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(Juan Pablo II, Carta Apost. Rosarium Virginis Mariae, 16-X-2002, nn. 28-31) En efecto, el Rosario es un
método para contemplar. Como método, debe ser utilizado en relación al fin y
no puede ser un fin en sí mismo. Pero tampoco debe infravalorarse, dado que
es fruto de una experiencia secular. La experiencia de innumerables santos
aboga en su favor. Lo cual no impide que pueda ser mejorado. Precisamente a
esto se orienta la incorporación, en el ciclo de los misterios, de la nueva
serie de los mysteria lucis,
junto con algunas sugerencias sobre el rezo del Rosario que propongo en esta
Carta. Con ello, aunque respetando la estructura firmemente consolidada de
esta oración, quiero ayudar a los fieles a comprenderla en sus aspectos
simbólicos, en sintonía con las exigencias de la vida cotidiana. De otro
modo, existe el riesgo de que esta oración no sólo no produzca los efectos
espirituales deseados, sino que el rosario mismo con el que suele recitarse
acabe por considerarse como un amuleto o un objeto mágico, con una radical
distorsión de su sentido y su cometido El
enunciado del misterio 29. Enunciar el misterio, y tener
tal vez la oportunidad de contemplar al mismo tiempo una imagen que lo
represente, es como abrir un escenario en el cual concentrar la atención. Las
palabras conducen la imaginación y el espíritu a aquel determinado episodio o
momento de la vida de Cristo. En la espiritualidad que se ha desarrollado en
la Iglesia, tanto a través de la veneración de imágenes que enriquecen muchas
devociones con elementos sensibles, como también del método pro-puesto por
san Ignacio de Loyola en los Ejercicios Espirituales, se ha recurrido al
elemento visual e imaginativo (la compositio
loci) considerándolo de gran ayuda para
favorecer la concentración del espíritu en el misterio. Por lo demás, es una
metodología que se corresponde con la lógica misma de la Encarnación: Dios ha
querido asumir, en Jesús, rasgos humanos. Por medio de su realidad corpórea,
entramos en contacto con su misterio divino. El enunciado de los varios
misterios del Rosario se corresponde también con esta exigencia de
concreción. Es cierto que no sustituyen al Evangelio ni tampoco se refieren a
todas sus páginas. El Rosario, por tanto, no reemplaza la lectio
divina, sino que, por el contrario, la supone y la promueve. Pero si los
misterios considerados en el Rosario, aun con el complemento de los mysteria lucis,
se limita a las líneas fundamentales de la vida de Cristo, a partir de ellos
la atención se puede extender fácilmente al resto del Evangelio, sobre todo
cuando el Rosario se recita en momentos especiales de prolongado
recogimiento. La
escucha de la Palabra de Dios 30. Para dar fundamento bíblico y
mayor profundidad a la meditación, es útil que al enunciado del misterio siga
la proclamación del pasaje bíblico correspondiente, que puede ser más o menos
largo según las circunstancias. En efecto, otras palabras nunca tienen la
eficacia de la palabra inspirada. Ésta debe ser escuchada con la certeza de
que es Palabra de Dios, pronunciada para hoy y para mí. Acogida de este modo, la Palabra
entra en la metodología de la repetición del Rosario sin el aburrimiento que
produciría la simple reiteración de una información ya conocida. No, no se
trata de recordar una información, sino de dejar «hablar» a Dios. En alguna
ocasión solemne y comunitaria, esta palabra se puede ilustrar con algún breve
comentario. El
silencio 31. La escucha y la meditación se alimentan del silencio. Es conveniente que, después de enunciar el misterio y proclamar la Palabra, esperemos unos momentos antes de iniciar la oración vocal, para fijar la atención sobre el misterio meditado. El redescubrimiento del valor del silencio es uno de los secretos para la práctica de la contemplación y la meditación. Uno de los límites de una sociedad tan condicionada por la tecnología y los medios de comunicación social es que el silencio se hace cada vez más difícil. Así como en la Liturgia se recomienda que haya momentos de silencio, en el rezo del Rosario es también oportuno hacer una breve pausa después de escuchar la Palabra de Dios, concentrando el espíritu en el contenido de un determinado misterio. |
(San Josemaría
Escrivá, Santo Rosario. Prólogo) No se escriben estas líneas para
mujercillas. ‑Se escriben para hombres muy barbados y muy... hombres,
que alguna vez, sin duda, alzaron su corazón a Dios, gritándole con el
Salmista: Notam fac mihi viam, in qua ambulem; quia ad te levavi animam meam. ‑Dame a conocer el camino que he de
seguir; porque a ti he levantado mi alma. (Ps. CXLII,
8.) He de contar a esos hombres un secreto que
puede muy bien ser el comienzo de ese camino por donde Cristo quiere que
anden. Amigo mío: si tienes deseos de ser grande,
hazte pequeño. Ser pequeño exige creer como creen los
niños, amar como aman los niños, abandonarse como se abandonan los niños...,
rezar como rezan los niños. Y todo esto junto es preciso para llevar a
la práctica lo que voy a descubrirte en estas líneas: El principio del camino, que tiene por
final la completa locura por Jesús, es un confiado amor hacia María
Santísima. ‑¿Quieres amar a la Virgen?‑Pues,
¡trátala! ¿Cómo?‑ Rezando bien el Rosario de nuestra Señora. Pero, en el Rosario... ¡decimos siempre lo
mismo! ‑¿Siempre lo mismo? ¿Y no se dicen siempre lo mismo los que se
aman ?... ¿Acaso no habrá monotonía en tu Rosario, porque en lugar de
pronunciar palabras como hombre, emites sonidos como animal, estando tu
pensamiento muy lejos de Dios? ‑Además, mira: antes de cada decena,
se indica el misterio que se va a contemplar. ‑Tú... ¿has contemplado alguna vez estos misterios? Hazte pequeño. Ven conmigo y ‑éste
es el nervio de mi confidencia‑ viviremos la vida de Jesús, María y
José. Cada
día les prestaremos un nuevo servicio. Oiremos sus pláticas de familia.
Veremos crecer al Mesías. Admiraremos sus treinta años de oscuridad...
Asistiremos a su Pasión y Muerte... Nos pasmaremos ante la gloria de su
Resurrección... En una palabra: contemplaremos, locos de Amor (no hay más
amor que el Amor), todos y cada uno de los instantes de Cristo Jesús. |
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