LA CIUDADELA
(Resumen de la novela de A.J.Cronin)
«La
caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es
jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no
toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad.
Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta» (1 Cor 13, 4-8)»
Andrés
era un médico prestigioso que vivía en Londres. Estaba casado con Cristina, que
lo amaba profundamente. Fueron pasando los años: el médico fue enamorándose cada vez más de su
profesión mientras que la mujer no era correspondida en su amor. Después de
intentar ganárselo con multitud de detalles, al ver que su marido seguía
más enamorado de su trabajo que de ella, se resignó a seguir queriéndolo
y sacrificándose por él un día y otro, aun sin ser correspondida.
Un día, en el transcurso
de una operación, la negligencia grave de un compañero suyo causó la muerte de
un paciente. -¡Qué hemos hecho!, exclamó (pues también él había
participado y se sentía responsable). Pero su compañero -evidentemente, menos enamorado
que él de la medicina- no le dio mayor importancia: -Son riesgos de la
profesión, pero no te preocupes, porque le diré a su viuda que se complicaron
las cosas en una operación difícil y no pudimos hacer nada por salvarlo.
El
médico regresó desolado a su casa. Su mujer lo esperaba cariñosa y servicial
como siempre. Entonces él recapacitó: -He sido un egoísta hasta ahora.
-Perdóname, le dijo a su mujer, a partir de ahora voy a corresponder.
La mujer reconoció que en ese momento se sentía más feliz que nunca. Empezaron
a hacer planes como cuando eran novios o estaban recién casados. Al día siguiente ella se
reprochó que permanecía sentada y hablando cuando él llegó cansado de su trabajo:
¡estoy comportándome como una colegiala! Le obligó a sentarse y salió corriendo
a comprar un tipo de queso que a él le gustaba especialmente... (-Ni
siquiera ahora se reserva para sí, pensó Andrés avergonzado por su poca
correspondencia hasta entonces). Poco después de salir Cristina a la calle, una
señora llamó a la puerta de casa y, con la cara descompuesta, le dijo: -¡Su
mujer!... El médico se asomó corriendo (con un presentimiento muy malo)...: en
la calle había revuelo... Un tranvía había arrollado a su mujer cuando cruzaba
corriendo y sin mirar la calle, después de comprar el queso que a Andrés tanto
le gustaba. Cristina apenas había tenido tiempo en esos días de manifestar lo
mucho que lo quería y la alegría de verlo así: recuperado en el amor y
cariñoso.
-Realmente
yo no merecía una mujer como ella. La he tenido junto a mí tantos años sin
saber quererla, sin corresponder a su entrega... Por eso, ahora que la había
descubierto, Dios se la ha llevado. Yo no era digno de ella. Y ahora debo pagar
mi egoísmo de tantos años ofreciéndole este nuevo dolor...
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En ocasiones es alguien de nuestra
familia: la madre, el padre, la mujer o el marido, la abuela, un hermano...
Viven a nuestro lado y -ante nuestra falta de correspondencia a sus desvelos- no
sólo no nos dejan de lado sino que continúan desviviéndose por nosotros con la
esperanza de ayudarnos a salir de nuestro egoísmo.
Y a menudo,
desgraciadamente... no correspondemos. Y sólo caemos en la cuenta de lo que tenemos (de quienes tenemos
cerca) cuando ya... no lo tenemos (cuando han muerto o ya no pueden recibir
conscientemente nuestro cariño).
Muchas veces
es el mismo Dios quien, como un novio que ronda a su novia, nos requiere una y
otra vez sin encontrar correspondencia por nuestra parte. Bastaría con que
mirásemos un crucifijo para recapacitar:
-¡Qué egoísta he sido!... Y caer de rodilllas ante el sacerdote, reconocer
humildemente nuestros pecados y recibir su perdón que -igual que le sucedía a
Cristina con Andrés- Dios está deseando concedernos...(ver CONFESIÓN)
Fernando del Castillo del Castillo