MI HERMANO JESÚS
Marbella, abril-mayo de 2007
Hace
cinco años se nos fue papá (Dios se lo llevó, bien preparado, dos meses después
de celebrar sus bodas de oro). Esta vez ha sido Jesús (el 31 de marzo) después
de una enfermedad que le diagnosticaron como cáncer en septiembre pero que
venía desarrollándose desde tiempo atrás. Sin embargo, el hecho de que este
desenlace fuese “esperable” no lo hace menos doloroso.
Para
muchos ha sido una “sorpresa” porque no sabían nada. Cuando le diagnosticaron
su enfermedad, el cáncer se encontraba ya muy avanzado. No obstante,
manteníamos la esperanza de vencerlo. Ya conocéis a mi hermano (y ese “pudor”
invencible que sentía a “airear” las cosas que le sucedían). El respeto a
nuestro hermano ha sido la razón por la que muchos no os enterasteis hasta el
día de su fallecimiento de lo que estaba pasando.
He
estado dándole vueltas A TODO LO SUCEDIDO (no podía ser de otra forma). He
agradecido el apoyo y las oraciones de muchas personas durante todo este
tiempo. Como se trataba también de que Jesús se sintiese “cómodo”, tuvimos que
pedir ese apoyo de la oración a mucha gente evitando que él se enterase
(personalmente, reconozco que -entre alumnos y padres de mi Colegio, amigos y
conocidos- eran cientos las personas que desde hace tiempo estaban rezando y
ofreciendo pequeños sacrificios personales a Dios en Ronda, Marbella, Fuengirola...) Pero hay que seguir.
Pensando
en la fórmula de canonización que estableció el mismo Jesucristo y que
recogen los Evangelios -benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me
disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estaba desnudo y me
vestisteis, enfermo y en la cárcel...-, parece claro que podemos esperar un
buen premio para mi hermano. Porque conocemos la preocupación grande que ya
tenía siendo muy joven por los desfavorecidos, y porque -ya en el instituto-,
muchos de sus alumnos y compañeros del trabajo se han beneficiado de ese deseo
de servir que ha albergado siempre en su corazón (a veces con un consejo o,
sencillamente, con su compañía). Otra cosa es que tanto servicio haya pasado a
menudo inadvertido por ese “pudor” del que hablaba al principio, y que también
llegaba a estos aspectos.
Sin
embargo, digo que hay que seguir rezando porque quizá queden cosas que
purificar para que llegue a dar un abrazo grande a Dios y a la Virgen en el cielo. Y
pienso que es de justicia -porque lo queremos y porque le debemos mucho-
ayudarle a dar ese paso cuanto antes. Por otra parte
he pedido oración por toda la familia. Sé que es un poco egoísta hacerlo, pero
soy sincero cuando os digo que nos hace mucha falta.
Pienso
que debemos este agradecimiento a muchos. A algunos apenas los conoceré pero he
visto la lealtad y el cariño que tenían a nuestro hermano (cariño que ha hecho
brotar lágrimas en sus ojos, igual que brotaban en los nuestros). Sé las cosas
buenísimas que Jesús contaba de cada uno, por lo que veo que el afecto era
correspondido (como sucede en cualquier relación auténtica de amistad).
Hablando con mi hermano José Antonio, también pensamos en los muchos amigos que
Jesús había hecho y mantenía en Grado (Asturias), donde vivió y trabajó diez
años después de sacar la Oposición a Cátedra. Pero no sabíamos -ni sabemos- de
qué forma llegar a ellos.
Esos días
nos encontramos mejor rodeados de tanta gente. Creo que se entiende: estábamos como
muy "sensibilizados" tras la muerte de nuestro hermano. Lo queríamos
un montón -y lo queremos, porque "la muerte no es el final", como
dice esa canción militar-, y sabemos que ya no lo tendremos físicamente cerca
mientras vivamos. Y eso duele mucho. Es verdad que la cercanía de los amigos no
va a "suplir" esa ausencia, pero sí es un "bálsamo" que
amortigua el dolor. También sé que conforme pase el tiempo (ya nos sucedió con nuestro
padre) el sentimiento será menos fuerte (lo cual no significa que disminuya el
cariño que le tenemos), pero especialmente en esos días... NECESITAMOS sentir
cerca a los amigos. Subrayo lo de sentir porque no basta con un saber “que me
apoyan”: uno necesita ver a sus amigos, hablar con ellos, tenerlos cerca para
que el "bálsamo" del que hablaba "funcione".
