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Compendio de Bioética

 

9. FECUNDACIÓN "IN VITRO"

Antes de empezar este tema recordaremos que los hijos concebidos por fecundación “in vitro” o por otra técnica de reproducción asistida son personas tan dignas (y con iguales derechos) como quienes han sido concebidos de forma natural por sus padres. Además, pueden y deben ser amados igualmente por sus padres. Pero vamos a analizar éticamente el recurso a las técnicas de reproducción asistida.

Introducción

En los países industrializados, a lo largo de las últimas décadas se ha ido elevando de forma considerable la tasa de infertilidad (que no es esterilidad). En los años 60 afectaba al 7-8% de las parejas y actualmente llegan al 20-30% las parejas con este problema. Las principales causas son:

─el retraso de la maternidad (en España, la edad a la que las mujeres tienen su primer hijo está por encima de los 30 años);

─la búsqueda del primer hijo tras muchos años de anticoncepción (en los que la píldora ha “dejado huella” en el cuerpo de la mujer);

─la baja calidad del semen en un porcentaje mayor de varones (debido a una vida de alto estrés, son más frecuentes los casos de varones con una baja proporción de formas móviles de espermatozoides en su semen, lo que dificulta la unión con el óvulo).

El deseo de tener hijos ha “empujado” al desarrollo de técnicas de reproducción asistida intracorpóreas y extracorpóreas. En ambos casos, los medios técnicos “sustituyen” a la unión conyugal porque se busca la eficacia para tener hijos.

Métodos de fecundación asistida

Las tres formas más extendidas de reproducción asistida son las siguientes:

─Inseminación artificial (IA). Es una técnica muy utilizada desde hace años en zoología con animales que corren peligro de extinción (como el quebrantahuesos o el lince ibérico). Consiste en poner los espermatozoides en condiciones de unirse al óvulo sin que el macho actúe de forma directa en el proceso reproductor. En el caso de la especie humana, el semen puede ser introducido artificialmente en el útero, en el cérvix o en la vagina de la mujer (esto último es lo más frecuente).

─Fecundación “in vitro” (FIV). Se ponen en contacto espermatozoides con óvulos fuera del cuerpo de la mujer. A la fecundación “in vitro” suele seguir la transferencia embrionaria (TE), por lo que suele utilizarse la sigla FIVET: se transfieren algunos de los embriones obtenidos hasta que se desarrolle un embarazo. Louise Brown fue la primera “niña probeta”: transferida al cuerpo de su madre en noviembre de 1977 tras una fecundación “in vitro”, la niña nació poco antes de la medianoche del 25 de julio de 1978. Fue presentada desde el principio como un gran “éxito” (aunque para eso hubo que silenciar ante la opinión pública que la primera fecundación humana fuera del cuerpo se había realizado en 1969, que solo seis años después se consiguió transferir un embrión al cuerpo de la mujer y que en este caso de 1978 se produjeron más de cien “fracasos” ─digamos abortos─ antes del “éxito”).

─Inyección intracitoplasmática  de espermatozoides (ICSI): se introduce directamente el espermatozoide en el óvulo, con ayuda de una micropipeta. Después se transfieren los embriones igual que en la FIVET.

Cuestiones éticas

Antes. Para la obtención de espermatozoides, el recurso habitual es la masturbación. Difícilmente puede presentarse esta como un acto de amor por el hecho de que se busque después una fecundación. El hijo no será fruto de un acto de amor de sus padres, sino que será engendrado después de un acto solitario y egoísta de su padre.

Durante. En todas las técnicas de reproducción asistida la técnica no ayuda a los cónyuges para que su acto conyugal sea fecundo sino que sustituye a los cónyuges en el acto conyugal (acto que no se realiza).

