NO ES UNA OPERACIÓN

(Una historia y un estudio objetivo sobre el aborto)

 

            Acababa de llegar el doctor a su consulta en el ambulatorio. Varias mujeres lo estaban esperando.

 

         -«Doctor, ¿podría usted quitarme “esto”?», susurró una joven al ginecólogo apenas entró en la consulta, mientras señalaba discretamente y con cara de preocupación su vientre algo abultado: «es sólo de tres meses...»

 

         -«No, señora» -respondió él con gran respeto a la muchacha. -«No puedo quitarle “eso”, porque “eso” realmente no es “eso” sino “ése”. No es “algo”, sino “alguien”. No un “tumor” sino un “hijo” (ver “La cuestión del aborto” de Julián Marías). Así que no se trata de una “operación” quirúrgica».

 

         Ante el estupor de la chica, prosiguió el médico mientras le indicaba un sillón en el que podía acomodarse: -«Pero si desea que le practique un aborto, voy a darle la información adecuada para que decida usted lo mejor... Mire estas imágenes para estudiar qué método le parece más seguro: estos restos se obtienen mediante una solución salina que quema al feto, esta imagen es el resultado de una aspiración, estos trocitos se extraen tras practicar un legrado (es preciso “reconstruir” el feto para tener la seguridad de que no quedan restos dentro del útero)...» El médico desgranaba con parsimonia el contenido de las fotografías (ver imágenes en “La complicidad del silencio”) que iban desfilando ante los ojos de la paciente horrorizada hasta que la mujer se desmayó...

 

         Con ayuda de la enfermera, recostó a la joven sobre una camilla y esperó a que recuperase la consciencia. Cuando la muchacha abrió sus ojos encontró al ginecólogo y a la enfermera mirándola sonrientes. En ese momento pensó que iban a practicarle el aborto que ella había demandado y exclamó asustada: -«¡No, por Dios! ¡No lo haga!»

 

         -«¡Tranquila!», respondió con amabilidad, «tan sólo estábamos esperando que se despertara. Ahora estoy dispuesto a ayudarla a proseguir con su embarazo. Y también a solucionar los problemas que se le planteen para sacar adelante a su hijo: si es preciso, indicándole los pasos necesarios para darlo en adopción... Soy médico y siempre busco lo mejor para la salud física y psíquica de mis pacientes, que en este caso son dos: usted y su hijo...»

 

 

         Una vez más se debate en España la cuestión del aborto. Igual que en otros países, los partidarios de ampliar la despenalización buscan ahora una ley de plazos que permita a la mujer abortar sin más condiciones que un tiempo máximo de gestación.

 

         Hablan de derechos sexuales, de salud reproductiva... Y mienten. Porque toda persona es sujeto de derechos (y deberes), pero ellos se “olvidan” de que aquí entran en conflicto los derechos de dos personas y se conculca el derecho básico de una de ellas: el derecho a la vida. Para eso niegan una y otra vez que el feto sea persona (lo consideran como un “tumor” en el cuerpo de la mujer y por eso proponen que sea ella quien decida sobre su futuro, sin contar siquiera con la voluntad del padre, a pesar de que esos tumores siempre tienen un padre...)

 

         ¡Con mi cuerpo hago lo que quiero! ¡Mi cuerpo es mío!, exclaman. Y hablan -como he escrito más arriba- de derechos sexuales y de salud reproductiva.

 

         Si el embrión o el feto no fuese otra persona, el Parlamento tampoco tendría nada que decir. ¿Acaso se han reunido nuestros políticos alguna vez para legislar acerca del tamaño que puede llegar a tener un tumor maligno para ser operado? No, porque se trata de una cuestión médica.

