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15. LA "PÍLDORA DEL DÍA DESPUÉS" (El silenciado efecto
abortivo de la pdd) Planteamiento del problema Con frecuencia, los debates sobre
bioética giran en torno a la llamada "píldora del día siguiente" o
"píldora del día después" (pdd). En el
año 2000 el Gobierno francés autorizó la distribución de esa píldora en los
centros escolares. Poco después ha sido el Gobierno español quien ha
permitido su venta, con receta médica, en las farmacias. Enseguida,
la Junta de Andalucía, decidió obligar a los farmacéuticos a venderla sin
posible objeción de conciencia. La causa de esas decisiones políticas ha sido
el elevado índice de embarazos no deseados en adolescentes, muchos de los
cuales terminan en aborto. Y el debate queda emplazado en
estos términos: ¿se trata de una píldora anticonceptiva o de una píldora
abortiva? Debemos resolver esta cuestión por salud mental de la opinión
pública, la cual no alcanza directamente a los aspectos técnicos, sino solo a
las interpretaciones que de ellos hacen los especialistas. Pero también para
que las decisiones que tomen los médicos, los farmacéuticos y los
adolescentes sean verdaderamente responsables. Es preciso resolver
esa duda de forma definitiva. Una vez hecho, algunos querrán seguir
debatiendo sobre la conveniencia o inconveniencia, moralidad o inmoralidad de
su dispensación, distribución y consumo; pero ─tomando el ejemplo
del Quijote─ no discutiremos más sobre si son
"gigantes" o "molinos" lo que tenemos ante nuestros ojos. Los anticonceptivos son sustancias
químicas o estructuras que obstaculizan la unión del óvulo con el
espermatozoide, es decir: impiden la fecundación. Dentro de estos métodos se
incluyen tanto los preservativos (barrera física para la unión de los
gametos) como las píldoras anticonceptivas (que alteran los niveles
hormonales en la mujer e impiden la ovulación). Los abortivos son sustancias o
métodos que provocan la eliminación del individuo ya concebido en
cualquier fase de su desarrollo embrionario o fetal. ¿Qué es la "píldora del día
después" (pdd)? Se trata de un preparado
hormonal que debe ser ingerido dentro de las 72 horas siguientes a la
relación sexual cuyo fruto previsible se quiere evitar. Realmente, la pdd consiste en un gestágeno conocido
desde hace más de treinta años: el Levonorgestrel.
Esta sustancia tiene un uso terapéutico en la postmenopausia, para el
cual se administra en dosis de 0'075 mg al día durante doce días.
También se le ha dado un uso contraceptivo, con dosis de 0'25 mg al
día por 21 días cada mes. Pero su empleo como "píldora del día
después" supone una dosis de 0'75 mg al día durante dos días. ¿Cómo actúa la "píldora del
día después"? Por lo descrito antes, podemos afirmar que la
"píldora del día después" tiene un efecto doble:
produce cambios en la mujer que tienen un carácter contraceptivo,
y otros cambios que operan después de la fecundación y que tienen un carácter
abortivo. Que el efecto producido sea uno u otro dependerá del tiempo
transcurrido entre la relación sexual y el momento de su ingestión, así como
del día del ciclo menstrual en que se encuentre la mujer. Si un óvulo ya
maduro se encuentra en las trompas de Falopio, el preparado ─que altera
el equilibrio hormonal de la mujer─ no podrá obstaculizar que sea
fecundado. En ese caso, como la pdd modifica el
endometrio uterino, este queda incapacitado para acoger al embrión. Como
consecuencia, si ha habido fecundación, el embrión es expulsado y se pierde. Se insiste en que la pdd tiene un efecto contraceptivo, sobre todo por
parte de quienes alientan su rápida difusión. Una vez más se demuestra que
cualquier verdad a medias puede convertirse en la peor de las mentiras. Un
sencillo ejemplo servirá para desenmascarar la falacia: Cuando un militar monta guardia,
lleva armas con munición. Imaginemos un puesto militar próximo a un bosque
donde a menudo pernoctan tribus nómadas. Algunos miembros de esas tribus aprovechan
la noche para intentar robar el ganado que hay en una granja junto al
cuartel. El militar de guardia descubre fácilmente esos intentos de robo
cuando escucha ruidos de movimientos por la zona del busque: para
disuadir a los nómadas de su propósito, será suficiente lanzar dos disparos
al aire. Sin embargo, ¿cómo calificaríamos esos disparos si los dirigiese
hacia el bosque? Ciertamente, serán disuasorios para los nómadas, pero la disuasión será
definitiva para algunos, porque caerán muertos. El hecho de que el militar no
llegue a enterarse nunca del resultado de su acción, pues solo comprueba que
los ladronzuelos no llegan a la granja, es algo que no le
