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Compendio de Bioética

 

 22. ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LA EVOLUCIÓN Y EL HOMBRE

Biólogo metido a filósofo

Resulta frecuente encontrar, en libros de biología sobre evolución, razonamientos y afirmaciones que van más allá de lo que puede decirse siguiendo con rigor el método científico de las ciencias positivas (entre las que se encuentra la Biología). Y se habla de términos filosóficos como causalidad, libertad, creación, Dios, etc. No estaría mal hacerlo, siempre que se evitase mezclar unas y otras afirmaciones ("biológicas" y filosóficas) sin diferenciar el método seguido para hacerlas.

Algo así le sucedió a uno de los "padres" del evolucionismo: Darwin, en su libro "El origen del hombre", no dudó en incluir, junto a razonamientos científicos apropiados en biología, una negación de la libertad en el hombre. Dicha negación era una consecuencia de haber negado previamente que el hombre se encuentra animado por un alma espiritual. Habría que añadir que Darwin, en ese libro, da rienda suelta a numerosos prejuicios religiosos que se manifiestan en ataques furibundos y apasionados contra la Iglesia Católica, el clero, etc., y que levantan dudas sobre la ponderación del autor en otras afirmaciones. Reconozco que me sorprendería mucho encontrar alabanzas o críticas al celibato sacerdotal en un libro de Biología  (y es lo que ofrece Darwin). A favor del autor hay que decir que en "El origen de las especies" es más riguroso y nos muestra un trabajo muy minucioso ─sobre el que se puede discrepar o no─ de importante valor científico.

Todos ─por ser hombres─ llevamos un "filósofo" en nuestro interior. A eso, a filosofar un poco, se destinan estas líneas. Por no seguir en ellas el método científico de las ciencias positivas, he preferido incluirlas aparte de las explicaciones estrictamente biológicas sobre evolución.

El origen de la vida

Es bien conocida la teoría de Oparin, apoyada también por algunos científicos, sobre el origen de la vida. Ciertamente se ha demostrado en laboratorios la posibilidad de que se formen espontáneamente moléculas orgánicas sencillas (aminoácidos, ácidos grasos, bases nitrogenadas, monosacáridos, etc.) a partir de moléculas inorgánicas, en condiciones similares a las que quizá se daban en la Tierra hace muchos millones de años. Pero la aceptación de que células sencillas ─tipo bacterias─ se formen por "encuentros casuales" de esas moléculas orgánicas sencillas, requiere ─bajo mi punto de vista─ un poco (o un mucho) de fe humana. No es metafísicamente imposible ─es decir, podría haberse dado─, pero...

Para dar lugar a una sencillísima Escherichia coli tendría que darse, "por azar": la asociación ordenada de unos 3.000 genes, cada uno de los cuales está constituido por ─al menos─ decenas de nucleótidos; la asociación "casual" de numerosísimos aminoácidos que formen las enzimas requeridas por la bacteria para multiplicarse y desarrollar su actividad vital; el encuentro "fortuito" de proteínas (frutos de anteriores encuentros "fortuitos" entre aminoácidos) y moléculas de ARN-r (también formadas de manera casual), para tener los ribosomas que sinteticen nuevas proteínas; y que, curiosamente, toda esta maquinaria (no hemos hablado aquí de los imprescindibles aminoacil-ARN-t) sea capaz de interpretar el código genético del cromosoma descrito inicialmente. Sinceramente, me parecería como hablar, después de explicar la formación natural de las cuevas de Nerja, de la posible asociación casual de distintos materiales por fenómenos geológicos para formar el Palacio de Versailles (si desconociésemos su origen). Sería posible, sí, pero, ¡me costaría tanto admitirlo!...

Por eso suelo decir que me cuesta menos aceptar el desarrollo evolutivo de los elefantes a partir de una primitiva bacteria, que aceptar la formación de esa bacteria por simple asociación de moléculas orgánicas (la distancia que hay que salvar es muy superior en este proceso). Aunque sea posible.