En la FIVET se llevan a cabo varias fecundaciones porque el éxito de implantación en el útero es bajo, también porque la fecundación no se ha desarrollado dentro del ciclo menstrual de la mujer con los niveles hormonales correspondientes que contribuyen al crecimiento de la mucosa uterina y a la anidación del embrión: se producen abortos e incluso se provocan porque la anidación no se produce en el lugar mejor o porque hay más embriones de los deseados desarrollándose (si anidan varios embriones, se eliminan los que presentan condiciones menos “favorables” para el desarrollo). Cuando el embarazo sigue adelante (sucede así en el 20-30% de las mujeres sometidas a esta técnica), el resto de los embriones se crioconservan (a temperaturas extremadamente bajas) por si se desea otro embarazo después o por si se interrumpe el que ya ha comenzado.

En la ICSI, al haber introducido el espermatozoide para favorecer la fecundación, se ha “evitado” la “selección natural” que se da en la fecundación normal: de los millones de espermatozoides depositados en la vagina durante la cópula normal, solo 100-200 llegan hasta el ovulo en las trompas de Falopio (primera “selección” que en ninguna fecundación extracorpórea se produce) y de estos fecundará el óvulo el que consiga “perforar” la barrera natural que lo “protege” (segunda “selección” que tampoco se da en la ICSI). También en la ICSI, aunque sea más “eficaz” la fase de obtención de embriones, se fecundan varios óvulos para “asegurar” un mayor éxito en el objetivo de obtener un embarazo. El resto de los embriones se crioconservan por las mismas razones que en la FIVET.

Después. Los embriones congelados (a los que se denomina “sobrantes”, aunque sean tan dignos “en sí” como el “elegido” para sus padres) se van deteriorando con el paso del tiempo. A partir de 5 años desde que fueron congelados, se prevé un riesgo alto de malformaciones si se desarrollan. En muchos casos se utilizan para experimentación. En otros, se eliminan: son millones los embriones “condenados” cada año.

Otras cuestiones:

A veces la FIVET es heteróloga (con gametos procedentes de personas no casadas entre sí). En unas ocasiones se hace para “asegurar” el éxito, pues se evitan las deficiencias del semen del marido. En otras, porque la mujer no está casada y se recurre al semen de un donante. En estos casos puede que el hijo no llegue a conocer quién es su padre.

Con frecuencia se recurre al útero de otra mujer para llevar adelante el embarazo (por deficiencias de la madre). Es la maternidad sustitutiva y los úteros de alquiler. A veces ha sido la abuela de la criatura quien ha “prestado” su útero. En estas situaciones el hijo se encuentra con que tiene varias madres: la que ha aportado el gameto para la fecundación y la que lo ha alumbrado.

Con la FIVET se abre la posibilidad de seleccionar espermatozoides (o embriones) para elegir el sexo del hijo que se desea tener.

¿Y si la eficacia fuese casi del 100%, sin abortos ni embriones sobrantes?

Actualmente es un supuesto “irreal”, porque la técnica es cara y el médico que recibe el encargo de “fabricar” un hijo desea evitar el fracaso (por pura “estrategia comercial”): así que realiza varias fecundaciones.

Aun en el caso de llegar a esa situación, el hijo obtenido no es aceptado como un don (como un regalo) sino reclamado como un derecho (porque ha sido encargado). Los hijos que llegan por medio del acto conyugal son buscados pero no encargados: por eso son recibidos como un don que, además, es consecuencia del amor de sus padres. Pero si el hijo es encargado, se trata de un derecho adquirido (y, como cualquier derecho, puede ser más importante para mí que en sí). Aunque el hijo concebido por esta técnica pueda ser más amado en sí por sus padres que otro hijo concebido de forma natural por los suyos (pues, desgraciadamente, algunos padres miran a sus hijos como una carga más que como un regalo).

Con la FIVET no se ha remediado la infertilidad. ¿Por qué no se recurre a los métodos naturales que, además de ser eficaces, ayudan a favorecer el diálogo y acrecientan el amor conyugal?

También nos llaman poderosamente la atención estos contrastes: hay un elevado número de abortos en el mundo, pero también son elevadas las dificultades para adoptar; se practican abortos en clínicas donde también se desarrollan prácticas de reproducción asistida.