Meditando
sobre la muerte de Jesús, me vino a la cabeza el pasaje de la curación que
Jesucristo hizo de un paralítico al que sus amigos descolgaron por un agujero
desde el techo de la casa. Miré los tres primeros Evangelios que recogen esa
curación y vi que... ¡todos! recogen que Jesucristo
viendo la fe de ellos (de los
amigos) le dijo al paralítico: “Tus pecados te son perdonados”. Y después le
curó la parálisis para mostrar que el perdón había sido concedido. Tanta gente
rezando por Jesús (¡cientos!)... me ayuda a pensar que Dios se lo ha llevado
bien preparado.
Un mes más
tarde (el 8 de mayo) fue el homenaje que le hicieron en el instituto Salvador
Dalí, donde trabajaba. Todos -alumnos y profesores- se volcaron. Quería
recordar sólo una idea sobre la tarea que desarrolló Jesús durante esos años:
él no redujo su trabajo a fomentar en sus alumnos el amor al griego y a la
cultura clásica (en el sentido más amplio), sino que llegaba a hacer suyas
todas las preocupaciones que tenían y se implicaba
para encontrar soluciones. En pocas palabras, podemos decir que había
incorporado su felicidad (igual que la de cada uno de sus amigos) como objetivo
-y objetivo fundamental- de la propia felicidad.
Por eso dedicaba su tiempo sin reservas cuando descubría que alguno de sus
compañeros o algún alumno lo necesitaba.
Ahora
tenemos que corresponder con lealtad a esa entrega y disponibilidad suyas.
-¿Cómo? -Muy sencillo: siendo felices. -Ya, pero no es tan fácil ser felices.
Si lo fuese, como todos deseamos serlo, el mundo estaría desbordante de
felicidad, pero no es así… Y es que no resulta tan sencillo alcanzar siquiera una brizna de auténtica felicidad… Sólo conozco una forma auténtica de ser
feliz: amando, queriendo a los otros, pero de verdad, con una verdadera
entrega. Los filósofos clásicos distinguían dos formas principales de amar: el
amor de egoísmo (o de autocomplacencia) y el amor de amistad (o benevolencia).
El primero no es malo (sería absurdo “amar” una cerveza, un coche, un viaje…
por un motivo distinto al beneficio que me proporcionan). El peligro surge
cuando ese amor se aplica a otra persona. A veces puede resultar conveniente
amar de forma egoísta a alguien (un panadero con el que sólo tenemos la
“vinculación” del buen pan que nos vende).
También en el amor de entrega, de amistad,
puede darse algún aspecto egoísta sin que deba preocuparnos (¿o va a ser malo
ahora que a un novio le apetezca estar con su novia, a un marido con su mujer,
o a unos amigos juntos entre sí?) El problema surge cuando el egoísmo predomina
y acaba eclipsando la entrega. Porque
amar -según decía el filósofo alemán Joseph Pieper-
es “mirar a la persona amada y pensar: realmente
es bueno, muy bueno, que tu existas”.
Algunas
campañas publicitarias nos presentan al joven como un individuo que sólo busca
el placer y evita el dolor: individuo absolutamente incapaz de amar. Y a veces
los educadores -¡qué pena!- no nos hemos rebelado
contra esa imagen falseada del joven: “embrutecido”, “olla a presión” de
instintos pero sin ninguna voluntad.