 

         Pero el aborto no es una operación. Así lo reconocen también quienes buscan su despenalización: pues no se hacen leyes para juzgar las dimensiones máximas de un tumor para ser operado, ni para decidir las dioptrías que puede tener un miope para afrontar con garantías de éxito una cirugía ocular, ni las condiciones de salud de una paciente para que se le practique una liposucción. Todo lo más que pueden hacer nuestros legisladores es exigir que antes de esas operaciones se elabore un dictamen médico. Sin embargo, ante el aborto dicen: “es lícito hasta tal momento de gestación” (por lo que reconocen que se trata de un conflicto interpersonal -ellos niegan la personalidad del feto en las primeras fases de su desarrollo para poder justificarse- y no de la extirpación de un tumor: además conocen bien el resultado de ese tumor si prosigue su desarrollo natural: un tumor fuera del cuerpo de la madre que solemos llamar niño).

 

         Se legisla sobre el aborto porque se reconoce el problema como una cuestión jurídica. Se trata de un conflicto entre dos personas (ver “Texto del veto del Presidente de Uruguay, Tabaré Vázquez, a la ley despenalizadora del aborto, el 14 de noviembre de 2008”). Una de ellas siempre inocente y sin posibilidad de “defenderse” (ni tan siquiera con el llanto, como haría un bebé maltratado), aunque sí intente “huir” de la legra que va descuartizando su cuerpo durante esa intervención dentro del útero materno...

 

         Si un hombre y una mujer entran en grave conflicto por desavenencias familiares, el inocente puede exigir al otro la separación y negarle los derechos conyugales que tenía, pero nunca puede demandar la muerte para su cónyuge. Cuando entre el niño en gestación y la madre hay un conflicto (de intereses), puede que la madre sea inocente de esa situación, pero lo absolutamente seguro es... ¡la inocencia del niño! Sin embargo, al hijo... lo condenan a muerte.

 

         Estamos ante un conflicto de derechos. Pero el derecho básico a la vida (que ya tiene quien existe) no se le puede quitar nunca a un inocente sin obrar contra toda justicia.

 

         ¡Qué contraste!

 

         Hace un año recibimos simultáneamente la noticia de que se habían practicado en España más de 100.000 abortos en 2006 y la estadística de 100 mujeres muertas por violencia de género en ese mismo periodo. Hace pocas semanas, el mismo día se nos informaba de los 112.000 abortos practicados en España en 2007 y de los 108 niños que -ese mismo año- habían perdido la vida en accidentes de tráfico. El periodista que daba esta noticia glosaba el dato diciendo que más de la mitad se habrían salvado si los niños hubiesen estado sujetos a una silla dentro del coche cuando se produjo el accidente.

 

         112.000 niños son más de mil veces las víctimas mortales infantiles producidas por accidentes de tráfico. Y yo me atrevo a glosar: muchos más de la mitad de esos niños habrían conservado la vida si se hubiera informado a sus madres de las consecuencias de esa intervención (con imágenes, vídeos y testimonios de quienes han abortado) y si se les hubiesen ofrecido otras alternativas (como las ayudas médicas, el apoyo económico o un proceso de adopción).

 

         Desinformación: la complicidad del silencio...

 

         No encontramos en la “Era de la comunicación”. En los últimos años, el acceso a fuentes de información ha crecido exponencialmente gracias a internet. Pero el exceso de datos tampoco facilita el acceso a la verdad: sabemos bien que, si diez personas desean informar de algo a otra, la mejor forma de conseguir que ésta no se entere es... que las diez personas hablen a la vez. Algo parecido sucede con el exceso de información.