Respeto a los embriones

El embrión es persona desde el primer momento. No se puede demostrar su racionalidad, pero sí es hombre (con un patrimonio genético humano propio). Tampoco un recién nacido da muestras de racionalidad, de libertad, y a nadie ─a nadie sensato─ se le ocurre dudar si es o no persona: ¿es posible que alguien sea individuo humano sin ser persona humana? En cuanto a quienes niegan la individualidad del embrión antes de anidar en el útero, recurriendo a los casos de gemelos homocigóticos, afirmamos que puede haber ya dos individuos (dos individualidades) donde aparentemente solo hay uno por no haberse producido aún la separación física perceptible. El caso es que el proceso de desarrollo continuo nos lleva a hablar ya de individualidad.

Con todo lo visto en este tema, llegamos a las siguientes conclusiones:

a) Las intervenciones terapéuticas sobre el embrión son éticas si existe proporción entre la gravedad de la enfermedad y el riesgo que corre el embrión si se interviene.

b) La investigación es aceptable si no supone peligro para el embrión ni para la madre.

c) El diagnóstico prenatal en sí es moralmente correcto. Pero si se hace con intención torcida puede ser ilícito: por ejemplo, la mujer que desea saber si su hijo padece el síndrome de Down porque tiene intención de abortar en caso afirmativo.

d) La obtención de embriones para experimentación es inmoral.

e) Otras actividades moralmente ilícitas relacionadas con la fecundación y manejo de embriones son:

*Intentos de fecundación entre gametos animales y humanos.

*Gestación en el útero de animales.

*Construcción de úteros artificiales.

*Obtención de un ser humano por fisión gemelar, clonación o partenogénesis (es decir, intervenir para obtener de un cigoto dos seres humanos), aunque hoy por hoy no sea posible en hombres.

*Congelación de embriones para su utilización posterior.

*Manipulación genética para modificar las cualidades del individuo.

Los hijos: regalo (y responsabilidad) o derecho

Hasta ahora todo hijo debía ser considerado por sus padres como un regalo (no exento de sacrificio) y como una responsabilidad. Era así porque, aunque los padres pusiesen los medios “para que llegara” (el acto conyugal), el hijo “tenía que venir”. Y era así porque no se perdía de vista la siguiente consideración: al ser el hijo una persona (un ser libre, espiritual), en su origen cooperan los padres con Dios (que interviene directamente creando el alma espiritual que vivifica al nuevo ser). Por eso se hablaba ─y se habla─ de procreación cuando nos referimos a la reproducción humana.

Los esposos que deseaban tener hijos, al manifestarse su amor en el acto conyugal ponían los medios. Tenían derecho a poner esos medios. Pero el hijo no era un derecho sino un regalo que podía o no venir. Y era también una fuente de nuevas responsabilidades, al ser digno de un amor personal por parte de sus padres, que se manifestaba en su educación, cuidado corporal, etc.

Con la fecundación “in vitro” cambia el criterio. Los esposos (nos referimos ahora a la FIVET homóloga, en la que los gametos que se unen pertenecen a personas casadas) se consideran no solo con derecho a poner los medios, no solo con derecho a manifestarse su amor mediante el acto conyugal, sino con derecho al hijo (a un hijo suyo). Por eso el hijo, más que alguien querido en sí se transforma en alguien querido para mí ─para ellos─, es decir, en un derecho. Y ya no es fruto natural del amor de sus padres, sino de los avances tecnológicos, que no ayudan a realizar el acto conyugal o a que se lleve a cabo con mayores esperanzas de éxito (eso es lo que también hacían los métodos naturales que ya estudiamos) sino que “suplen” el acto conyugal.

En la FIVET no se escatiman los medios: se producen numerosas fecundaciones y solo un embrión es aceptado. Los demás, congelados o desechados, porque no son queridos en sí. Pero el embrión aceptado tampoco es querido en sí inicialmente (pues podría haber sido seleccionado cualquiera de sus hermanos).

¿Y el recurso a la adopción? Inicialmente puede costar más querer a un hijo adoptado que a uno natural. Pero en la medida en que ambos son un regalo y ─como personas─ más queridos en sí que para mí, el amor a uno y a otro puede ser igualmente elevado. Así lo demuestran las familias con hijos que adoptan a otros.

 

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