¡HE
APRENDIDO A QUERER DE VERDAD!
(La alegría de amar cuando Dios está en el alma…)
(Historia real con detalles modificados por discreción)
(junio de 2006)
Víctor y Juan eran amigos desde
hacía tiempo. Juan subía todos los fines de semana a Ronda desde Marbella
(ciudad en la que vivía y trabajaba como profesor). Víctor era militar. Un día
quedaron para comer en su casa de Ronda. Allí se encontraban también otros dos
amigos suyos: Jumi y Jorge. A raíz de ese almuerzo,
Juan quedó alguna vez más con ellos, pero el trato no pasó de la confianza
propia entre simples conocidos. (En una de esas ocasiones, estando Jumi con su novia en la terraza de un bar,
Víctor y Juan -que salían de tomar algo en otro sitio- se sentaron a hablar con
ellos: Juan aprovechó para darles algunos consejos indirectos -mediante historias y anécdotas- sobre el noviazgo, pues
sabía que ese noviazgo estaba perjudicando a Jumi...)
(…)
(13
de enero de 2007) «Feliz año nuevo juan.me e conprao un movil ya me puedes mandar msj que
me yegaran jaja.me yego tu carta,muchas
gracias. espero verte pronto 1abrazo.» A Juan
le sorprendió recibir este mensaje de Jumi, pues no
tenía noticias suyas desde meses atrás (a comienzos del verano). Le alegró
porque quería hablar con él. Sin embargo, su alegría se tornó en preocupación
cuando, tres días después, recibió el siguiente mensaje:
(16
de enero de 2007) «El viernes nos vemos tioo Y cenamos algo.toy pasando
una racha mala.e hablado con victor.venga
tio ata el viernes.1abrazo.»
La cosa se fue aclarando al escribirle
Víctor (que estaba participando en una misión del Ejército Español en el
extranjero):
(17
de enero de 2007) «Q tal estas? Como esta tu madre? Y tu hermano? Me estoy leyendo el libro d san agustin
desde el principio haber si lo acabo.Jumi esta jodido
por la novia.»
(…)
Y llegó el viernes-19. Jumi trabajaba en el abastecimiento de una gran empresa y
ese día tenía turno de tarde. Quedaron a las 10:30 de la noche y cenaron en un bar…:
-“Mi novia me mandó hace cinco días
un mensaje diciendo que se acabó todo. Estoy hecho polvo. Tío, yo pasaba de ella y no me importaba buscar
a otras. No me he portado bien con ella. ¿Por qué me siento tan mal ahora?
¿Será que la quiero? Cuando me cruzo con ella ni me saluda y no lo puedo
aguantar” (decía Jumi entre lágrimas).
-“Jumi,
nunca la has querido -le dijo Juan sin ambages-: sólo te has aprovechado de
ella. Es más: nunca has querido de verdad a una mujer. Y quizá sea éste el
momento de reconocer -precisamente ahora que estás hundido- que debes cambiar
en eso, que debes aprender a querer. Y que también debes contar con Dios en tu
vida, porque lo has puesto entre
paréntesis durante años. ¿Conoces la historia de “El ruiseñor y la
rosa”?...” (Jumi escuchó en silencio).
-“Tienes razón, tío. Tengo que
confesarme (aunque, ¡no lo he hecho desde mi Primera Comunión!). Y tengo que
cambiar. Pero, entonces... ¿tú crees de verdad que no la quiero? Porque a lo
mejor lloro porque ahora he empezado a quererla...”
-“No te engañes, Jumi,
nunca la has querido. Muchas veces pensaste en dejarla (cuando pasabas de ella), y no lo hacías por lástima, pero controlabas la situación. De repente has visto que ha sido ella la que te ha dejado.
Perdona que sea tan duro contigo (lo hago porque quiero ayudarte): tus lágrimas
cuando te dejó hace unos días no fueron de amor, sino de amor propio, pues por primera vez no te veías dueño de la situación y empezabas a sentirte solo. Si hubieses cortado tú la relación (y muchas veces
has estado a punto de hacerlo) ahora no estarías sufriendo, pero no has tenido
tú la iniciativa: por eso te duele”.