 

         A menudo nos “bombardean” con información sobre multitud de mujeres que se encuentran en situación límite por un embarazo no deseado. Y se considera entonces que -aparte de la prevención para evitar ese tipo de embarazos- la única alternativa que les queda es el aborto (IVE o interrupción voluntaria del embarazo lo llaman para hacerlo menos duro). Sin embargo, hay algo que me resulta extraño. Muchos nos hemos estremecido ante las imágenes de abusos cometidos en la prisión de Abu Grahib durante la Guerra de Irak (bien se cuidaron los medios de comunicación de difundir esas imágenes). En contraste, a pesar de que cada año se practican en España más de cien mil abortos, y más de cuarenta y seis millones en el mundo... son muchas más las personas que nunca han visto las desagradables imágenes de esa práctica: ni en vídeo ni en fotos, a pesar de que la documentación gráfica sobre esta práctica es mucho más abundante que la de los malos tratos en Abu Grahib o la de violencia doméstica (no hablo aquí de simulaciones de este tipo de violencia para hacer anuncios contrarios a la misma).

 

         Estamos ante un silencio culpable (ver “La complicidad del silencio”): es una práctica monstruosa y extendida ante la que “preferimos” cerrar los ojos. Esta forma de actuar me recuerda la costumbre existente en algunos países nórdicos, en los que los coches fúnebres con cadáveres sólo circulan de noche, para evitar que la gente piense en algo tan “triste” como “infalible”: esta vida se termina al cabo de unos años.

 

         Pero cerrar los ojos ante una realidad es síntoma de inmadurez. Y cerrarlos ante una realidad monstruosa que se puede evitar (como el aborto) es una irresponsabilidad que nos hace culpables por omisión de esa grave injusticia. ¿Somos acaso una sociedad tecnológicamente desarrollada pero inmadura e irresponsable? Pienso que sí: no se explica de otra forma que la inmensa mayoría de las ciento doce mil mujeres que abortaron el año 2007 en España jamás hayan visto imágenes de abortos.

 

         Como decía antes, la realidad (triste realidad) es fácil de entender: el aborto no es una operación sino un infanticidio. Si no lo combatimos como otras injusticias (los malos tratos, la pornografía infantil, la pederastia) es porque cerramos los ojos (hay que cerrarlos -no basta con no mirar- para pasar por alto ante nuestra conciencia una práctica tan extendida). Y ningún embrión y ningún feto podrá nunca mostrar su disconformidad ni su protesta ante tamaña injusticia: PORQUE NO NACE. Y los que nacen... (como quienes ahora intentan legislar para desproteger aún más a los todavía no nacidos) ¡ya no se acuerdan de lo que fueron! Porque todos: esas mujeres maltratadas, los niños que sufren abusos, las personas discriminadas por motivos de raza, religión, condición social o sexo... igual que los políticos... igual que tú y que yo... ¡que cualquiera!... TODOS HAN SIDO, TODOS HEMOS SIDO EN EL COMIENZO DE NUESTRAS VIDAS EMBRIONES Y FETOS.

 

         Conclusión

 

         No podemos olvidar que detrás de cada aborto hay una mujer que sufre (que considera un “problema” tener ese hijo). Pero no podemos empujarla en esa huida hacia delante. ¿Y si legislamos ahora para quitar la vida a quienes “estorban” porque no tienen trabajo (no producen) y además cobran el subsidio por desempleo? ¿Y para eliminar a los enfermos de SIDA cuyo tratamiento tanto cuesta a la sociedad? ¿Y a los ancianos que tampoco producen?... ¿Estamos locos? Sí, estamos locos: porque legislamos “condenando a muerte” a los no nacidos con el pretexto de que algunos son no deseados, y no nos estremecemos ante el “Irak” de niños (por el número de muertes) que se da cada año en España, ante el “11-M” que cada día se produce en nuestros centros de salud (ver “¡Detengamos esta masacre!”), ni ante la “2ª Guerra Mundial” que (por el número de víctimas: en este caso de niños no nacidos) cada medio año tiene lugar en el Mundo.

 

         Hace poco, una conocida política española declaró: “El aborto no es un derecho, sino un fracaso”. Yo añado: no es una operación sino un crimen. Y una práctica hipócrita cuando teóricamente se encuentran más protegidos los derechos humanos en los países desarrollados.

 

                                                        Fernando del Castillo del Castillo

                                                        Marbella, 25 de diciembre de 2008