1. Naturaleza sacramental de la Santísima Eucaristía
1.1. ¿Qué es la Eucaristía?
La Eucaristía es el sacramento que hace presente, en la
celebración litúrgica de la Iglesia, la Persona de Jesucristo (todo Cristo:
Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad) y su sacrificio redentor, en la plenitud del
Misterio Pascual de su pasión, muerte y resurrección. Esta presencia no es
estática o pasiva (como la de un objeto en un lugar) sino activa, porque el
Señor se hace presente con el dinamismo de su amor salvador: en la Eucaristía
Él nos invita a acoger la salvación que nos ofrece y a recibir el don de su
Cuerpo y de su Sangre como alimento de vida eterna, permitiéndonos entrar en
comunión con Él —con su Persona y su sacrificio— y en comunión con todos los miembros
de su Cuerpo Místico que es la Iglesia.
En efecto, como afirma el Concilio Vaticano II, «Nuestro Salvador, en la Última
Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el sacrificio eucarístico de su
Cuerpo y su Sangre, para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el
sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial
de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de
amor, banquete pascual “en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia
y se nos da una prenda de la gloria futura”»[1].
1.2. Los nombres con los que se designa este sacramento
La Eucaristía es denominada, tanto por la Sagrada Escritura como por la
Tradición de la Iglesia, con diversos nombres, que reflejan los múltiples
aspectos de este sacramento y expresan su inconmensurable riqueza, pero ninguno
agota su sentido. Veamos los más significativos:
a) unos nombres recuerdan el origen del rito: Eucaristía[2], Fracción del Pan, Memorial de la pasión,
muerte y resurrección del Señor, Cena del Señor;
b) otros subrayan el carácter sacrificial de la Eucaristía: Santo
Sacrificio, Santo Sacrificio de la Misa, Sacramento del Altar,
Hostia (= Víctima inmolada);
c) otros intentan expresar la realidad de la presencia de Cristo bajo las
especies consagradas: Sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo,
Pan del Cielo (cfr. Jn 6,32-35; Jn 6,51-58), Santísimo
Sacramento (porque contiene al Santo de los Santos, la misma santidad de
Dios encarnado);
d) otros hacen referencia a los efectos causados por la Eucaristía en cada
fiel y en toda la Iglesia: Pan de Vida, Pan de los hijos, Cáliz de
salvación, Viático (para que no desfallezcamos en el camino a Casa),
Comunión. Este último nombre indica que mediante la Eucaristía nos
unimos a Cristo (comunión personal con Jesucristo) y a todos los miembros
de su Cuerpo Místico (comunión eclesial, en Jesucristo);
e) otros designan toda la celebración eucarística con el término que
indica, en el rito latino, la despedida de los fieles después de la comunión: Misa,
SantaMisa;
Entre todos estos nombres el término Eucaristía es el que ha ido
prevaleciendo cada vez más en la Iglesia de Occidente, hasta ser la expresión
común con la que se designa tanto la acción litúrgica de la Iglesia, que
celebra el memorial del Señor, como el sacramento del Cuerpo y de la Sangre de
Cristo.
En Oriente la celebración eucarística, sobre todo a partir del siglo X, es
designada habitualmente con la expresión Santa y Divina Liturgia.
1.3. La Eucaristía en el orden sacramental de la Iglesia
«El amor de la Trinidad a los hombres hace que, de la presencia de Cristo en la
Eucaristía, nazcan para la Iglesia y para la humanidad todas las gracias»[3]. La Eucaristía
es el sacramento más excelso, porque en él «se contiene todo el bien espiritual
de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y pan vivo, que por su
carne vivificada y vivificante por el Espíritu Santo, da la vida a los hombres»[4]. Los otros
sacramentos, si bien poseen una virtud santificadora que proviene de Cristo, no
son como la Eucaristía, que hace presente verdaderamente, realmente y
sustancialmente la misma Persona de Cristo —el Hijo encarnado y glorificado del
Padre Eterno—, con la potencia salvífica de su amor redentor, para que los
hombres puedan entrar en comunión con Él y vivan por Él y en Él (cfr. Jn
6,56-57).
