En un reciente Informe, el FNUAP (Fondo de Población de las Naciones
Unidas) ha manifestado su preocupación por el crecimiento de la población
mundial ‑la cual estima actualmente en unos 5.300 millones‑ y ha
vuelto a insistir en el control de la natalidad.
Considero, después de estudiar los datos de ese informe, que la
actitud de los gobernantes debe caracterizarse en primer lugar por la
prudencia. Conviene no olvidar la campaña antinatalista que se llevó a cabo
hace casi tres décadas en los países occidentales, ante una alarma por el
crecimiento de la población. Como consecuencia de la misma, el índice
coyuntural de fecundidad o ICF (n° de hijos por
mujer) pasó de 3'17 a 1'55 en Holanda entre 1962 y 1982, de 2'57 a 1'47 en
Dinamarca, de 2'62 a 1'64 en Bélgica, de 2'46 a 1'40 en la RFA. Esta caída,
especialmente pronunciada en la década de los 70, ha llegado hasta el punto de
que ningún país de la CEE, a excepción de Irlanda, sobrepasa en la actualidad el umbral mínimo para asegurar el reemplazo
generacional (2'1 hijos por mujer).
La política demográfica en los países de la vieja Europa ha cambiado
de signo, pero la lucha por incrementar el número de nacimientos no se muestra
tan eficaz como la contraria, debido al espíritu consumista y a la búsqueda
prioritaria del bienestar material que impregnan esta sociedad. Así, diversas
subvenciones e incentivos económicos por el número de hijos y de nacimientos,
apenas han elevado de 1'82 a 1'84 el ICF en Francia entre los años 85 y 86.
España tiene el suyo en 1'7 sin esos incentivos (todavía lejos del 2'1 debajo
del cual nos encontramos desde 1981). Por eso la prudencia que faltó en los
años 60 y 70 es más necesaria ahora.
No hay que olvidar que son muchos los factores ‑médicos,
psicológicos, económicos, etc.‑ a tener en cuenta para decidir tener un
nuevo hijo: lógicamente, el Estado debe desempeñar, más que nunca, un papel
subsidiario. Algunos alegarán la ignorancia de muchos padres y la urgente
situación actual para que los gobernantes intervengan directamente. Esto me
parecería un atropello de la libertad de las conciencias, atropello que se ha
dado con demasiada frecuencia en los países del llamado Tercer Mundo. Un caso
límite de estos abusos llegó en China hace pocos años con la ley que prohibía a
las mujeres tener más de un hijo. E1 Estado comprobó enseguida que los padres
mataban a sus hijos en el parto si descubrían que eran de sexo femenino ‑puestos
a tener uno sólo, el hombre era más "útil" para trabajar en el campo‑.
Y hubo que cambiar la ley: la "sabiduría" de los gobernantes les hizo
temer por el futuro poblacional de una China compuesta, con el paso de los
años, sólo por varones.
A la decisión responsable que unos padres toman de tener más hijos,
nadie debe oponerse. Y , si esa decisión meditada la
toman muchos porque sus condiciones ‑médicas, económicas, laborales, etc‑
les permiten (no sin sacrificio) sacarlos adelante, dudo que la suma de muchas
decisiones responsables dé como resultado un crecimiento irresponsable de la
población. Cuando, en cambio, la decisión de tener o no más hijos se fundamenta en el egoísmo, resulta fácil encontrarse con un
decrecimiento y envejecimiento irresponsable de la población.
Además se dan, en el terreno de la Sanidad, contrastes sorprendentes:
inversión simultanea de dinero para promover la fecundación "in vitro" ‑con los consiguientes problemas de
atribución de paternidad, consideración del feto como un producto "de
fábrica" y no del amor de sus padres, riesgos de abortos, manipulaciones,
etc.‑ y el aborto; 1a inseminación artificial y la contracepción; etc. Y
cuando las circunstancias graves aconsejan aplazar un nuevo nacimiento, se
recomienda el uso de preservativos o de anticonceptivos, que desestabilizan la
familia y favorecen la promiscuidad sexual, con lo que aumenta la transmisión
de enfermedades como el tristemente famoso SIDA. Aquí el Estado debería
intervenir subvencionando iniciativas de información sobre los métodos
naturales de control de la natalidad, como el método Billings.
Para terminar este artículo formularé algunos interrogantes todavía no
resueltos. A mediados de 1983 la densidad de la población mundial era de 34'5
habitantes/km2. Sin embargo, mientras que en Europa ‑sin
incluir a la URSS‑ se elevaba a 98' 8, en América era de 15'4 (17'1
correspondía a Iberoamérica), y de 17'3 en África. La
RFA tenía entonces una densidad próxima a 250, e Italia casi de 200. La RFA
procura potenciar desde hace años la natalidad, como casi todos los países de
Europa Occidental. Si sus gobernantes no se equivocan al hacerlo, yo me
pregunto: ¿Por qué Alemania puede soportar una densidad 15 veces mayor que Iberoamérica y ésta , en cambio,
debe reducir su natalidad? ¿Por qué Europa debe empeñarse en crecer y al Tercer
Mundo se le prohíbe? ¿No estaremos cayendo una vez más en ese espíritu
colonialista del que aparentemente nos habíamos olvidado y buscando tener
"bajo control" lo que suceda en esos países?
Por eso, si pregunta alguien cuál es mi opinión sobre Demografía,
escuetamente responderé: apuesto a favor de la vida.
Fernando
del Castillo del Castillo
Delegado
de la Asociación de Estudios Demográficos en Andalucía
Artículo
publicado en "El Sol del Mediterráneo", 26-may-90, pág.3