(Juan prosiguió. Su amigo escuchaba
en silencio) -“Hay un autor inglés, Cronin, que cuenta en su libro “La Ciudadela” una historia que puede ayudarte. Habla de un hombre,
médico prestigioso, que vivía en Londres. Estaba casado con una mujer que lo
amaba. Pero ella no era correspondida en su amor. Después de intentar ganárselo con multitud de detalles, al
ver que su marido seguía más enamorado
de su trabajo que de ella, se resignó a seguir queriéndolo y entregándose a él
un día y otro, aun sin ser correspondida”.
“Un día, en el transcurso de una
operación, la negligencia grave de unos compañeros suyos causó la muerte de un
paciente. -¡Qué hemos hecho!, exclamó
(pues también él había participado). Pero sus compañeros -evidentemente, menos enamorados que él de la medicina- no le
dieron mayor importancia: -Son riesgos de la profesión, pero no te preocupes,
porque le diremos a su familia que se complicaron las cosas en una operación
difícil y no pudimos hacer nada por salvarlo.”
“El médico regresó desolado a su
casa. Su mujer lo esperaba cariñosa y servicial como siempre. Entonces él
recapacitó: -He sido un egoísta hasta
ahora. -Perdóname, le dijo a su mujer, a
partir de ahora voy a corresponder. Pero ella, llena de alegría, le obligó
a sentarse y salió corriendo a comprar productos para preparar un postre que a
él le gustaba especialmente... (-Ni
siquiera ahora se reserva para sí, pensó el médico avergonzado por su poca
correspondencia hasta entonces). Apenas salió ella a la calle se oyó un gran
ruido y muchos gritos de la gente. El médico se asomó corriendo (con un
presentimiento muy malo)...: un carro de caballos había arrollado a su mujer.
Lo intentaron todo, pero ella -después de manifestarle en sus últimas palabras
lo mucho que lo quería y la alegría de verlo así: recuperado en el amor y cariñoso- falleció enseguida.”
“-Realmente yo no merecía una mujer como ella. La he tenido junto a mí
tantos años sin saber quererla, sin corresponder a su entrega... Por eso, ahora
que la había descubierto, Dios se la
ha llevado. Yo no era digno de ella. Y ahora debo pagar mi egoísmo de tantos
años ofreciéndole este nuevo dolor.”
-“Jumi,
continuó Juan, en esta historia tú eres el médico. Y la mujer, ¿sabes quién
es?...”
(Por un momento Jumi
pensó en su ex-novia).
-“No -respondió Juan- la mujer es
Dios: que lleva tantos años rondándote
sin que tú le hagas caso.”
(Jumi
rompió a llorar. Juan respetó su dolor manteniéndose en silencio. Tras enjugarse
las lágrimas, no deseaba seguir comiendo. Salieron del bar
y, circulando por la ciudad y los alrededores en el coche, prolongaron su
conversación hasta la madrugada).
Cuando se despidieron, Juan le
entregó un pequeño guión que podía ayudarle a prepararse una buena confesión. Ya
desde su casa, aún tuvo tiempo Jumi de enviar a su
amigo un mensaje corto con el móvil (eran ya las dos y cuarto de la madrugada):
«Muchas
gracias amigo.duerme bien.eres
un maquina.gracias.»
Al día siguiente: «me dao cuenta que mi vida tenia que cambiar.toy
super bien gracias amigo.» Y tres días
después, entre altibajos de ánimo: «me dao cuanta no podia seguir asi,gracias
tio,ya toy entrenando,ahora queda limpiarme por dentro»
Llegó el viernes-26, día previsto
para esa limpieza. Juan le presentó
un sacerdote amigo suyo. 40 minutos después Jumi dijo
feliz a su amigo: -“¡Le he contado todo!” -“Tío, no sabes bien: cuando me he
puesto de rodillas y le he escuchado: Yo
te absuelvo... ¡qué bien me he sentido! ¡Hala, todo limpio!”
Juan le propuso cenar en su piso y
salir después a tomar unas cervezas para celebrarlo. -“¡No!, contestó Jumi, vamos a cenar a una pizzería”. Y así lo hicieron.
En la pizzería se encontraron con
tres amigos de Jumi: Paco, Álex
y Toni. -“¿Nos sentamos con estos locos?”, preguntó Jumi
tras saludar a sus amigos.
