La Virgen
Cuando
llega el momento de hablar sobre la devoción a la Virgen, algunos -quizá
arrastrados por el pensamiento protestante- se plantean si no será excesiva esa
devoción o si debería ponerse en un segundo plano ya que quita protagonismo a Jesucristo, que es el Único Mediador...
¿Por
qué tratarla? Muy sencillo: porque nos acerca a Dios. Así lo hizo en Caná de Galilea, cuando adelantó
el primer milagro de su Hijo: vio que les faltaba vino a los novios (algo muy
propio de quien sabe querer: fijarse en los detalles pequeños), manifestó su
preocupación a Jesús y, aunque Éste dijo que aún no había llegado su hora... (suponemos que bastó la sola mirada suplicante de su Madre
para adelantar el primer milagro), en cuanto que vio a su Hijo dispuesto Ella se quitó de en medio y les indicó a los
sirvientes: “Haced lo que Él os diga”. Es la forma de actuar que tuvo
siempre (y que sigue teniendo ahora en el cielo).
Por
eso el Catecismo de la Iglesia Católica afirma: «Jesús, el único Mediador, es
el camino de nuestra oración; María, su Madre, es pura transparencia de Él:
María “muestra el camino”» (Cat. de la Igl. Católica, nº 2674). Excelente esa calificación de
la Virgen: pura transparencia de su
Hijo Jesús. Por eso nos acerca a Él.
Devoción a María
Debemos
tratarla con cariño. Con el corazón. No puede ser el nuestro un amor frío. Aunque muchas veces falte el
sentimiento: debemos poner siempre el corazón. Por eso no son puerilidades esos arranques del corazón que nos llevan a poner flores ante sus
imágenes (nadie que sepa amar considerará como tontería obsequiar a la mujer
que ama con unas flores); es natural darle besos a esas imágenes (quizá -por
pudor- cuando nadie más que Dios y Ella nos esté viendo) o hacerles guiños; y
resulta lógico decirle piropos
(jaculatorias), manifestación del amor limpio que le tenemos.
Obras son amores...
Pero
hay que concretar con hechos esa devoción:
-
Cuando rezamos el Rosario, fijándonos quizá en alguna palabra del Avemaría
cuando vemos que fácilmente se nos va la imaginación..., y contemplando los Misterios después de enunciarlos y antes de
empezar el Padrenuestro (igual que Ella contemplaba la vida de su Hijo y todas
las cosas que Dios mismo iba haciendo en su propia vida, como recogen los
evangelistas: ponderaba todas estas cosas
meditándolas en su corazón...)
-
A mediodía, en el Ángelus, le recordamos el momento más importante de su vida:
cuando Dios, por medio del Ángel, le anunció que había sido escogida para ser
Madre de Dios... ¡y Ella dijo SÍ! (o el Regina coeli,
en el tiempo Pascual, donde la felicitamos por la Fiesta Principal: la
Resurrección de su Hijo).
-
Con el rezo de las 3 Avemarías por la noche, antes de acostarnos, pidiéndole la
virtud de la santa pureza para nosotros y para nuestros familiares y amigos...
(no seamos rácanos
y ofrezcamos el pequeño sacrificio de rezarlas de rodillas, y quizá con los
brazos en cruz).
-
Con la oración del Acordaos que compuso San Bernardo. Vale la pena que la
repitamos a menudo, pues jamás se ha oído
decir que ninguno de los que han acudido a la Virgen haya sido abandonado. Y Ella está deseando que acudamos a su
intercesión (igual que cualquier buena madre se alegra cuando sus hijos acuden
a Ella para pedirle ayuda o consejo).
-
Mirando con cariño las imágenes que encontramos en las habitaciones de la casa
(quizá con algún beso también, o un guiño cariñoso de complicidad) o que descubrimos por la calle.
-
Llevando con devoción el escapulario de la Virgen del Carmen. Y alguna estampa
con una imagen mariana en nuestra agenda (¿no llevan las madres fotos de sus
hijos, y los hijos de sus padres, y los enamorados de quienes más aman? ¿y hay algún buen cristiano que no se manifieste verdaderamente
enamorado de la Virgen?)
