¡Ya era hora!...

(amistad  y apostolado)

 

            Aquel muchacho estudiaba COU (el curso previo a la Universidad). Desde pequeño había asistido a clases en el mismo Colegio (antiguo filial del Ramiro de Maeztu en Madrid). Muchos de sus compañeros lo habían sido durante los últimos doce años, y otros habían empezado a serlo poco después (al incorporarse al Colegio en cursos posteriores). Él era consciente de que, cuando empezase a estudiar en la Universidad, perdería el contacto con la mayoría, por lo que decidió mantener al menos una conversación con cada uno a lo largo de ese curso sobre un tema que le parecía fundamental en su propia vida: Dios y la vida de relación con Él.

 

            Fue un año especial el 82: en los primeros días de noviembre, España disfrutaría de la Primera Visita Apostólica de Juan Pablo II. La reacción de la gente ante la cercanía de este Papa “viajero” superó las previsiones de los más optimistas. Todos –también los más jóvenes- queríamos que nos diesen mucha “caña” (y el Papa nos la dio, ¡vaya que si la dio!...). Los edificios de Madrid se llenaron de pancartas, pues queríamos dar al Papa una calurosa bienvenida. También se difundió la costumbre de lucir prendidas al pecho unas chapas metálicas con el lema de Juan Pablo II: Totus tuus (oración que dirige a la Virgen) y una frase que inventaron los mexicanos y que los españoles repetiríamos hasta la saciedad en los encuentros con el Papa: Juan Pablo II te quiere todo el mundo. La “chapita” en cuestión fue el tema con el que ese muchacho abordo la conversación con su amigo Antonio:

 

            -“Oye, me he fijado que –igual que yo- durante los días que ha estado el Papa entre nosotros llevabas una chapa con el Totus tuus. Verás, tenía interés en hablar contigo de estos temas: Dios, la religión, tu vida...”

 

            -“¡Ya era hora!”, espetó Antonio. -“Veía que de vez en cuando hablabas de Dios con éste y con el otro –que son más amigos tuyos-, pero a mí nunca me decías nada. Y yo pensaba: ¿será que yo no importo?...”

 

            El muchacho se quedó frío. Enseguida recordó aquello del paralítico que esperaba su curación en el borde de la piscina desde hacía muchos años: cuando llega Jesucristo, él se queja de que lleva mucho tiempo esperando curarse, pero que no ha podido porque cada vez que el ángel remueve las aguas de la piscina, otro enfermo llega antes que él para tirarse al agua y curarse: hominem non habeo! (¡no tengo a nadie que me empuje a la piscina!)... En este caso, si el muchacho no llega a tomar la decisión de hablar con todos sus compañeros a lo largo de ese curso, tampoco habría tenido una conversación a fondo con su amigo Antonio y éste habría podido reprocharle –quizá en el Juicio final- que... ¡no había tenido a nadie que le indicase cómo debía actuar! (y realmente sí lo había tenido durante esos años).

 

*********************

 

            Muchas veces he recapacitado sobre este sucedido. A menudo, cuando tenemos que afrontar algún asunto difícil con otro amigo -más si se trata de la salud de su alma-, nos da la impresión de que nunca es el momento adecuado, de que esa persona no va a recibir bien -en su situación actual- las cosas que le digamos.

 

            Sin embargo, debemos considerar que quizá seamos nosotros el único apoyo que Dios va a ofrecerle para reorientar su vida. Y, si somos verdaderamente amigos de alguien, no podemos permitir que -por nuestra comodidad- esa persona tarde en encontrar aquello que le va a procurar una cierta felicidad ya en esta vida y que -por nuestra negligencia- ponga en peligro también su felicidad eterna.

 

            Una frase lapidaria de San Agustín glosa esta idea de forma contundente: Ille veraciter amat amicum, qui Deum amat in amico, aut quia est in illo, aut ut sit in illo. Propter aliud si nos diligimus odimus potius quam diligimus (Serm.336,2) -Ama verdaderamente al amigo quien ama a Dios en el amigo, o porque está en él o para que esté en él. Si queremos por otro motivo, odiamos más que queremos.

 

Fernando del Castillo del Castillo