Además, la Eucaristía constituye la cumbre hacia la que convergen todos los
demás sacramentos en orden al crecimiento espiritual de cada uno de los
creyentes y de toda la Iglesia. En este sentido el Concilio Vaticano II afirma
que la Eucaristía es fuente y cima de la vida cristiana, el centro de toda la
vida de la Iglesia[5]. Todos los demás sacramentos y todas las
obras de la Iglesia se ordenan a la Eucaristía porque su fin es llevar a los
fieles a la unión con Cristo, presente en este sacramento (cfr. Catecismo,
1324).
No obstante contenga a Cristo, fuente a través de la cual la vida divina llega
a la humanidad, y aun siendo el fin hacia el que todos los demás sacramentos se
ordenan, la Eucaristía no substituye a ninguno de ellos (ni al bautismo, ni a
la confirmación, ni a la penitencia, ni a la unción de los enfermos), y puede
ser consagrada sólo por un ministro válidamente ordenado. Cada sacramento tiene
su papel en el conjunto sacramental y en la vida misma de la Iglesia. En este
sentido la Eucaristía se considera el tercer sacramento de la iniciación
cristiana. Desde los primeros siglos del cristianismo el bautismo y la
confirmación han sido considerados como preparación a la participación en la
Eucaristía, como disposiciones para entrar en comunión sacramental con el
Cuerpo de Cristo y con su sacrificio, y para insertarse más vitalmente en el
misterio de Cristo y de su Iglesia.
2. La promesa de la Eucaristía y su institución por Jesucristo
2.1. La promesa
El Señor anunció la Eucaristía durante su vida pública, en la Sinagoga de
Cafarnaún, ante quienes le habían seguido después de ser testigos del milagro
de la multiplicación de los panes, con el que sació a la multitud (cfr. Jn
6,1-13). Jesús aprovechó aquél signo para revelar su identidad y su misión, y
para prometer la Eucaristía: «En verdad, en verdad os digo que Moisés no os dio
el pan del cielo, sino que mi Padre os da el verdadero pan del cielo. Porque el
pan de Dios es el que ha bajado del cielo y da la vida al mundo. —Señor, danos siempre
de este pan—, le dijeron ellos. Jesús les respondió: —Yo soy el pan de vida… Yo
soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Si alguno come este pan vivirá
eternamente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo… El
que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el
último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera
bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Igual
que el Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, así, aquel que me come
vivirá por mí» (cfr. Jn 6,32-35.51.54-57).
2.2. La institución y su contexto pascual
Jesucristo instituyó este sacramento en la Última Cena. Los tres evangelios
sinópticos (cfr. Mt 26,17-30; Mc 14,12-26; Lc 22,7-20) y
san Pablo (cfr. 1 Co 11,23-26) nos han transmitido el relato de la
institución. He aquí la síntesis de la narración que ofrece el Catecismo de
la Iglesia Católica: «Llegó el día de los Azimos, en el que se había de
inmolar el cordero de Pascua; (Jesús) envió a Pedro y a Juan, diciendo: “Id
y preparadnos la Pascua para que la comamos”... fueron... y prepararon
la Pascua. Llegada la hora, se puso a la mesa con los Apóstoles; y les
dijo: “Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque
os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el
Reino de Dios”... Y tomó pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo:
“Esto es mi Cuerpo que va a ser entregado por vosotros. Haced esto en
recuerdo mío [en conmemoración mía; como memorial mío]”. De igual modo,
después de cenar, el cáliz, diciendo: “Este cáliz es la Nueva Alianza en
mi Sangre, que va a ser derramada por vosotros”» (Catecismo, 1339).
Jesús celebró pues la Última Cena en el contexto de la Pascua judía, pero la
Cena del Señor posee una novedad absoluta: en el centro no se encuentra el
cordero de la Antigua Pascua, sino Cristo mismo, su Cuerpo entregado
(ofrecido en sacrificio al Padre, en favor de los hombres)… y su Sangre derramada
por muchos para remisión de los pecados (cfr. Catecismo, 1339).
Podemos pues decir que Jesús, más que celebrar la Antigua Pascua, anunció y
realizó —anticipándola sacramentalmente— la Nueva Pascua.
2.3. Significado y contenido del mandato del Señor
El precepto explícito de Jesús: «Haced esto en conmemoración mía [como memorial
mío]» (Lc 22,19; 1 Co 11,24-25), evidencia el carácter
propiamente institucional de la Última Cena. Con dicho mandato nos pide que
correspondamos a su don y que lo representemos sacramentalmente (que lo
volvamos a realizar, que reiteremos su presencia: la presencia de su Cuerpo
entregado y de su Sangre derramada, es decir, de su sacrificio en remisión de
nuestros pecados).
