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ELOGIO DE MI PADRE

 

         ¿Qué decir de mi padre? Podría hablar de su expediente laboral impecable -cuarenta años trabajando en Unión Eléctrica, llegó a su jubilación como Jefe de Personal-, del prestigio que tenía también entre sus subordinados (que le apreciaban, pues se sabían queridos y ayudados por él), de todo lo que hizo por sus hijos y por mamá, de su esfuerzo por ayudar humanamente y en su formación cristiana a tantos amigos y familiares…

 

            Pero, al releer la carta circular que escribí una semana después de írsenos al cielo -todavía con lágrimas en los ojos- me ha parecido que el mejor elogio será transcribirla entera (¡cuánto agradezco que mi buen amigo Pedro Podrid me haya dado una copia de la que recibió!, pues yo no conservaba el original).

 

            Cuando la escribí, pedí que su lectura quedara reducida sólo al ámbito familiar o de amigos íntimos, y que se evitaran comentarios: fue una reacción lógica de pudor al manifestar mis sentimientos. Pero ahora -permanecen en la intimidad algunos detalles de mi última conversación con papá y de otras posteriores con mis primos- no siento pudor al reproducir íntegramente esas letras:

 

Madrid, 10 de agosto de 2002

 

Queridos todos:

 

            Durante estos días he tenido la sensación de vivir un “sueño” (un mal sueño), pero la realidad se impone: mi padre ya no se encuentra físicamente entre nosotros. Mientras regresaba de Sigüenza a Madrid, después del entierro, estuve dándole vueltas al modo de agradeceros todo lo que habéis hecho por él, por mi madre y por todos nosotros en estos días tan duros. Veía que, una vez más, iba a faltarme tiempo para poner diligentemente unas letras a cada uno: así que, finalmente, he decidido escribir una carta circular. Y aquí me encuentro, redactándola por la noche –nuevamente, con poco tiempo-, antes de regresar a Marbella. Os aviso: no soy portavoz de nadie (pues no he dicho nada a mis hermanos de estas letras), pero sé que mis hermanos y mi madre comparten el mismo sentimiento de gratitud hacia cada uno de vosotros.

 

            Me diréis: “-Si soy hermano, sobrino, primo… amigo suyo. ¿Qué vais a agradecerme si era de justicia actuar así con él?” Y os respondo: -Bien sabéis que el dolor es más intenso cuando el fallecido es padre, madre o cónyuge de uno. Por eso debemos mostraros agradecimiento.

 

            Algo de “historia”: Conocéis que, durante la primera quincena de julio, mi padre tuvo que interrumpir sus vacaciones en Sigüenza por un problema pulmonar. Fue ingresado en la Clínica la Concepción, de Madrid. De allí salió apenas cuatro o cinco días para volver a ingresar a final de mes. Durante los días de su primer internamiento y los pocos que salió de la Clínica, pude visitarlo en tres ocasiones (pues me encontraba descansando en Cercedilla). El 4 de agosto (estando nuevamente él en el Hospital) me dirigí de Marbella a Madrid: deseaba verlo y visitar también a mi madre y hermanos el día 5; el 5 por la tarde iría a Sigüenza donde permanecería el 6 visitando a tíos y primos de allí y de los alrededores; y el 6 por la noche regresaría a Marbella. Pero… -¡menos mal que adelanté mi primera visita al Hospital al día 4, nada más llegar!- Dios tenía otros planes, y quiso llamar a papá a su presencia en la madrugada del 4 al 5.

 

            Sinceramente, no esperaba su muerte. Es más, lo vi tan bien el día 4 que intenté telefonear desde la Clínica a Sigüenza para que hablase él mismo con algunos de la familia y tranquilizarlos así respecto a su estado de salud. Por eso el golpe fue muy fuerte. Y lloré como un niño chico. Pero mayor aún que el sufrimiento de los hijos ha sido el de nuestra madre.

 

             Tengo el convencimiento de que papá se encuentra ya en el cielo. Por la conversación que tuve con él el mismo día 4 por la tarde, y por las que mantuvieron otros familiares en días anteriores… se ve que miraba la muerte como algo próximo, casi inmediato e incluso familiar. Y lo mismo le sucedía con el cielo. Ahora él es inmensamente feliz: por eso, cuando hemos llorado, lo hemos hecho por nosotros y no por él.

 

            Nos ha dado ejemplo de caridad y de justicia, de tantas virtudes: ¡de santidad!, en una palabra. Es un ejemplo para imitar y no sólo para admirar. También tenía defectos -como nosotros-, pero luchaba y -con la gracia de Dios- procuraba mejorar. En estos días, mientras conversábamos en la familia, ya “hechos” a la nueva situación, frecuentemente ha surgido este comentario: -Papá nos está viendo ahora, ¿verdad? -Sí, y es un acicate para obrar mejor: para seguir su ejemplo de hombre, viviendo exquisitamente la justicia; su ejemplo de padre, marido, hermano…, desviviéndonos como él por quienes nos rodean (empezando por la propia familia); su ejemplo de cristiano, acudiendo con sencillez y humildad a confesarnos, frecuentando la Eucaristía, viviendo una profunda vida de oración. Ahora él nos ayudará de forma más eficaz en esas pequeñas luchas.

 

            No voy a pediros después de esto que dejéis de rezar por él, pues esa oración nos beneficiará a cada uno de nosotros si a él ya no le hiciera falta. Pero sí que os acordéis mucho de mi madre y de todos sus hijos. Deseo insistiros especialmente en la oración por mamá (y pienso que no es preciso dar más explicaciones).

 

            Antes de despedirme, vuelvo a agradeceros vuestra oración y vuestro cariño a todos: tanto a los que nos acompañasteis físicamente en esos momentos duros, como a los que -por cualquier razón- sólo lo hicisteis y lo hacéis espiritualmente (esto es lo esencial). Intentaré corresponder con mi pobre oración.

 

            Os quiere y os abraza,

 

                                                                       Fernando

 

            P.D.: Estas letras son para vosotros y vuestros familiares. En realidad se trata de un desahogo del corazón. Por eso siento cierto pudor al enviároslas. Espero que no salgan del ámbito familiar o de amistad al que se orientan. Y que tampoco sean objeto de especiales comentarios: me produce una enorme repugnancia el solo pensamiento de llegar a ser la “comidilla” de algunas tertulias.

 

            ¡Dichosos ya los muertos que mueren en el Señor! Sí (dice el Espíritu), que descansen de sus fatigas, porque sus obras los acompañan” (Apc 14,13) –Las buenas obras que han acompañado la vida de papá -de las cuales sólo conocemos algunas- hacen innecesario extender más este elogio. Sufficit! -Sobran las palabras...

 

Marbella, 5 de junio de 2005

 

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