¿Existe Dios?
¿Existe
Dios? -Me pregunto en momentos de angustia y al atravesar por contradicciones
que me ahogan. También otras veces, cuando siento frío en el alma y como un vacío
interior...
Sin
embargo, ¡todo parecía tan claro hace no mucho tiempo!... cuando la naturaleza
entera, las personas que me rodeaban, mi propia alma... ¡me hablaban de Él!
(...)
¿Existe
mamá? -Todas las mañanas, siendo niño, me daba un beso al levantarme y me
preparaba el desayuno. A veces tenía que meterme
prisa porque llegaba tarde al colegio. Pero en ocasiones fallaba el
diálogo, por mi culpa...: porque me preocupaba especialmente de mis amigos (a
pesar de que no eran ellos sino mi madre quien más se preocupaba por mí).
Ahora
sí hay mucho diálogo, ¡precisamente ahora!... desde que no vivo con ella. ¡Y
después cariño!... ¡mucho cariño!... (pues no es
posible el diálogo por los estragos que la enfermedad ha hecho en su memoria):
estoy seguro de haberle dicho hasta cien veces más –“¡Te quiero mucho!” en los
últimos 5-6 años que durante los 36 años anteriores...
(...)
¿Existe
el portero? -Se llamaba Pedro. Era diligente y se ocupaba de que no hubiera
ningún desorden en el rascacielos (donde viví durante mi infancia y
adolescencia, en Madrid). Para eso tenía que regañarnos a veces a los más
jóvenes (pero no era el típico cascarrabias).
Se ocupaba de las cartas que llegaban (¡éramos más de 120 vecinos!) Tenía todo
reluciente. Y vigilaba que no entrase nadie extraño y peligroso en el portal
(había bastante delincuencia por el barrio). Sin embargo, aparte de los saludos
propios de la educación (-“¡Buenos días!”, -“¡Hasta luego!”) nunca
llegamos a un verdadero diálogo.
(...)
¿El
jardinero existe? (no me refiero al de Madrid, aunque podría hacerlo, sino al
de Sigüenza, donde veraneábamos) -También se llamaba Pedro. Tenía dos hijos (Pedrito y Almudena). El jardín se encontraba siempre
magnífico (¡Qué bien trabajaba!) Pero para conseguirlo -¡cómo no!...- también
tenía que regañarnos a veces (porque nos metíamos con las bicis por el césped o
porque tirábamos algún papel al suelo, ¡y eso que había abundantes papeleras!)
Sin embargo, aunque “impresionaba” -al menos a mí- cuando nos echaba una
bronca, Pedro tenía muy buen carácter y era extraordinariamente servicial y
atento.
Ese
buen carácter lo conocí más a fondo años después, cuando regresé a Sigüenza
unos diez años después y pude hablar con él (en esas circunstancias no hacía ya
“travesuras” de niño dignas de reprensión). Pero antes... sólo “supe de su
existencia” las pocas veces que no estuvo (el jardín descuidado, sin regar, la
basura acumulándose...): entonces sí noté lo mucho que trabajaba todos los días
que SÍ ESTABA.
(...)
¿Y
Dios? -Veo el orden de la naturaleza pero a Él... ¡no lo veo! También descubro a personas buenas, muy buenas (generosas, afables, sacrificadas y discretas...) de las
que afirmo que son santas, pero Él...
¿dónde está?
Además,
me pregunto: cuando el cáncer se cebó en mi hermano Jesús ¿dónde estaba Él? ¿Y
cuando papá falleció siendo todavía incipiente el alzheimer
de mamá? ¿Dónde estaba Dios cuando se produjo el atentado del 11-M? ¿Y mientras
los genocidas actuaban sin escrúpulos en Kosovo, y en Ruanda? ¿Dónde, mientras
eran abortados más de cien mil niños en España el año 2006?...
-¡Perdóname,
Señor! A veces actúo como cuando era niño: con mi madre, con el portero, con el
jardinero... No te descubro en las
maravillas que me rodean -tampoco en la gente maravillosa que me rodea- y que
tú mantienes para mí. Y si te descubro...
tampoco te hago caso porque no hablo contigo, no dialogo...
Entonces
permites contradicciones fuertes. A veces permites que seamos nosotros mismos
quienes -olvidados de ti- causemos el desorden
material de la enfermedad, la muerte, la destrucción o la pobreza... como consecuencia de nuestros desórdenes
morales, de nuestros pecados.
Y
en lugar de reaccionar de forma razonable, como hombres y mujeres maduros, en
esos momentos en los que pareces escondido (cuando
se acumula la basura en el jardín: -¿Dónde se ha metido Pedro? -¿Estará
enfermo?), en lugar de acudir a Ti y quizá pedirte perdón por habernos olvidado
de Ti en los tiempos de bonanza...,
decimos: -“¡Si sucede esto es que Dios no existe!”
-Jesús,
¡qué estúpidos somos!... E incluso llegamos a hacer compatible esa negación de
tu existencia con enfadarnos contigo... (yo nunca he
llegado a enfadarme con los marcianos, porque nunca me he planteado que
existan).
Me
has mostrado tantas veces que eres un Gran Maestro, que sabes escribir derecho
con renglones torcidos (cuando te llevaste a papá, cuando lo de Jesús...), que
ya no quedan argumentos para
rebelarme contra Ti, aunque no llegue a entender mientras viva el porqué de
algunas cosas que haces o que permites que sucedan (ver "¡Papá no me quiere!...").
Sí,
Dios mío, ¡sí existes! ¡Sé que existes! Pero a veces, aunque te descubra a
través de lo que veo, vivo como si no existieras. No te dedico tiempo (¡y todo
el tiempo del que dispongo eres Tú quien me lo concede!), no hablo contigo en
oración, no cultivo tu amistad... Tampoco reconozco mis pecados personales, o
no los reconozco como pecados -“errores”
los denomino haciéndome cómplice de ellos- y no te pido perdón.
Soy
tonto, Jesús. No obstante, te pido paciencia conmigo. Me atrevo a pedir que no
me des muchos “palos” porque soy como un adolescente que se rebela ante la
reprensión (por justa que sea). Pero si me los das, dame objetividad para
reconocer lo que me pides en esos momentos. Quiero quererte. Como te quiso la
Virgen (también cuando al pie de la Cruz aceptó -amó- tu Sacrificio por mí). Y
seguiré su consejo en Caná: -«Haced lo que Él os
diga». Por favor, ten mucha paciencia conmigo: este adolescente inmaduro de más de 40 años... Y enséñame cada día a
pedirte perdón, ya antes de ir a confesarme (ver "Trabajo en el Museo"). Y enséñame a quererte. Con obras.
PORQUE QUIERO QUERERTE...
Fernando
del Castillo del Castillo
Marbella,
26-31 de julio de 2008.