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3. LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO |
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La
venida del Espíritu Santo
(Hch 2,1-13) Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en un mismo
lugar. Y de repente sobrevino del cielo un ruido, como de un viento que irrumpe impetuosamente, y
llenó toda la casa en la que se hallaban. Entonces se les aparecieron unas
lenguas como de fuego, que se dividían y se posaban sobre cada uno de ellos.
Quedaron todos llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras
lenguas, según el Espíritu les hacía expresarse. Habitaban en Jerusalén judíos,
hombres piadosos venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al
producirse aquel ruido se reunió la multitud y quedó perpleja, porque cada
uno les oía hablar en su propia lengua. Estaban asombrados y se admiraban
diciendo: ‑¿Es que no son galileos
todos éstos que están hablando? ¿Cómo es, pues, que nosotros les oímos cada
uno en nuestra propia lengua materna? Partos, medos, elamitas, habitantes de Mesopotamia, de Judea y
Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia,
de Egipto y la parte de Libia próxima a Cirene,
forasteros romanos, así como judíos y prosélitos, cretenses y árabes, les
oímos hablar en nuestras propias lenguas las grandezas de Dios. Estaban todos asombrados y
perplejos, diciéndose unos a otros: ‑¿Qué puede ser esto? Otros, en cambio, decían
burlándose: ‑Están bebidos. Discurso de San Pedro (Hch
2,14-36) Entonces Pedro, de pie con los
once, alzó la voz para hablarles así: ‑Judíos y habitantes todos
de Jerusalén, entended bien esto y escuchad atentamente mis palabras. Éstos
no están borrachos, como suponéis vosotros, pues es la hora tercia del día,
sino que está ocurriendo lo que se dijo por el profeta Joel: Sucederá en los últimos días, dice Dios, que
derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y
vuestras hijas, y vuestros jóvenes tendrán visiones, y vuestros ancianos
soñarán sueños. Y sobre mis siervos y sobre mis
siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días, y profetizarán. Realizaré
prodigios arriba en el cielo y señales abajo en la tierra,
sangre, fuego y nubes de humo. El sol se convertirá en tinieblas y la luna en
sangre, antes de que llegue el día grande y manifiesto del Señor. Y sucederá
que todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. »Israelitas, escuchad estas
palabras: a Jesús Nazareno, hombre acreditado por Dios ante vosotros con
milagros, prodigios y señales, que Dios realizó entre vosotros por medio de
él, como bien sabéis, a éste, que fue entregado según el designio establecido
y la presciencia de Dios, le matasteis clavándole en la cruz por mano de los
impíos. Pero Dios le resucitó rompiendo las ataduras de la muerte, porque no
era posible que ésta lo retuviera bajo su dominio. En efecto, David dice de
él: Tenía siempre presente al Señor
ante mis ojos, porque está a mi derecha, para que yo no vacile. Por eso se
alegró mi corazón y exultó mi lengua, y hasta mi carne descansará en la
esperanza; porque no abandonarás mi alma en los infiernos, ni dejarás que tu
Santo vea la corrupción. Me diste a conocer los caminos de la vida y me
llenarás de alegría con tu presencia. »Hermanos, permitidme que os diga
con claridad que el patriarca David murió y fue sepultado, y su sepulcro se
conserva entre nosotros hasta el día de hoy. Pero como era profeta y sabía
que Dios le había jurado solemnemente que sobre su trono se .sentaría un
fruto de sus entrañas, lo vio con anticipación y habló de la resurrección de
Cristo, que ni fue abandonado en los infiernos ni su carne vio la corrupción. »A este Jesús le resucitó Dios, y
de eso todos nosotros somos testigos. Exaltado, pues, a la diestra de Dios, y
recibida del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que
vosotros veis y oís. Porque David no subió a los cielos, y sin embargo
exclama: Dijo el Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos como escabel de tus
pies». »Por tanto, sepa con seguridad
toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús, a
quien vosotros crucificasteis. Bautismo de los oyentes (Hch
2,37-41) Al oír esto se dolieron de
corazón y les dijeron a Pedro y a los demás apóstoles: ‑¿Qué tenemos que hacer,
hermanos? Pedro les dijo: ‑Convertíos, y que cada uno
de vosotros se bautice en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros
pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa es para
vosotros, para vuestros hijos y para todos los que están lejos, para todos
los que quiera llamar el Señor Dios nuestro. Con otras muchas palabras dio
testimonio y les exhortaba diciendo: ‑Salvaos de esta generación
perversa. Ellos aceptaron su palabra y
fueron bautizados; y aquel día se les unieron unas tres mil almas. |
Algunas
consideraciones para meditar el misterio
- Diez días después de la Ascensión, estaban
todos haciendo oración con la Virgen (maestra de oración). -
El ruido de viento impetuoso atrae a la gente de los alrededores. Sin
embargo, el Espíritu Santo viene habitualmente sobre las almas con su gracia,
sin ruido... -
Escuchan hablar a los discípulos en muchos idiomas diferentes: cada uno en su
propia lengua. Es la "traducción simultánea" más espectacular y
perfecta -sin medios "técnicos" ni grandes
"especialistas"- que ha habido en la historia de la Humanidad: ¡lo
que no pueda el Espíritu Santo!... -
Escuchan a Pedro. Y ese día se incorporan a la Iglesia unos tres mil. ¡Tres
mil bautizos tras la predicación de Pedro! ¡Y pensar que casi dos meses antes
el Príncipe de los Apóstoles había negado bajo juramento conocer a Jesús por
temor a una criada en casa del Sumo Sacerdote!... (resulta asombroso cómo
puede hacer cambiar el Espíritu Santo a un alma). |
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