Consejos para un profesor nuevo

(Carta dirigida a un profesor "quemado" en sus primeros días de clase)

 

Marbella, 3 de octubre de 2007

 

            Querido amigo:

 

            Intentaré poner por escrito las ideas que no pude manifestarte en nuestra conversación del 2 de octubre en el Colegio por falta de tiempo.

 

            Hay días en los que nos encontramos más nerviosos y puede sucedernos lo de aquél del chiste al que se le pinchó una rueda, bien entrada la noche, y -ya que no encontraba el gato de su coche- pudo respirar cuando descubrió en medio de esa oscuridad casi total la luz de una casa encendida hacia la que dirigirse. Mientras caminaba hacia esa casa, iba dándole vueltas a lo que podría sucederle, pues era muy tarde... seguramente le diría quien abriese la puerta después de llamar que qué hora era ésa de llamar a una casa; además le insistiría en que podría haber llevado el gato en el coche porque es una imprudencia ir sin él; por otra parte, cómo se le ocurría ir a una casa a pedir un gato de coche sabiendo que iba a obligar a sus dueños a vestirse si estaban ya en pijama para salir al coche y coger el gato del coche y tener que esperar sin acostarse a que se lo devolviesen... Cuando llegó a la casa y le abrieron la puerta, lo primero que le dijo a la persona que le abrió fue: -¿Quiere usted que le diga por dónde se puede meter su gato?...

 

            Así sucede cuando andamos nerviosos: estamos más susceptibles y eso se nota en las clases. Un día que yo ando nervioso sin saberlo, a veces lo descubro cuando llevo cinco clases con cursos diferentes y en todas me he “cabreado” y abroncado a los alumnos. En esos momentos pienso que… quizá algunos estén mal, pero que soy yo sobre todo quien se encuentra cansado. Si lo descubro antes de acabar las clases, intentaré frenar esa “dinámica” que llevo: poniéndoles a leer algo, o a hacer actividades... pero evitando en cualquier caso situaciones que me lleven a “enfrentarme” con ellos.

 

            Te diré que -salvo cuando son ellos quienes están muy nerviosos-, los chavales suelen “percibir” enseguida si el profesor que les “reprende” ha “perdido los papeles” porque está nervioso (o cansado o lo que sea).

 

            Como es inevitable encontrarse algunos días más cansado o con menos “cintura” (paciencia) para aguantar a los “nenes”, hay que tener algunas ideas claras (“reposadas” en frío en nuestra mente para poder recurrir a ellas en los pocos momentos de cierta “serenidad” que tenemos cuando andamos muy calientes). Una idea clarísima es que hay que evitar a toda costa entrar a los “trapos” que a veces nos tienden los alumnos (duele decirlo, pero algunos chicos -no todos, ni siquiera la mayoría- aprovechan esos momentos de debilidad del profesor para buscar la provocación).

 

            También hay que prever situaciones tensas que pueden llegar para esquivarlas antes. Es lo que dice el viejo refrán ascético referido a la lucha por vivir la pureza: hay que apagar la chispa sin dejar que prenda fuego la hoguera, cuando ya es mucho más difícil -a pesar de la gracia- controlar la pasión desatada. También es más fácil controlar la clase cuando no ha estallado la guerra entre los alumnos y el profesor. Así, por ejemplo, cuando uno ve que un chaval anda peor (y se les nota cuando no están bien -no andan receptivos- igual que nos lo notan ellos cuando entramos a clase nerviosos), lo mejor que podemos hacer es ignorarle (aunque no haya abierto el libro y esté desconectado de la clase): no es falta de autoridad no corregirle en ese momento si prevemos que puede resultar una bomba (con falta de respeto incluida), siempre que eso no entorpezca el avance del resto de sus compañeros.

 

            Conviene no abusar de “amenazas de sanciones” por dos motivos: primero, porque a veces uno puede acabar “amenazando” con algo que no puede cumplir (ya tienes experiencia, por dificultades en el horario, etc.); segundo, porque si las sanciones se convierten en habituales pierden su efecto “medicinal” (a un chaval que está sin ordenador, ni tele, ni calle, ni... sólo nos queda quitarle la comida y dejarlo morir: algo parecido sucede con quien acumula unas sanciones sobre otras, cuando esas sanciones recaen además sobre un grupo numeroso de gente, pues ya dice el refrán que mal de muchos, consuelo de tontos... y todos tenemos algo de tonto...)

