Recuerdo de Tor Vergata

 

            Reconozco que iba con pocas ganas a Roma. No porque el plan resultara aburrido sino porque me encontraba cansado después de un verano bastante movido. Sin embargo todo dio un giro de 180º en pocas horas. Y no fue ese cambio lo llamativo sino que lo acontecido allí siguió influyendo decisivamente en mi actividad diaria durante más de un año...

            Llegamos a Roma el viernes-18 de agosto al final de la tarde. Dejamos nuestras bolsas y mochilas en la Parroquia del Beato Josemaría (el mismo Juan Pablo II lo canonizaría dos años después), cenamos y nos fuimos a dormir. Al día siguiente tuvimos que madrugar para ir a Misa y comenzar nuestra peregrinación hacia el Campus Universitario de Tor Vergata, donde iba a tener lugar la Vigilia de Oración con el Papa.

            La caminata desde que empezamos a andar fue de unos 10-15 kilómetros. Hacía un calor sofocante (el ferragosto romano) y avanzábamos con lentitud, pues allí estábamos convocados dos millones de jóvenes. En contraste, todo era alegría: la gente cantaba (oí por primera vez el himno de la JMJ que después no abandonaría mi memoria) o hablaba pasando de un grupo a otro, saludando a todo el mundo (unas veces en inglés, otras en francés, otras en italiano... ¡o mediante signos!) y esas conversaciones confiadas ofrecían la impresión de un encuentro entrañable entre viejos conocidos.

            No voy a contar ahora con detalle lo que vivimos aquella tarde-noche del sábado-19 de agosto de 2000 durante la Vigilia de Oración, ni a la mañana siguiente en la Santa Misa que celebró el Papa, pues ya lo he hecho en otros lugares y haría muy extenso este nuevo relato. Sí adelanto que hubo un hecho -aparentemente insignificante y puntual- que marcó el resto de esos días y cambió -junto al “diluvio” de gracias que recibimos entonces- el rumbo de mi vida. Lo relataré al final de este testimonio.

 

            Cuando acabó la Santa Misa, el domingo-20, yo caminaba agotado, sudoroso... pero inmensamente feliz (como en una nube). Me “perdí” -cosa fácil entre tantas personas- de mi grupo. Los romanos seguían refrescándonos con mangueras que conectaban a sus casas mientras pasábamos (¡cuánto agradecimiento!...). Recuerdo que -iba medio “zombi”- cuando me detuve ante una fuente para beber, éramos tantos que pensaba que nunca conseguiría hacerlo: la gente llevaba botellas vacías que llenaban pero yo no había tenido esa prudencia, y resultaba imposible llegar con la boca ni con las dos manos al grifo. Alguien llenó su botella y me la acercó para que bebiese de ella. Lo hice agradecido y esa persona volvió a esperar para llenarla de nuevo. –“Merci”, respondí sin saber si era francés, sólo por el hecho de que la última conversación que había mantenido fue en ese idioma. ¡Cuánta felicidad!... (estábamos como en el cielo)

            Muchos recuerdos de esos días romanos. Y una idea clave: el Papa nos había pedido ser “heraldos de Cristo”, nos había dado una misión concreta para cuando regresáramos y no podíamos defraudarlo sin sentirnos desertores o incluso traidores...

(...)

            Personalmente no sabía manejar en aquella época internet: pero algunos amigos menos prehistóricos que yo sí. Uno de ellos me consiguió los textos de todo lo que nos había dicho el Papa esos días (y también el Mensaje de preparación para la JMJ escrito un año antes). Empecé a hacer fotocopias de esas veintitantas hojas... ¡más de cien copias! Y empecé a repartirlas. Pero no se trataba de soltar documentos sin más, no... Cada entrega iba acompañada de una conversación profunda (de una hora) o -si se trataba de personas que vivían lejos y a las que debía enviar los textos por correo- acompañada de una carta igualmente extensa y encendida... Reconozco que volví cambiado de Roma: solía decir entonces que estaba “como una moto”. En esas conversaciones transmitía lo que el Papa nos había dicho y concretaba según la situación de cada uno: volver a la Misa los domingos, preparar una buena confesión, la pureza, hacer un rato de oración todos los días, la obligación de hacer apostolado y transmitir a los más cercanos lo que Juan Pablo II nos había dicho...