— «Haced esto». De este modo designó quienes pueden celebrar la Eucaristía (los
Apóstoles y sus sucesores en el sacerdocio), les confió la potestad de
celebrarla y determinó los elementos fundamentales del rito: los mismos que Él
empleó (por tanto en la celebración de la Eucaristía es necesaria la presencia
del pan y del vino, la plegaría de acción de gracias y de bendición, la
consagración de los dones en el Cuerpo y la Sangre del Señor, la distribución y
la comunión con este Santísimo Sacramento.
— «En conmemoración mía [como memorial mío]». De este modo Cristo ordenó a los
Apóstoles (y en ellos a sus sucesores en el sacerdocio), que celebraran un
nuevo “memorial”, que sustituía al de la Antigua Pascua. Este rito memorial
tiene una particular eficacia: no sólo ayuda a “recordar” a la comunidad
creyente el amor redentor de Cristo, sus palabras y gestos durante la Última
Cena, sino que, además, como sacramento de la Nueva Ley, hace objetivamente
presente la realidad significada: a Cristo, “nuestra Pascua” (1 Co 5,7),
y a su sacrificio redentor.
3. La celebración litúrgica de la Eucaristía
La Iglesia, obediente al mandato del Señor, celebró enseguida la Eucaristía en
Jerusalén (cfr. Hch 2,42-48), en Tróade (cfr. Hch 20,7-11) en
Corinto (cfr. 1 Co 10,14,21; 1 Co 11, 20-34), y en todos los
lugares a donde llegaba el cristianismo. «Era sobre todo “el primer día de la
semana”, es decir, el domingo, el día de la resurrección de Jesús, cuando
los cristianos se reunían para “partir el pan” (Hch 20,7). Desde
entonces hasta nuestros días la celebración de la Eucaristía se
ha perpetuado, de suerte que hoy la encontramos por todas partes en la
Iglesia, con la misma estructura fundamental» (Catecismo, 1343).
3.1. La estructura fundamental de la celebración
Fiel al mandato de Jesús, la Iglesia, guiada por el “Espíritu de verdad” (Jn
16,13), que es el Espíritu Santo, cuando celebra la Eucaristía no hace otra
cosa que conformarse al rito eucarístico realizado por el Señor en la Última
Cena. Los elementos esenciales de las sucesivas celebraciones eucarísticas no
pueden ser otros que aquellos de la Eucaristía originaria, es decir: a) La
asamblea de los discípulos de Cristo, por Él convocada y reunida en torno a Él;
y b) La actuación del nuevo rito memorial.
La asamblea eucarística
Desde los comienzos de la vida de la Iglesia, la asamblea cristiana que celebra
la Eucaristía se manifiesta jerárquicamente estructurada: habitualmente está
constituida por el obispo o por un presbítero (que preside sacerdotalmente la
celebración eucarística y actúa in persona Christi Capitis Ecclesiae),
por el diácono, por otros ministros y por los fieles, unidos por el vínculo de
la fe y del bautismo. Todos los miembros de esta asamblea están llamados a
participar conscientemente, devotamente y activamente en la liturgia
eucarística, cada uno según su modo propio: el sacerdote celebrante, el
diácono, los lectores, los que presentan las ofrendas, el ministro de la
comunión y el pueblo entero, cuyo “Amén” manifiesta su real participación (cfr.
Catecismo, 1348). Por tanto, cada uno deberá cumplir el propio ministerio,
sin que haya confusión entre el sacerdocio ministerial, el sacerdocio común de
los fieles y el ministerio del diácono y de otros posibles ministros.
El papel del sacerdocio ministerial en la celebración de la Eucaristía es
esencial. Sólo el sacerdote válidamente ordenado puede consagrar la Santísima
Eucaristía, pronunciando in persona Christi (es decir, en la
identificación específica sacramental con el Sumo y Eterno Sacerdote,
Jesucristo), las palabras de la consagración (cfr. Catecismo, 1369). Por
otra parte, ninguna comunidad cristiana está capacitada para darse por sí sola
el ministerio ordenado. «Éste es un don que se recibe a través de la
sucesión episcopal que se remonta a los Apóstoles. Es el obispo quien
establece un nuevo presbítero mediante el sacramento del Orden, otorgándole el
poder de consagrar la Eucaristía»[6].