Pero nos vamos a centrar ahora en el origen del hombre y en las dificultades filosóficas que presenta este. Para eso, estudiaremos en primer lugar cómo es el hombre.

¿Soy libre?

Es la pregunta clave. Y para hallar respuesta, debo encontrar primero una definición clara de libertad:

Si se tratase de la capacidad de elegir entre una cosa y otra, tendríamos que concluir que, cada vez que elijo libremente, pierdo libertad, ya que elimino alternativas. Esto sería absurdo, pues el indeciso sería más libre que el que, libremente, toma decisiones. La capacidad de elegir entre alternativas es consecuencia de la libertad, pero no se reduce a eso la libertad.

Digamos que es la capacidad de autodeterminación, de automoción, hacia el bien que conocemos. No capacidad de elegir entre el bien y el mal, pues el mal solo es elegido por la parte de bien que tiene, y su elección es fruto del error (aunque sea voluntario): igual que yerra el animal (en este caso involuntariamente) que cae en la trampa (mal) atraído por el cebo (bien) que le han puesto y que forma parte de esa trampa.

Por eso, la autodeterminación hacia el bien debe ser precedida por el conocimiento del bien: la verdad nos hace libres; y la mentira (o la verdad a medias), esclavos.

Pero la libertad, como capacidad de autodeterminación, nos lleva de la mano a la responsabilidad: a pedir cuentas de lo hecho.

¡Soy libre!

Claro que sí. Y lo afirmo tajantemente, así: gritando. Aunque algún biólogo metido a filósofo o algún filósofo se empeñe en demostrarme ─desde su "laboratorio"─ lo contrario:

─Es que ese filósofo no conoce cómo me remordió la conciencia cuando actué en contra de lo que ella me dictaba, ni la tranquilidad que recuperé al rectificar y pedir perdón. ─¿Verdad que a ti te sucedió lo mismo?

─Tampoco sabe de la alegría y felicidad (no bienestar físico) que sentí en otra ocasión, al vencer las dificultades y actuar como juzgaba que debía hacerlo. ─También te ocurrió a ti eso, ¿no es así?

─E ignora que me sentí corresponsable de la mala actuación de aquellos amigos, a los que no supe corregir con claridad cuando empezaban a desviarse antes de llegar a cometer un grave delito. ─Igual que tú, ¿verdad?

Alma espiritual

Pero no puedo explicar la libertad con un sujeto puramente material. La materia está regida por leyes necesarias: físicas, químicas, biológicas... Y al hablar de libertad no me refiero a esa serie de instintos e inclinaciones psicológicas que, día tras día, voy descubriendo en mí y nunca acabo de conocer, sino a una auténtica libertad.

Si defiendo mi libertad, debo reconocer que tengo un alma espiritual. Actúa a través de mi cuerpo, sí, pero lo excede en su actividad: llega a penetrar en el conocimiento de las cosas y llega a querer a otras personas con tanta generosidad...

Eso es lo que me hace verdaderamente digno e importante en mí mismo.

Y Dios

De una célula, por mitosis, obtengo dos iguales. Y por meiosis, cuatro gametos, cada uno de los cuales podrá unirse, en la reproducción sexual, a otro para originar un nuevo individuo. Pero, ¿puede sufrir "mitosis" o "meiosis" el alma espiritual? Imposible, pues, al no tener "partes extra partes", al no ser materia (tampoco energía, que es cuantificable) no puede dividirse. Así, el alma espiritual no puede proceder de los padres.

─Entonces, ¿debo admitir que en cada concepción humana hay un acto creador de Dios, que anima a ese nuevo individuo con un alma espiritual? Por favor, ¡si soy científico!...

─¡Científico!... Pues sí, debes admitirlo. A no ser que, negando ese acto creador, niegues la espiritualidad de tu alma y, con ella, tu libertad y tu ser de persona... y, en resumen, tu dignidad. Porque sin Dios no hay espíritu, sin este no hay libertad, y negada esta tú pasas a ser un animal complejo pero simple animal (por lo tanto, no importante en ti mismo).

