Diario IDEAL (Granada)___ pág. 4
OPINION
TRIBUNA ABIERTA
Lunes, 19 de diciembre de 1988
Derechos Humanos y Derecho Natural
CELEBRAMOS este 10 diciembre el 40
aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Esta se hizo en 1948, poco después de terminar una
Guerra Mundial en la que esos Derechos fueron conculcados. La celebración será
por todo lo alto: manifestaciones, reuniones, fiestas, conclusiones y más declaraciones;
todo un alegato, en definitiva, a favor de esos Derechos.
Cuando se elaboró este documento se encontraban
presentes en la mente de todos los sucesos trágicos a los que se había llegado
años atrás y que fraguaron en forma de conflicto internacional, mundial. Un
nunca más pisotearse los hombres, nunca
más olvidar la dignidad de cada persona humana, se encontraba en el
espíritu de la
Declaración. Todos -salvo alguna excepción- estaban de acuerdo:
y esa mayoría aprobó uno por uno los artículos: se había llegado --efectivamente--
a una declaración universal.
Pero muchos se dieron cuenta de que ese
fruto maduro había nacido de un árbol seco. Hablaban de derechos del hombre,
pero esos derechos tenían como único fundamento que habían sido reconocidos por
la mayoría. Este fundamento --que parece firme en una sociedad democrática,
donde las decisiones políticas se toman según el número de votos que las
respalden-- era muy endeble, fundamentalmente
por tres motivos:
1) las mayorías son volubles y cambian fácilmente una
opinión por la
contraria (corno el
pueblo alemán que encumbró a Hitler en el poder y ahora reniega de la etapa nazi de su
historia); 2) en una democracia las decisiones se toman por mayorías, pero
siempre con respeto a la opinión de las minorías (y si se hace así con la
Declaración, ésta dejará de ser universal);
3) si se fundamenta la vigencia de esos derechos en una votación o en un
acuerdo, se afirma que dichos derechos son algo opinable.
La razón por la que la estabilidad de
esos derechos es poca y por la que se ven pisoteados frecuentemente en países
que apoyaron la Declaración Universal es que se habla de Derechos Humanos y se olvida el Derecho Natural en el que se asientan aquéllos: y es que pocas
veces se ha hablado tanto de Derecho sin que éste sea tenido en cuenta, como en
la actualidad (derecho a la vida, a la educación libre, a la propiedad, a la
intimidad, a la veracidad en la información, derecho al trabajo, derecho al
desarrollo armónico de la familia mediante leyes que lo favorezcan...).
Como indica su nombre, el Derecho
Natural hace referencia a todos los derechos que exige la naturaleza
humana. Muchas veces este concepto de
Derecho Natural no ha sido admitido por los llamados positivistas. La razón es
muy sencilla: Derecho Natural implica Ley Moral Natural, y la Ley Moral
Natural implica a Dios. La existencia de
una Ley Moral
es muy comprometedora, y mucho
más la
existencia de un Dios
Personal, Legislador... y Juez. Esos positivistas piensan que para
afirmar al hombre es preciso negar a
Dios. Se olvidan de que sucede al
contrario: es cierto que si Dios no existiese, probablemente no habría nada por encima del
hombre; pero también es cierto que sin Dios el hombre estaría mucho más bajo,
porque sin El no podríamos hablar de libertad (y por tanto de
responsabilidad), de inteligencia, de voluntad... de espíritu, en definitiva, en el hombre.
Y si el hombre no fuese más que un pedazo de materia, de
carne animada, más o menos compleja, ninguna autoridad en el mundo sería capaz
de mostrarnos por qué hemos de respetarlo más --con una diferencia esencial, no
de grado, en ese respeto-- que a los otros animales, que no dudamos en matar
cuando conviene para nuestra alimentación o para otros fines semejantes.
Por eso me atrevo a afirmar que el respeto a. los
Derechos Humanos será universal
--aunque, como siempre, habrá excepciones-- cuando se reconozca su fundamento
en el Derecho Natural, y por tanto en la Ley Moral Natural querida por Dios. Si a alguno le
cuesta admitir esto último, que se olvide de conseguir esa aceptación universal...
y que
se pregunte nuevamente por qué él acepta ésos... y no
otros derechos.
Fernando DEL CASTILLO DEL
CASTILLO