El desarrollo de la celebración
La actuación del rito memorial se desarrolla, desde los orígenes de la Iglesia,
en dos grandes momentos, que forman un solo acto de culto: la “Liturgia de la
Palabra” (que comprende la proclamación y la escucha-acogida de la Palabra de
Dios), y la “Liturgia Eucarística” (que comprende la presentación del pan y del
vino, la anáfora o plegaria eucarística —con las palabras de la consagración— y
la comunión. Estas dos partes principales están delimitadas por los ritos de
introducción y de conclusión (cfr. Catecismo, 1349-1355). Nadie puede
quitar o añadir a su antojo nada de lo que ha sido establecido por la Iglesia
en la Liturgia de la Santa Misa[7].
La constitución del signo sacramental
Los elementos esenciales y necesarios para constituir el signo sacramental de
la Eucaristía son: por una parte, el pan de harina de trigo[8] y el vino de uvas[9]; y, por otra, las palabras
consagratorias, que el sacerdote celebrante pronuncia in persona Christi,
en el contexto de la «Plegaria Eucarística». Gracias a la virtud de las
palabras del Señor y a la potencia del Espíritu Santo, el pan y el vino se
convierten en signos eficaces, con plenitud ontológica y no solo de
significado, de la presencia del “Cuerpo entregado” y de la “Sangre derramada”
de Cristo, es decir, de su Persona y de su sacrificio redentor (cfr. Catecismo,
1333 y 1375).
Ángel García Ibáñez
Bibliografía básica
Catecismo de la Iglesia Católica, 1322-1355.
Juan Pablo II, Enc. Ecclesia de Eucharistia, 17-IV-2003, 11-20;
47-52.
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos,
Instrucción Redemptionis Sacramentum, 25-III-2004, 48-79.
Lecturas recomendadas
San Josemaría, Homilía La Eucaristía, misterio de fe y de amor, en Es
Cristo que pasa, 83-94.
J. Ratzinger, La Eucaristía centro de la vida. Dios está cerca de
nosotros, Edicep, Valencia 2003, pp. 29-44; 61-80; 135-144.
J. Echevarría, Eucaristía y vida cristiana, Rialp, Madrid 2005, pp.
17-48.
J.R. Villar – F.M. Arocena – L. Touze, Eucaristía,
en C. Izquierdo (dir.), Diccionario de Teología, Eunsa, Pamplona
2006, pp. 355-356; 362-366.
----------------------
[1]
Concilio Vaticano II, Const. Sacrosanctum Concilium, 47.
[2] El
término eucaristía significa acción de gracias, y remite a las
palabras de Jesús en la Última Cena: «Y tomando pan, dio gracias [es
decir, pronunció una plegaria eucarística y de alabanza a Dios Padre], lo partió
y se lo dio diciendo… » (Lc 22,19; cfr. 1 Co 11,24).
[4]
Concilio Vaticano II, Decreto Presbyterorum Ordinis, 5.
[5]
Cfr. Concilio Vaticano II, Const. Lumen gentium, 11.
[6]
Juan Pablo II, Enc. Ecclesia de Eucharistia, 29.
[7]
Cfr. Concilio Vaticano II, Const. Sacrosanctum Concilium, 22;
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos,
Instrucción Redemptionis Sacramentum, 14-18.
[8]
Cfr. Misal Romano, Institutio generalis, n. 320. En el rito latino el
pan debe ser ácimo, es decir, no fermentado; cfr. Ibidem.
[9]
Cfr. Misal Romano, Institutio generalis, n. 319. En la Iglesia latina al
vino se añade un poco de agua; cfr. Ibidem. Las palabras que dice el
sacerdote al añadir agua al vino, manifiestan el sentido de este rito: «Que por
el misterio de este agua y de este vino, participemos de la divinidad del que
se dignó hacerse partícipe de nuestra humanidad» (Misal Romano, Ofertorio).
Para los Padres de la Iglesia este rito significa también la unión de la
Iglesia con Cristo en el sacrificio eucarístico; cfr. San Cipriano, Ep.
63,13: CSEL 3,711.