Lo
absolutamente necesario es amar. Con un amor de entrega. Somos animales y no
podemos evitar sentir inclinaciones (que, además, son buenas). Pero
somos libres (y en esa libertad radica la capacidad de amar -no sólo de
desear- y de ser feliz). El amor de entrega debe empapar nuestras relaciones
con las demás personas (en ese cuádruple aspecto del
amor humano que señalaba el escritor inglés C. S. Lewis:
el afecto, la amistad, el eros y la caridad).
Pero
a veces fallamos, y el egoísmo
predomina en algunas de nuestras relaciones. Y eso nos aísla (aunque estemos
físicamente rodeados de personas). Errare
humanum est (no sé
quién dijo esto por primera vez, pero todos conocemos la expresión: equivocarse
es humano). Sin embargo, a mí me gusta añadir que más humano aún que
equivocarse es pedir perdón. Por eso pienso que debemos animarnos a no
“tirar la toalla” cuando descubrimos habernos dejado arrastrar por el egoísmo:
hay que saber decirle a la novia o al novio, al cónyuge, al amigo, al padre o al
hermano…: -“He ido a mi bola:
perdóname, procuraré que no suceda en adelante” (aunque quizá poco después
debamos pedir nuevamente perdón, ¡somos tan débiles!...)
Y
con Dios igual: quizá lo descubramos -utilizando esa imagen magnífica de Lope-,
aporreando la puerta de vuestra alma,
mientras que cada uno de nosotros permanece como describe el poeta en los
últimos versos de aquel soneto: “¡Cuántas
veces el ángel me decía: / alma, asómate ahora a la ventana, / verás con cuánto
amor llamar porfía! / ¡Y cuantas -Hermosura soberana-
/ ‘mañana le abriremos’, respondía, / para lo mismo responder mañana”.
Retomando
lo que decía: mañana es un adverbio que no debe existir en nuestro
lenguaje cuando se trata de pedir perdón: tampoco con el novio o la novia, el
cónyuge, el amigo, el padre o el hijo, el hermano… Si actuamos así, creceremos
en nuestra capacidad de amar (de amar generosamente) y llegaremos a ser muy
felices (dentro de la limitada felicidad que somos capaces de conseguir ahora).
Y siendo felices, estaremos correspondiendo a todos los sacrificios que Jesús
ha hecho para remover obstáculos que se presentaban en el camino de sus alumnos
y de sus compañeros de trabajo (ahora ninguno podemos defraudarlo en esa lucha)
No
se nos olvidará el recuerdo del homenaje que le hicieron: comprobamos cuánto lo
querían también sus alumnos. Y pudimos entender mejor por qué él los quería
tanto: son muy majos.
Antes
de terminar quiero recordar algo que -dentro del dolor- nos sirve de consuelo:
mamá no ha llegado a sufrir la pérdida de su hijo mayor, porque el estado
avanzado de su alzheimer le ha evitado este mal
trago. Llegué a Madrid el domingo-1
a primera hora de la mañana. Ya en Leganés,
José Antonio y Mari Carmen se acercaron a Misa mientras Fernando (mi cuñado) y
yo fuimos al tanatorio. Cuando terminaron mis hermanos y llegaron al tanatorio,
me acerqué en Metro a Alcorcón para ver a mi madre.
Fuimos a Misa juntos. Antes de empezar, hable con el sacerdote que iba a
celebrar y le pedí que rezara por Jesús. Como mamá no sabía nada, me dijo que
iba a ofrecer la Misa por él sin nombrarlo (para que mamá no lo supiera). Le
respondí que podía nombrarlo sin problema, porque no se iba a enterar. Y así lo
hizo: después del Evangelio, en la Oración de los Fieles formuló la siguiente
petición “oremos también por el eterno descanso de Jesús, hermano de Fernando”
y en ese momento me dirigió la mirada. Mamá estaba a mi lado (ambos a escasos
2-3 metros del altar), pero nada... (tampoco cuando
volvió a nombrar a Jesús más adelante). Puedo asegurar que nunca hasta entonces
me había sentido más inclinado a agradecer a Dios la pérdida de memoria de mi
madre: ¡qué sufrimiento tan enorme le ha evitado!
Fernando
del Castillo del Castillo