchacho de 14 años recién cumplidos: estudios, aficiones, preocupaciones... Salió el tema del sexo: verás -me dijo con una gran firmeza-, hasta hace un año yo no vivía bien en ese aspecto, pero desde que me eché novia sí. Cuando estoy con ella, la quiero tanto que pienso: "tengo que respetarla". Y Cuando no estoy con ella y me sobreviene alguna dificultad, me acuerdo de ella: "tengo que serle fiel".

            Con sus 14 años tenía una madurez superior a la de otros que ya peinan canas. Y además: estaba enamorado.

 

Fernando del Castillo del Castillo