Estos
textos breves, preparados por teólogos y canonistas -muchos de ellos
profesores de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz (Roma)-, ofrecen una
exposición sintética de las enseñanzas de la Iglesia Católica.
Su interés, por tanto, es
primordialmente catequético. De ahí que la fuente principal sea el Catecismo de la Iglesia Católica,
con las oportunas llamadas a la Sagrada Escritura, a los Padres de la Iglesia
y al Magisterio.
Constituye además un particular punto
de referencia la predicación de San Josemaría Escrivá de Balaguer, maestro de
espiritualidad laical e inspirador de una teología para la existencia
cotidiana (José Manuel Martín, editor).
La dimensión religiosa caracteriza al
ser humano. Purificadas de la superstición, las expresiones de la religiosidad
humana manifiestan que existe un Dios creador.
Dios se ha revelado como Ser
personal, a través de una historia de salvación, creando y educando a un pueblo
para que fuese custodio de su Palabra y para preparar en él la Encarnación de
Jesucristo.
Ante la Palabra de Dios que se revela
sólo cabe la adoración y el agradecimiento; el hombre cae de rodillas ante un
Dios que siendo trascendente es interior intimo meo.
Al crear al hombre, Dios lo
constituyó en un estado de santidad y justicia; además le otorgó la posibilidad
de participar en su vida divina, con el buen uso de su libertad.
Es la demostración por excelencia del
Amor de Dios hacia los hombres, pues la Segunda Persona de la Santísima
Trinidad —Dios— se hace partícipe de la naturaleza humana en unidad de
persona.
La Resurrección de Cristo es verdad
fundamental de nuestra fe como dice San Pablo (cfr. 1 Co 15, 13-14). Con este
hecho, Dios inauguró la vida del mundo futuro y la puso a disposición de los hombres.
El Espíritu Santo une íntimamente a
los fieles con Cristo de modo que forman un solo cuerpo, la Iglesia, donde
existe una diversidad de miembros y funciones.
La Iglesia es communio sanctorum:
comunidad de todos los que han recibido la gracia regeneradora del Espíritu por
la que son hijos de Dios y hermanos de Jesucristo.
La Iglesia continúa y desarrolla en
la Historia la misión de Cristo, impulsada por el Espíritu Santo. En la
historia de la Iglesia se da un entrelazamiento entre lo divino y lo
humano.
La salvación realizada por Cristo, y
consiguientemente la misión de la Iglesia, se dirige al hombre en su
integridad, y por tanto como persona que vive en sociedad.
Esta verdad afirma la plenitud de
inmortalidad a la que está destinado el hombre; constituye por tanto un
recuerdo de la dignidad de la persona, especialmente de su cuerpo.
El bautismo otorga al cristiano la
justificación. Con la confirmación se completa el patrimonio bautismal con los
dones sobrenaturales de la madurez cristiana.
La Santa Misa es sacrificio en un
sentido propio y singular porque re-presenta (= hace presente), en el hoy de la
celebración litúrgica de la Iglesia, el único sacrificio de nuestra redención,
porque es su memorial y aplica su fruto.
La fe en la presencia real de Cristo
en la Eucaristía ha llevado a la Iglesia a tributar culto de latría al
Santísimo Sacramento, tanto durante la liturgia de la Misa, como fuera de su
celebración.
Cristo instituyó el sacramento de la
Penitencia ofreciéndonos una nueva posibilidad de convertirnos y de recuperar,
después del Bautismo, la gracia de la justificación.
Cristo confió el ministerio de la
reconciliación a sus Apóstoles que lo transmitieron a sus colaboradores. Los
sacerdotes pueden perdonar los pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo.
Mediante el sacramento del orden se
confiere una participación al sacerdocio de Cristo-Cabeza. El sacerdocio
ministerial se distingue esencialmente del sacerdocio común de los
fieles.
La íntima comunidad de vida y amor
conyugal entre hombre y mujer es sagrada, y está estructurada según leyes
establecidas por el Creador, que no dependen del arbitrio humano.
Para la persona humana la vida social
no es algo accesorio, sino que deriva de la sociabilidad: la persona crece y
realiza su vocación sólo en unión con los demás.
El pecado es una palabra, un acto o
un deseo contrarios a la ley eterna. Es una ofensa a Dios, que lesiona la
naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana.
Jesucristo ha enseñado que para salvarse
es necesario cumplir los mandamientos, que expresan la sustancia de la ley
moral natural. El primer mandamiento es doble: el amor a Dios y el amor al
prójimo por amor a Dios.
El cuarto mandamiento se dirige
expresamente a los hijos en sus relaciones con sus padres. Pero, se refiere
también a otras relaciones de parentesco, educativas, laborales, etc.
Dios es amor, y su amor es fecundo.
De esta fecundidad ha querido que participe la persona humana, asociando la
generación a un específico acto de amor entre un hombre y una mujer.
Estos dos mandamientos ayudan a vivir
la santa pureza (el noveno) y el desprendimiento de los bienes materiales (el
décimo) en los pensamientos y deseos.
La oración es necesaria para la vida
espiritual: es la respiración que permite que la vida del espíritu se
desarrolle, y actualiza la fe en la presencia de Dios y de su amor.