¿DEMOGRAFÍA?: APUESTO POR LA VIDA

(mayo de 1990)

 

 

En un reciente Informe, el FNUAP (Fondo de Población de las Naciones Unidas) ha manifestado su preocupación por el crecimiento de la población mundial ‑la cual estima actualmente en unos 5.300 millones‑ y ha vuelto a insistir en el control de la natalidad.

 

Considero, después de estudiar los datos de ese informe, que la actitud de los gobernantes debe caracterizarse en primer lugar por la prudencia. Conviene no olvidar la campaña antinatalista que se llevó a cabo hace casi tres décadas en los países occidentales, ante una alarma por el crecimiento de la población. Como consecuencia de la misma, el índice coyuntural de fecundidad o ICF ( de hijos por mujer) pasó de 3'17 a 1'55 en Holanda entre 1962 y 1982, de 2'57 a 1'47 en Dinamarca, de 2'62 a 1'64 en Bélgica, de 2'46 a 1'40 en la RFA. Esta caída, especialmente pronunciada en la década de los 70, ha llegado hasta el punto de que ningún país de la CEE, a excepción de Irlanda, sobrepasa en la actualidad el umbral mínimo para asegurar el reemplazo generacional (2'1 hijos por mujer).

 

La política demográfica en los países de la vieja Europa ha cambiado de signo, pero la lucha por incrementar el número de nacimientos no se muestra tan eficaz como la contraria, debido al espíritu consumista y a la búsqueda prioritaria del bienestar material que impregnan esta sociedad. Así, diversas subvenciones e incentivos económicos por el número de hijos y de nacimientos, apenas han elevado de 1'82 a 1'84 el ICF en Francia entre los años 85 y 86. España tiene el suyo en 1'7 sin esos incentivos (todavía lejos del 2'1 debajo del cual nos encontramos desde 1981). Por eso la prudencia que faltó en los años 60 y 70 es más necesaria ahora.

 

No hay que olvidar que son muchos los factores ‑médicos, psicológicos, económicos, etc.‑ a tener en cuenta para decidir tener un nuevo hijo: lógicamente, el Estado debe desempeñar, más que nunca, un papel subsidiario. Algunos alegarán la ignorancia de muchos padres y la urgente situación actual para que los gobernantes intervengan directamente. Esto me parecería un atropello de la libertad de las conciencias, atropello que se ha dado con demasiada frecuencia en los países del llamado Tercer Mundo. Un caso límite de estos abusos llegó en China hace pocos años con la ley que prohibía a las mujeres tener más de un hijo. E1 Estado comprobó enseguida que los padres mataban a sus hijos en el parto si descubrían que eran de sexo femenino ‑puestos a tener uno sólo, el hombre era más "útil" para trabajar en el campo‑. Y hubo que cambiar la ley: la "sabiduría" de los gobernantes les hizo temer por el futuro poblacional de una China compuesta, con el paso de los años, sólo por varones.

 

A la decisión responsable que unos padres toman de tener más hijos, nadie debe oponerse. Y , si esa decisión meditada la toman muchos porque sus condiciones ‑médicas, económicas, laborales, etc‑ les permiten (no sin sacrificio) sacarlos adelante, dudo que la suma de muchas decisiones responsables dé como resultado un crecimiento irresponsable de la población. Cuando, en cambio, la decisión de tener o no más hijos se fundamenta en el egoísmo, resulta fácil encontrarse con un decrecimiento y envejecimiento irresponsable de la población.

 

Además se dan, en el terreno de la Sanidad, contrastes sorprendentes: inversión simultanea de dinero para promover la fecundación "in vitro" ‑con los consiguientes problemas de atribución de paternidad, consideración del feto como un producto "de fábrica" y no del amor de sus padres, riesgos de abortos, manipulaciones, etc.‑ y el aborto; 1a inseminación artificial y la contracepción; etc. Y cuando las circunstancias graves aconsejan aplazar un nuevo nacimiento, se recomienda el uso de preservativos o de anticonceptivos, que desestabilizan la familia y favorecen la promiscuidad sexual, con lo que aumenta la transmisión de enfermedades como el tristemente famoso SIDA. Aquí el Estado debería intervenir subvencionando iniciativas de información sobre los métodos naturales de control de la natalidad, como el método Billings.

 

Para terminar este artículo formularé algunos interrogantes todavía no resueltos. A mediados de 1983 la densidad de la población mundial era de 34'5 habitantes/km2. Sin embargo, mientras que en Europa ‑sin incluir a la URSS‑ se elevaba a 98' 8, en América era de 15'4 (17'1 correspondía a Iberoamérica), y de 17'3 en África. La RFA tenía entonces una densidad próxima a 250, e Italia casi de 200. La RFA procura potenciar desde hace años la natalidad, como casi todos los países de Europa Occidental. Si sus gobernantes no se equivocan al hacerlo, yo me pregunto: ¿Por qué Alemania puede soportar una densidad 15 veces mayor que Iberoamérica y ésta , en cambio, debe reducir su natalidad? ¿Por qué Europa debe empeñarse en crecer y al Tercer Mundo se le prohíbe? ¿No estaremos cayendo una vez más en ese espíritu colonialista del que aparentemente nos habíamos olvidado y buscando tener "bajo control" lo que suceda en esos países?

 

Por eso, si pregunta alguien cuál es mi opinión sobre Demografía, escuetamente responderé: apuesto a favor de la vida.

 

Fernando del Castillo del Castillo

Delegado de la Asociación de Estudios Demográficos en Andalucía

Artículo publicado en "El Sol del Mediterráneo", 26-may-90, pág.3