 

            Dentro del aula hay que dar órdenes precisas e individualizarlas después...:

 

            - Abrimos los libros por la página 57...

 

            (enseguida) -¡Fulanito!, abre el libro...

 

            (sin dejarles “respirar”) - ¡Menganito, empieza a leer!

 

            (sin solución de continuidad) - ¡Zutanito, no te gires que empezamos a corregir!

 

            (y así… ¡hasta seis o siete “órdenes” consecutivas)

 

            Hay que evitar las “fisnuras” pero sin llegar a ser bordes. No te preocupe ser muy seco en el trato con ellos (salvo cuando estés con pocos y todo se encuentre bajo control).

 

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            Permíteme ahora algunos comentarios más personales:

 

            ¡Claro que vales, coño! Lo que te pasa ahora a ti,  me pasó a mí hace 18 años, y otra vez hace 14, y de nuevo hace 12... ¡y hace 1! (no me he inventado ninguno de las cifras de años que he escrito). Y sé que me volverá a pasar éste (quizá no con tanta intensidad como algunas de aquellas veces... ¡o quizá con más intensidad!): -¡Yo no valgo para profesor de chavales!... Entonces llega el momento de dejar los libros en casa, no corregir ningún examen de los que habíamos “prometido” llevar corregidos al día siguiente, y salir a pasear, tomarnos una cerveza sin compañía -porque entonces no apetece estar con nadie- y sólo después -cuando ya estamos más relajados y somos capaces de disfrutar de las cosas buenas- quedar con algún amigo para seguir disfrutando de la vida (no me refiero tanto a seguir con mil cervezas más -alguna quizá sí, pero sin exagerar- como a dar una vuelta, visitar el Zoo de Fuengirola, ver un buen partido o escuchar música... )

 

            Es inevitable sentirse solo a veces (no olvides que en cada clase todos nos encontramos solos con los alumnos, y con éstos difícilmente podemos compartir los sentimientos que albergamos: hacerlo sería además muchas veces imprudente). Eso lleva también a pensar a menudo que “los demás controlan pero yo no”. Ten presente que cuando controles habitualmente las clases, seguirás teniendo de vez en cuando sentimientos de frustración semejantes, y nunca se alejará del todo esa sensación de cierta soledad.

 

            Olvídate de las lecciones magistrales. Generalmente debemos recurrir a una “táctica de supervivencia” que se conforme (no es conformismo sino una meta alta por ser real) con captar la atención de los alumnos segundo a segundo y transmitirles algún conocimiento (por cutre y nimio que nos parezca).

 

            Y desecha en todo momento los sentimientos de inseguridad (a veces esa inseguridad lleva a cometer muchos errores porque acabamos mostrándola a los alumnos y alguno puede no tener piedad): sabes más y estás mucho más preparado -en inglés y en cómo dar una clase- que cualquiera de ellos.

 

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            Para terminar, un consejo más de amigo que de profesor. Veíamos la conveniencia de olvidarse del colegio cuando llegamos a casa al acabar un día negro. Y lo bien que sienta, después de airearse (de resetearse), poder pasear o sencillamente estar con alguien con quien nos encontramos a gusto (un amigo, un familiar cercano...) Sin embargo, a veces no es posible hacer lo último. Y nos olvidamos de Dios (que nunca tiene su móvil comunicando, desconectado o fuera de cobertura, ni está ocupadísimo hasta el punto de no poder atendernos).

 

            Pero puede que no tengamos a Dios en el alma: porque nos hemos medio-olvidado de Él o porque después de la última ofensa grave que le hemos hecho no hemos tenido la coherencia de acudir a confesarnos. En esos casos el tiempo no lo cura todo (de igual forma que si yo ofendo a un alumno -o a un compañero del trabajo- con un comentario hiriente, no puedo conformarme con dejarlo estar sino que debo pedirle perdón para que la herida no cierre en falso).

 

            En los momentos de desasosiego, el hecho de contar con la gracia de Dios en el alma no retorna la paz sensible de forma inmediata, pero sí permite que -cuando hay más quietud interior- dialoguemos confiadamente con Él (no sobre el Colegio sino sobre cualquier cosa, pues Él ya sabe bien todo lo que nos ha pasado), sin que sombras borrascosas de nuestra conciencia incomoden esa confianza. De verdad, ¡vale la pena!

 

            Espero que te sirva de algo todo lo que he escrito. Cuídate. Un fuerte abrazo.

 

                                                                                              Fernando