-
Los sábados (día de la Virgen porque permaneció en oración, esperando la
Resurrección de Jesucristo), ofreciéndole una oración especial y alguna pequeña
mortificación para que se la presente a su Hijo (por pobre que sea nuestra ofrenda,
María es capaz de embellecerla y elevar su valor hasta límites insospechados).
-
Hacer todos nuestros actos de piedad a Dios junto a la Virgen (como decía Mons.
Álvaro del Portillo: “meter a la Virgen
en todo y para todo”):
*si
leemos un libro de espiritualidad o el Nuevo Testamento para Ella lo haremos con más atención,
*si
hacemos con Ella las visitas al Santísimo, seguro que rezamos más pausadamente
cuando nos encontremos delante del Sagrario,
*junto
a Ella asistiremos con mayor piedad a la Santa Misa (pues aprenderemos cómo
asistía Ella a la Misa celebrada por el Apóstol San Juan),
*de
Ella aprenderemos a llenar de contenido nuestra acción de gracias después de
comulgar,
*si
dejamos que Ella participe en el diálogo de nuestra oración personal, mejorarán
nuestras disposiciones en esos ratos de meditación y aprenderemos de Ella a
tratar confiadamente a su Hijo.
*El
ofrecimiento de obras al comenzar el día adquirirá nuevo colorido a través de
Ella: ¡Oh
Señora mía, oh Madre mía!, yo me ofrezco enteramente
a vos, y en prueba de mi filial afecto os consagro en este día mis ojos, mis
oídos, mi lengua, mi corazón... en una palabra: todo mi ser. Ya que soy todo
vuestro, ¡oh Madre de bondad!, guardadme y defendedme
como cosa y posesión vuestra,
*manteniendo
la presencia de Dios con trucos como
repetir a lo largo del día un santo y
seña mariano.
è Así habrá un “salto de
calidad” en nuestra vida interior.
Imitarla
«Hemos
de imitar su natural y sobrenatural elegancia (...) María asiste a los
misterios de la infancia de su Hijo, misterios, si cabe hablar así, normales: a
la hora de los grandes milagros y de las aclamaciones de las masas, desaparece
(...) Pero reaparece junto a la Cruz, cuando todos huyen. Este modo de
comportarse tiene el sabor, no buscado, de la grandeza, de la profundidad, de
la santidad de su alma» (San Josemaría
Escrivá)
Nos
ayudará a ser mejores este pensamiento
frecuente a lo largo del día: “¿Cómo haría la Virgen esta tarea que debo realizar
ahora?”
En el trabajo:
-
Puede servirnos tener delante una imagen suya.
-
Cuando tenemos que escribir (preparación de clases), escribir quizá algunas
iniciales que nos recuerden alguna jaculatoria con la que ofrecer nuestro
trabajo.
-
El cuidado de las cosas pequeñas: empezando por los detalles de orden
Ante las contradicciones:
-
Pedirle conservar la paz y la confianza en Dios como hizo Ella (cuando José
estaba desconcertado al verla embarazada y silenciosa; cuando tuvo que ir a Belén
para el censo; ante la huida precipitada -de noche- a Egipto para escapar de
Herodes; al perder al Niño en Jerusalén; al comprobar el odio con el que muchos
correspondían a la entrega de su Hijo; al pie de la Cruz...)
En el apostolado:
-
Utilizarla como “anzuelo” en la “pesca”
de almas para su Hijo. Después de una romería, ¡qué fácil plantear metas de
generosidad con Dios: a nuestros amigos... y a nosotros mismos!
-
Porque Ella sabe dar la solución adecuada a cada uno, también cuando eso no
parece posible. Como escribió Pemán en aquel diálogo
del Séneca: «El que tiene dos fanegas de algodón habla de ellas con igual
suficiencia con que el otro decía: “en toda tierra de garbanzos”. Para él todo
el planeta es algodón. Y pide “su” año agrícola, con los soles y lluvias precisos
para sus algodones. El señor cura estaba hecho un lío: porque, naturalmente, no
puede parcelar el misal, ni las rogativas, ni la procesión.
-Entonces...