exime de su responsabilidad. Y solo un cínico podría seguir calificando esos
disparos como disuasorios en lugar de llamarlos homicidas, aunque
algunos no alcancen a nadie. Hay personas que consideran lícita
la eliminación del fruto de la fecundación en sus primeras fases de
desarrollo (ya estudiamos esto con el aborto). Pero ni siquiera a esas personas
se les ocurriría afirmar ─sin conciencia de
estar mintiendo─ que la "píldora del día después",
cuya acción hemos descrito ya, es una píldora anticonceptiva. Es cierto que al no tratarse de un
método quirúrgico, su ingestión puede resultar menos traumática para una
adolescente que la práctica de un aborto "tradicional". Pero eso no
deja de convertirla en una píldora abortiva (igual que
la RU-486, aunque esta actúe sobre el embrión ya implantado en el útero
materno). Además, no se trata de arreglar tanto un conflicto psicológico personal
como un conflicto de intereses: los intereses de la madre y del padre ─pues
algún varón será corresponsable de esa situación─, y los intereses
del embrión, como parte sin voz ni voto, pero parte principal dentro de este
"conflicto" en el que se juega la vida. Y en los conflictos de
intereses hay que priorizar la defensa de los derechos básicos. Quien piense
que es mejor evitar el "trauma" de un aborto quirúrgico a una
adolescente y recetarle entonces la "píldora", que también puede
tener efecto abortivo, ¿acaso no defiende la conveniencia de cerrar los ojos
ante un problema? Algunos solo se preocupan de evitar a la chica un aborto
quirúrgico y, para eso, no les importa hacer una "restricción
mental" que pase por alto el efecto abortivo de la pdd
y los efectos secundarios de las hormonas ingeridas por la adolescente.
Realmente, en caso de que se haya producido la fecundación, la "píldora
del día después" solo ofrece una "ventaja" clara respecto al
aborto quirúrgico: evita pensar en lo que se ha hecho. Igual que el niño que,
ante un peligro, tapa sus ojos con las manos, y "deduce"
erróneamente que "si él no ve nada, es que no pasa nada". En cualquier caso, pienso que el
debate se encuentra aquí planteado en los términos correctos. Es un ejercicio
de responsabilidad que el médico sepa exactamente qué receta, el farmacéutico
qué dispensa, y la adolescente qué consume. Seguirá habiendo quienes
defiendan que no pasa nada por eliminar un embrión en sus primeras fases de
desarrollo, y consideren correcta la distribución de la "píldora del día
siguiente" (pdd). Muchos considerarán indiferente
la conservación, eliminación o incluso experimentación con embriones
sobrantes de la fecundación "in vitro". Pero quienes defiendan
la vida del embrión humano en esas primeras fases, actuarán en conciencia y
no colaborarán en la distribución, dispensación y consumo de esa
"píldora". En cualquier caso evitaremos que algunos vean
"gigantes" donde hay "molinos". Causas de esta situación Existen causas que han llevado a
proponer la distribución de la "píldora". Son las mismas por las
que se han incrementado los abortos provocados entre adolescentes: hay más
embarazos y más riesgo de embarazos entre adolescentes porque se ha trivializado la sexualidad
entre los jóvenes, y se ha roto el
nexo que unía sexualidad y amor responsable. Un joven sabe distinguir entre un
verdadero amigo y quien no pasa de ser un simple conocido de cierta
confianza: hay cosas que jamás confiaría a este y por las que se
sentiría incómodo si llegase a conocerlas. Esta distinción entre amigos y
conocidos es aplicable a chicos y chicas, y también a chicos con chicas. Preservamos de la mirada de un
simple conocido nuestra intimidad: tanto la espiritual como la corporal. Este
sentimiento de pudor nos empuja a cuidar el modo de vestir ante extraños:
¿Cómo voy a recibir en mi casa a un extraño, o a un conocido que no sea del
entorno familiar con "chanclas" y en pijama? Es el pudor por el que
cubrimos nuestra desnudez cuando nos cambiamos de ropa y se encuentran
presentes otras personas, aunque sean del mismo sexo. Pues si esta es la
actitud corriente ante la visión corporal, ¿cuál no deberá ser ante el contacto
físico corporal? Sin embargo, son ya muchos los
años en los que se ha ido despojando al cuerpo humano de su carácter
"sacro", quizá los mismos en los que se ha ido despojando a la
persona de su dignidad también "sacra". Y se ha disipado el
sentido del pudor entre la gente joven. Aunque, para esto, algunos
hayan tenido que violentarse interiormente las primeras veces, ya que el
exhibicionismo no es una actitud espontánea (salvo en casos dignos de un
psiquiatra). Entretanto, como la naturaleza humana sigue siendo igual, estos
