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XV JORNADA MUNDIAL DE LA
JUVENTUD ROMA, 15-20.VIII.2000
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Roma vivió, la semana pasada, un acontecimiento inolvidable: la Jornada Mundial de la Juventud, que ha suscitado en todos una impresión intensa y profunda. Ha sido una peregrinación caracterizada por la alegría, la oración y la reflexión. (...) Mi mente
regresa a este encuentro verdaderamente extraordinario, que ha ido más allá
de todas las expectativas y, diría incluso, más allá de toda expectativa
humana. Siento un deseo muy grande de repetir a estos muchachos y muchachas
mi alegría por haber podido acogerles, en la tarde de la solemnidad de la
Asunción, tanto en la plaza de San Juan de Letrán como en la plaza de San
Pedro. Siento
todavía la profunda emoción con la que participé en Tor Vergata en la vigilia
del sábado por la noche y con la que presidí, al día siguiente, la solemne
celebración conclusiva. Al sobrevolar
aquella área en helicóptero, pude admirar desde lo alto un espectáculo único
e impresionante: una enorme alfombra humana de gente en fiesta, felices al
poder estar juntos. Nunca podré olvidar el entusiasmo de esos jóvenes. Habría
querido abrazarles a todos y expresar a cada uno el cariño que me une a la
juventud de nuestro tiempo, a la que el Señor confía una gran misión al
servicio de la civilización del Amor. ¿Qué es
lo que han venido a buscar estos jóvenes si no es a Jesucristo? (...). En
realidad, ha sido Él mismo el primero que los ha buscado y llamado, como
busca y llama a todo ser humano para conducirlo a la salvación y a la
felicidad plena. Y al final del encuentro, fue Él quien confió a los jóvenes
la singular misión de ser sus testigos en cada rincón de la tierra (...). Los
jóvenes, con el entusiasmo típico de su edad, han respondido que quieren
seguir a Jesús. Quieren hacerlo, pues se sienten parte viva de la Iglesia
(...). No
tienen miedo de su fragilidad, pues cuentan con el amor y la misericordia del
Padre celeste, que les sostiene en la vida de cada día. Más allá de toda raza
y cultura, se sienten hermanos unidos por una misma fe, una misma esperanza,
y una misma misión: encender el mundo con el amor de Dios (...). Buscan
razones para esperar y tienen hambre de auténticas experiencias espirituales.
¡Que el mensaje de la Jornada Mundial de la Juventud pueda ser acogido y profundizado por
quienes han participado, así como por todos sus coetáneos, que han seguido
las diferentes fases y encuentros a través de los periódicos, la radio y la
televisión! Es
necesario que el clima evangélico, respirado en estos días, no se disperse
(...). A todos los jóvenes quisiera repetir: tenéis que sentiros orgullosos
con la misión que el Señor os ha confiado y llevarla adelante con humilde y
generosa perseverancia. Que os sostenga la ayuda maternal de María, quien
vigiló por vosotros durante los días de vuestro Jubileo. ¡Cristo y su Iglesia
cuentan con vosotros! Juan Pablo II. Audiencia general, miércoles-23 de agosto
de 2000 |
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