Por la alegría que sentía en ese
momento, se le escapó varias veces en
la conversación que acababa de confesarse y que ahora se encontraba muy bien. Álex, que trabajaba en un taller, comentó: -“Hasta los 17
años yo estuve dando catequesis en mi parroquia”. Le preguntó Juan: -“¿Y ahora?
¿Se ha quedado aquello sólo en una bonita teoría?
¿Cuánto tiempo llevas sin confesarte?” Y le propuso a Jumi
que les contase a sus amigos la historia de “El ruiseñor y la rosa”, pero éste
pidió a Juan que fuese él quien lo hiciera.
Escuchándola, todos se quedaron “pillados”. Al acabar, Paco exclamó:
-“¡Tío, tengo que confesarme!” (No lo hacía desde su Primera Comunión y ahora
tenía 18 años). -“A veces me despierto intranquilo a medianoche y pienso que
debo hacerlo: ¡He sido muy malo!” (Y
empezó a contar algunas de sus “hazañas” cuando estudiaba en el Instituto).
-“La verdad es que se siente uno muy bien al confesarse”, respondió Álex recordando lo que él mismo vivía cuando daba
catequesis (ahora contaba con 26 años): -“También yo voy a hacerlo”, apostilló.
(Toni permanecía en silencio)
Siguieron hablando... Antes de
acercarse a un bar para tomar algo después de la
cena, pasaron por casa de Juan (estaba cerca) para que les diese otros tres
guiones con un examen de conciencia y una breve explicación sobre el modo de
confesarse. Terminaron su conversación ya tarde. Y se despidieron.
Al día siguiente Jumi
estaba feliz. Pero su felicidad se veía enturbiada por el recuerdo de su
antigua novia: «JUAN TENGO GANAS DE MORIRME.VAYA BAJON CON
ETA TIA QUE FUERTE.QUE HAGO AMIGO.BUFF
LA MÑA SE ME VA HACER LARGA!TOY REZANDO TOY HUNDIDO.TE YAMO A LAS 3», le escribió desde una
cabina próxima a su lugar de trabajo. Juan le insistía en que esa herida, al estar ya limpia, cerraría bien.
Pero eso iba a requerir algún tiempo. Le aconsejó -ahora que no tenía ese
afecto humano- que cultivase los otros amores humanos: el amor de su madre, el
de los muchos amigos que tenía, y el amor de Dios que -por la gracia- tenía
ahora dentro de su alma. Y le aconsejó que, en esos momentos de “bajón” (de
desánimo y tristeza profunda), trajese a su memoria el recuerdo de detalles
concretos en los que se había manifestado el afecto de su madre, de sus amigos
y el mismo amor que Dios le tenía. Porque todo hombre necesita amar y sentirse
amado para ser feliz. Así que Jumi no tenía ningún derecho a sentirse solo. En cuanto a la tristeza, Juan le
recordó que sus amigos lo necesitaban alegre (por lo que tampoco
tenía derecho a ponerse triste). Jumi lo comprendió bien: «tengo que vencer con vuestra ayuda.tengo que ser feliz.ata
pronto amigo.»
El siguiente viernes le llegó su turno a Paco. También permaneció más
de media hora confesándose con el sacerdote amigo de Juan. Y salió feliz.
Telefoneó a Toni para que llevase su coche. Y fueron
en busca de Jumi (a la salida del trabajo) y a casa
de Álex. Volverían a cenar los cinco juntos. La
alegría iba extendiéndose...
Dos semanas después, cuando Juan
quedó con Álex, éste le comentó que también él se
había confesado dos semanas atrás.
Además, la herida (afectiva) en el alma de Jumi se
había cerrado. Y no lo había hecho en
falso. -“¡Estoy curado!” “¡Jumi vuelve a la felicidad!”, exclamaba Jumi reconociendo que ya no había sombras de tristeza en su alma. Pero -a diferencia de la alegría
que sentía antes de que lo dejase su novia- ahora tenía a Dios, por su gracia,
en el alma: presidiendo sus acciones
y acompañándolo en todo momento: -“¿Sabes?
He aprendido una cosa muy importante: ¡He aprendido a querer! ¡A querer de verdad!”
Había valido la pena atravesar esa
crisis sentimental para curar de raíz el mal que le aquejaba. Como él mismo
reconocía: ahora sí estaba capacitado
para amar de verdad también a los demás.
Fernando del Castillo
del Castillo