            Tanto se prolongó este proceso que recuerdo haber seguido quedando con amigos para hablar y darles esos textos en Navidad de 2000 y -creo que fue entonces cuando terminé- en Semana Santa de 2001. Cada vez que en esas conversaciones recordaba lo de Tor Vergata me emocionaba e iba encendiéndome (así me lo hacían notar esos amigos).

            Terminó ese curso. Me había encargado los últimos meses -por enfermedad de un profesor- de un grupo difícil de 2º ESO (13-14 años). Tuve que ser exigente con ellos, pero pensé que también a ese grupo debía transmitir “a fondo” el mensaje del Papa. Como eran muy jóvenes para darles los textos íntegros, decidí preparar un pequeño resumen (con acotaciones y breves comentarios): no iba a resultar difícil, pues tenía los textos originales subrayados y con anotaciones al margen, ¡después de tanto tiempo llevándolos a la oración!... Apenas hubo tiempo (estábamos ya bien entrado el mes de junio): un día les proyecté un breve vídeo-resumen (apenas 10 minutos: emocionantísimo) de la Vigilia de Oración del 19, y les hice un comentario de media hora antes de darles los cuadernillos-resumen.

            Ese verano volví a repartir más de cien copias (ahora del cuadernillo-resumen) entre otros amigos y gente conocida...

 

            Años más tarde, cuando aprendí a usar internet colgué en mi web el documento-resumen de aquella JMJ inolvidable...

(...)

            El día 19 de agosto por la tarde conocí también a un muchacho de Madrid que se había “instalado” junto a nosotros en Tor Vergata. Hablamos mucho. Cuando se acercaron las 9 de la noche (hora de llegada del Papa) nos acercamos a una de las calles que -como una red cuadriculada- dividían el Campus. Lo hicimos con la esperanza de que Juan Pablo II pasase por allí (igual que los miles de jóvenes que se situaron en esa zona). Coincidimos entonces con un chico y una chica franceses que deseaban ver al Papa. Tendrían unos veinte años o poco más. En francés nos comentaron que habían estado el año 97 en la JMJ que tuvo lugar en París y deseaban acompañar al Papa.  Eran muy entusiastas y comentaban que su encuentro con Juan Pablo II les había marcado interiormente. Habían venido con otros jóvenes en autobús desde París. Desconozco si eran amigos, hermanos o novios. Él se llamaba Xavier.

            Cuando el Papa llegó a Tor Vergata y empezó a recorrer el Campus en el papamóvil, su imagen fue recogida en las pantallas gigantes. En ese momento me giré hacia Xavier para hacerle un comentario y... (no le dije nada) lo vi con los ojos cerrados y las manos cruzadas delante de su cara: se había puesto a rezar con todas sus fuerzas nada más aparecer la imagen del Papa, que ya estaba cerca de nosotros. Me emocionó verlo así: ¡cuánto quería a Juan Pablo II ese muchacho alegre y -según pensaba yo hasta ese momento- un poco alocado!... Me dio una lección que ya no iba a olvidar. Esa imagen de Fe no se borraría más de mi memoria...

            Lamento no haberle pedido sus datos -su dirección- en ese momento, pues pensé ingenuamente que volveríamos a vernos por ese sector del Campus cuando terminase la Vigilia de Oración. Sólo sé que se llamaba Xavier. Desde entonces -han transcurrido 8 años- rezo frecuentemeente por Xavier Thuram (así lo llamo porque desconozco su apellido y en aquel momento llevaba una camiseta de la selección francesa -que acababa de ganar la Eurocopa- con el nombre de ese jugador). Él no sabe hasta qué punto me ayudó con su ejemplo en ese breve encuentro y nunca he podido agradecérselo...

                                                                                  Fernando del Castillo del Castillo

                                                                  Marbella, 3 de agosto de 2008