Verdad
“políticamente incorrecta”
(Pensamientos
sobre la homosexualidad y los homosexuales)
Tengo
la impresión de que la verdad en sí
no cotiza al alza en estos momentos.
Y no lo hace a costa de una falsa tolerancia
(digo falsa porque no puede recibir el adjetivo de tolerante ninguna actitud
que sirva para desvirtuar la verdad). Por esta razón voy a permitirme el “lujo”
de ser políticamente incorrecto
(siendo respetuoso con todas las personas, pues el respeto a cada persona
humana está en la base de mi exposición), consciente del riesgo que corro de
ser tildado como “reaccionario” por muchos tolerantes
a quienes poco parece importarles la verdad.
Me
han hecho reflexionar los comentarios que he leído sobre la manifestación en
defensa de la familia que tuvo lugar en Madrid el pasado 18-J y en la que
participé (desproporciones de 1 a 10 en los cálculos extremos de la cifra de
asistentes, descripciones sobre el origen clerical o monjil del público que
participó, cuando allí la mayoría éramos jóvenes -matrimonios con hijos,
universitarios, adolescentes- y familias normales); también el “linchamiento”
moral al Dr. Polaino tras su intervención técnica y
respetuosísima en el Senado el 20 de junio; la aprobación de la ley que equipara las
parejas homosexuales al matrimonio (el 30 de junio); y, por último, la celebración del
“día del orgullo gay” (el pasado 2 de julio). Todo esto me ha empujado a
escribir unas verdades: respetuosas con todos pero políticamente incorrectas.
Soy
biólogo y profesor de biología. Pero no hace falta ser lo uno ni lo otro para
descubrir que el sentido último de la sexualidad humana es la procreación (del
mismo modo que la reproducción animal es la finalidad del instinto sexual de
los animales; y alimentarse la razón de ser del apetito de comer). También es
cierto que, al estar implicadas dos personas en cada relación sexual humana,
sería muy empobrecedor -inhumano- reducir esa relación a la satisfacción de un
apetito.
De
la misma manera que puede decirse que la anorexia o la bulimia son trastornos
del apetito de comer (sin que por esa razón se sientan heridos quienes son
anoréxicos o bulímicos), pienso que podemos calificar las tendencias
homosexuales como desviaciones de la normal sexualidad, sin necesidad de
considerar a quienes manifiestan esas inclinaciones como unos monstruos (y sin
herir su sensibilidad con muestras de desprecio).
Tampoco
hace falta ser biólogo para reconocer que las uniones heterosexuales aportan a
la sociedad beneficios que jamás aportarán las uniones homosexuales: el
crecimiento de la población. Por eso me parece injusta la equiparación de ambos
tipos de unión. No se trata de negar un derecho a los homosexuales, sino de no
dañar los derechos de las personas heterosexuales que contraen matrimonio. Sí:
quienes se unen en matrimonio, además de reconocer jurídicamente su entrega
personal, ofrecen a la sociedad el beneficio de los hijos que tengan como fruto
de su matrimonio. Equiparar al matrimonio las uniones de quienes jamás podrán
aportar ese beneficio, y hacer partícipes a las parejas homosexuales de las
mismas ayudas económicas y jurídicas que se ofrecen a los matrimonios sería
desproteger al matrimonio y, por lo tanto, a la familia. Resulta tan claro todo
esto que la nueva regulación jurídica quiere conceder a esas uniones
homosexuales la capacidad de adoptar (conscientes de que nunca -como
consecuencia de esa unión afectiva- tendrán hijos).
Si
yo fuese empresario y contratase sólo a personas de treinta años y con experiencia
laboral, y después exigiese del Estado los mismos beneficios económicos que
reciben quienes contratan a gente joven sin experiencia o a mayores de
cincuenta años, probablemente recibiría muchas críticas de quienes sacrifican
el rendimiento inmediato de su negocio en aras de la inserción laboral de esas
personas ¿Me defendería entonces algún miembro del Gobierno diciendo que están
manifestándose sólo en contra de un nuevo derecho que pretendo adquirir? Pienso
que no.
En
cuanto a la adopción, tengo algunas ideas claras. La primera: que debe haber
causas muy graves, extremadamente graves -como el alcoholismo, la drogadicción,
los malos tratos o el abandono educativo y sanitario- para quitar a unos padres
la patria potestad de sus hijos. Precisamente por eso, las personas que en
primera instancia puedan aspirar a ser padres adoptivos deben ser quienes, de
forma natural, hubieran podido ser padres (es decir: un varón y una mujer) y
puedan ofrecer un clima adecuado y estable para la educación del niño (por tanto,
unidos en matrimonio). Y son más los matrimonios actuales que desean adoptar
hijos en España que las posibilidades de adopción que se ofrecen en nuestro
país: ¿Por qué entonces este “salto en el vacío” (no se conocen bien los
efectos que puede tener en la educación de los niños su adopción por parte de
parejas homosexuales)? Además, se habla de derecho
a adoptar y… tal derecho no existe (un matrimonio joven puede hablar de
derecho al trabajo, a una vivienda digna o a comprar un coche, pero no exigir el
derecho de adoptar a un niño: mientras que el niño sí podría exigir el derecho
a ser adoptado de la forma más apropiada para garantizar su educación y el
desarrollo adecuado de su personalidad).
Termino
con un análisis de las causas que -a mi parecer- han llevado a esta situación.
Una vez más, será políticamente
incorrecto, pero lo más ajustado a la verdad que mi entendimiento me
permita. Como profesor, he visto a alumnos que eran maltratados
psicológicamente por sus compañeros, con riesgo de crearles traumas y
complejos. Pero he comprobado también que es necesario moderar el “trato de
favor” al niño que sufre cuando ese trato puede ser causa de injusticias
mayores (por ejemplo, cuando el niño acomplejado llora porque otro le había
dado un empujón mientras jugaban: la sobreprotección podría llevar a cometer
injusticias con los otros alumnos y -peor aún- a desarrollar en el “protegido”
una personalidad incapaz de afrontar las normales contradicciones de la vida
diaria).
Pienso
que durante muchos siglos se ha maltratado -incluso de forma inhumana- a las
personas que presentaban esa inclinación afectiva homosexual. Se ha hecho bien
sacándolas del ostracismo y resaltando que, como personas, tienen la misma
dignidad que esa mayoría que presenta inclinaciones afectivas heterosexuales.
Sin embargo, cuando se “sobreprotege” a personas de ese colectivo sólo por el
hecho de pertenecer a él, se cometen injusticias con los demás (y se hace un
flaco favor a quienes son homosexuales): ¿Por qué si insulto abiertamente a los
obispos, a los cristianos, a los militares o a los políticos no debo temer
nada… y si afirmo algo incorrecto de los homosexuales -¡no digamos ya si les
insulto!- debo echarme a temblar? ¿No es esta sobreprotección una injusticia
con el resto? ¿Y no podría provocar reacciones de rechazo ante el trato de
favor que recibe este colectivo? Aquí está la raíz de tanto disparate
legislativo con el que se pretende complacer a unos pocos que -es cierto- quizá
fueron maltratados injustamente durante mucho tiempo.
Fernando del Castillo
del Castillo
Biólogo.
Profesor de Secundaria y Bachillerato en Marbella
Socio
Fundador de la Asociación de Estudios Demográficos
Marbella, 7 de julio de 2005