-Entonces
el señor cura acabó por decir: “Miren ustedes: yo saco a Nuestra Señora a la
calle. La paseo por el pueblo. Y que cada uno le pida, por lo bajito, lo que
quiera.”
-Yo
creo que acertó. La Virgen lo puede todo.
-
Eso digo yo. Figúrese usted, don José; para Ella, que está teniendo que
arreglar esta parcelación tremenda de los rusos, los americanos, los alemanes,
los chinos, ¿qué pueden significarle nuestras finquitas de dos o tres fanegas? Nada:
una nubecita aquí, un rayito de sol allí... y todos contentos. ¡Un juego, don
José, un juego!» (Pemán, José María. “El «Séneca» y sus puntos
de vista”, cap. “El «Séneca», la lluvia y la
Patrona”)
- Resulta fácil explicar el sentido
de la santa pureza (la castidad) a las personas que tienen devoción a la
Virgen. Además, Ella lleva “como de la mano” hacia la victoria a quienes acuden
a su intercesión cuando -por debilidad- pierden la esperanza de vencer en esa
lucha (ver: “¿Sólo?... ¡ya sé que
no puedes!”) Además, las personas con una devoción arraigada a Santa
María tienen el recurso de acordarse de Ella cuando les asalta una tentación de
impureza y -pues se saben vistas por su Madre del cielo- pensar: “¡Madre mía!,
no te voy a dar este espectáculo...”
- En cuanto al apostolado de la
confesión, y también cuando tenemos personalmente algún tropiezo por el que nos
hemos apartado de Dios, sabemos por experiencia que «A Jesús siempre se va y
se “vuelve” por María» (San Josemaría
Escrivá, Camino, nº 495).
Quererla
Igual
que decíamos que había que concretar los detalles para acrecentar nuestra
devoción a la Virgen, también el cariño debe manifestarse en detalles concretos:
«No basta saber que Ella es Madre, considerarla de este modo, hablar así de
Ella. Es tu Madre, tú eres su hijo; te quiere como si fueses el hijo único suyo
en este mundo. Trátala en consecuencia: cuéntale todo lo que te pasa, hónrala,
quiérela. Nadie lo hará por ti tan bien como tú, si tú no lo haces» (San Josemaría Escrivá)
Pero
puede sucedernos como a aquel muchacho que quería hacerle un regalo grande a su
madre y olvidó que... era ella quien cada semana le daba “dinero” para sus
gastos (he puesto “dinero” entre comillas porque realmente se trataba de cierta
persona que quiso obsequiar con un fruto apostólico a la Virgen cuando se
acercaba la Solemnidad de la Inmaculada: se esmeró todo lo que pudo pero no cayó
en la cuenta de pedirle a la Virgen el “dinero” -la gracia de su Hijo Jesús-
que necesitaba para “comprar” el regalo... y por eso fracasó).
Debemos
quererla porque es algo que agrada a Dios. Igual que nosotros: por ser buenos hijos,
cuando alguien quiere obsequiarnos con algún regalo por un favor prestado o
desea alabarnos en público, nos alegra más ver que le compran unas flores o que
piropean a nuestra madre (“-¡Viva la madre que te parió!”, se dice en Andalucía
para alabar a alguien). Pues la Virgen es Madre de Dios (porque en Ella tomó la
Naturaleza humana el Hijo de Dios, y las madres no engendran “naturalezas”: es
Madre de Jesucristo, Dios hecho hombre, y por tanto Madre de Dios). Y
Jesucristo es un Hijo más que “bueno”: ¡excelente! Y sabe que la queremos tanto
por ser su Madre (y Madre nuestra, pues nos la dio antes de morir en la Cruz).
Así
tendremos la seguridad -si hemos contado más con Ella en nuestra vida de
piedad, en nuestro trabajo y en el apostolado- de que estará junto a nosotros
en la “empresa” más importante que llevamos entre manos: nuestra santidad y la
felicidad del cielo: «Por eso... Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros pecadores, ahora... ¡y verás a la hora de la muerte! ¡Qué sonrisa
tendrás a la hora de la muerte! No habrá un rictus
de miedo, porque estarán los brazos de María para acogerte» (San Josemaría Escrivá).
Fernando del Castillo del Castillo
Marbella, mayo de 2008