Por idéntica razón será preciso hablar de un acto creador en el momento de aparecer el primer hombre: al gozar de libertad, no puede ser fruto de la simple evolución de un ser vivo no espiritual (no libre). Y esa intervención de Dios será ineludible, proceda el primer hombre de un mono, de un puñado de barro... ¡o de un cocotero! (estoy de broma: creo que ninguna teoría evolutiva defiende este antecesor). Puedes negar esa intervención de Dios si niegas ─como otros han hecho─ que el hombre, que tú, seas libre.

Descubrir la verdad y ─aunque cueste─ ser coherente

Sé que no es un razonamiento "aséptico" ni "frío" el que he desarrollado hasta ahora. No lo es porque ningún tema puede afectarme de manera más profunda que los que tratamos aquí: la espiritualidad y libertad de mi alma, la existencia de Dios. Pienso que la respuesta a estas cuestiones influirá también más en la orientación que des a tu vida, que el hecho de que haya ganado el Atlético de Madrid o el F. C. Barcelona la liga de fútbol (a no ser que seas un simplón), ¿me equivoco?

─Sin embargo, reconocer mi libertad significa exigirme responsabilidades y reconocer, en consecuencia, la existencia de Dios. Y reconocer la existencia de Dios... ¡uy, uy, uy!, esto no me gusta. Así que prefiero quedarme con que soy libre (es algo evidente para mí y de lo que estoy orgulloso), y afirmar que soy incapaz de conocer si Dios existe o no (agnosticismo se llama esto, ¿no?, pues eso soy yo: agnóstico).

─¿Agnóstico? Tonto es lo que tú eres (o al menos lo que pareces ─no te enfades─ con semejante ocurrencia). El "lote" es indisociable: si hay libertad, hay Dios. Y si te parece inalcanzable la existencia de Dios, sé bienvenido al conjunto de "cachos de carne con ojos" animados que pueblan la Tierra, mas permíteme que te quite el título de persona: has dejado de ser importante en ti mismo.

Tenía razón quien afirmó un día: "el que no vive como piensa, acaba pensando como vive". Quizá la aceptación de estas verdades te complique la vida. ¡Vale la pena! Pero no caigas en la tentación de adulterar la verdad para llevar una vida más cómoda (¡triste comodidad sería esta!). Cuando descubras la verdad ─en el terreno que sea─ debes aprender a amarla apasionadamente.

Termino recordándote la idea que expresé anteriormente: la mentira (o la verdad a medias) te hace esclavo, mientras que la verdad te hace ─me hace─ más libre y, si te esfuerzas por vivir coherentemente, también más feliz.

[Me parece conveniente incluir aquí un texto de Tolstoi, después de haber leído "Guerra y paz". Es una reflexión sencilla y profunda a la vez. Por eso mismo, resulta luminosa]

"Que los hombres hayan descendido del mono en un período incierto, es tan comprensible como el que hayan sido hechos de un puñado de barro en determinada época (en el primer caso lo desconocido es el tiempo; en el segundo, el origen). Y la pregunta acerca de cómo puede concordar la conciencia de libertad en el hombre con la ley de la necesidad a la que está sometido, no puede tener respuesta adecuada ni de la fisiología ni de la zoología comparada, porque en la rana, en el conejo o en el mono no podemos observar más que actividad muscular y nerviosa, y en el hombre es evidente, además de esas actividades, la de la conciencia. Los naturalistas y sus seguidores, que creen resolver este problema, se parecen a los albañiles que debieran enlucir los muros de una iglesia y que, en ausencia del capataz y llevados por su celo, cubrieran de yeso las ventanas, las vidrieras e imágenes, las columnas y hasta los muros sin terminar, y se alegraran de que, desde el punto de vista de su oficio de albañiles, todo hubiera quedado igual y liso"

TOLSTOI, L. N. "Guerra y paz", Epílogo, 2ª parte, cap. VIII.

 

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