cambios de costumbres han traído consigo un mayor número de situaciones en
las que se incita al disfrute sexual. Lo descrito hasta ahora podría
referirse solo a la "moda", a la forma de vestir la gente por la
calle. Pero acaba influyendo directamente en algo tan importante como el
noviazgo. La "moda" de la que hemos hablado, esa moda de
"espontaneidad" (dicen), de "naturalidad" que desecha
todos los tabúes, de "dejarse llevar" sin prejuicios..., ha calado
en las relaciones entre novios: "─¡A ver
si esta/e va a pensar que soy un/a estrecho/a o que no soy un
hombre (una mujer) normal!", piensan. Entonces, desaparece en esas relaciones
la actitud natural de prudencia ─de desconfianza en uno mismo, no en
la pareja─ que debe presidirlas. Y lo hace porque se
considera esa prudencia como algo propio de gente retrógrada. Eso sí, como
puede pasar de todo en esas situaciones, se aconseja tomar medidas como
llevar siempre algún preservativo encima (esta "prudencia" de
emergencia no se considera retrógrada). Pero claro, quienes actúan de esta
forma "prudente" muestran desconocer notablemente de su propia
persona. Olvidan que, cuando la pasión se desata ─y con su poca
prudencia se desata fácilmente─, el hombre y la mujer se ciegan. En esa
situación pueden pasar por alto las medidas de falsa "prudencia"
(el preservativo) que llevan encima, y no evitan que el capricho de un
momento desemboque en una grave responsabilidad
denominada "embarazo". Tampoco vamos a proponer el viejo
método de "la carabina", cuando la pareja de novios llevaba siempre
un hermanito de él o de ella en sus paseos, para que la incómoda presencia
del zagal evitase "males mayores"... Pero cabe pensar que, con
elementales medidas de prudencia ─que es conocimiento de la
propia naturaleza─ y recuperando el elevado sentido del
noviazgo, se evitarán muchos embarazos no deseados. ¿O es que alguien piensa
que ahora son más frecuentes porque los hombres de hoy son más
"machos" que sus padres y las mujeres de hoy más atrayentes que sus
madres? Educar en el amor humano Ahí está el secreto. Se habla
mucho del amor sin pasar a veces del mero sentimiento. Pero si se ama con la
voluntad, es esta la que debe gobernar sobre el corazón
─los sentimientos─ y no al revés. Por eso resulta
conveniente recordar a menudo que la persona amada, además de ser guapa
atrayente y simpática es, en primer lugar, persona. Vamos a repasar algunas ideas que
vimos en el tema sobre la sexualidad humana: Allí analizamos los tipos generales
de amor que se dan en el hombre: el amor de “egoísmo” o autocomplacencia (por
interés), y el amor de amistad o benevolencia (amar a otra persona por sí
misma). También vimos que el amor de amistad es propio de las personas,
aunque puede ser correcto un amor de “egoísmo” en ciertos casos: como el amor
a un panadero por el buen pan que fabrica (lo que verdaderamente “amamos” es
el pan que hace). Pero hay relaciones (padres-hijos, entre hermanos, entre amigos, marido-mujer,
novio-novia) en las que debe imperar el amor de benevolencia o amistad. No
será el único, porque esas relaciones también nos resultan “apetecibles”,
pero si se impone el amor de “egoísmo” sobre el de benevolencia, esas
relaciones se acaban corrompiendo. Ya hemos visto que el amor es un
acto personal porque interviene la voluntad. Somos seres formados por cuerpo
y alma, y tan inhumano sería olvidar el espíritu como parte integrante de
nuestra persona, como despreciar el cuerpo. De hecho, ordinariamente, el
cuerpo participa en la manifestación de los actos más espirituales a través
de gestos corporales y, sobre todo, a través de la palabra. Toda actividad
humana es corporal y espiritual a la vez. Juzgando el papel protagonista del
alma o del cuerpo en nuestras acciones, aunque no sea del todo correcto
filosóficamente, podríamos preguntarnos ¿Puede amarse sin el cuerpo? Sí. ─¿Puede amarse con el cuerpo? También. ─¿Puede amarse sin el alma? No. En el amor (a partir de ahora,
siempre que hablemos del amor sin otros adjetivos, nos referiremos al amor de
benevolencia) tiene que haber entrega: darse al otro. Sin embargo, como
la amistad aporta numerosos beneficios al que ama, cuando hay poco sacrificio
personal acaba predominando el egoísmo. Una canción popular sudamericana
lo recuerda con acierto: El amor, si es verdadero, se prueba en el
sufrimiento / ¡Cuántas veces los tormentos refuerzan más un querer! / Son
palabras que en el aire fueron grabadas a fuego / No puedo romper yo luego
como se rompe un papel. El amor humano solo es plenamente
humano cuando se hace divino, es decir, en la
medida en que ese amor es reflejo del amor de Dios a cada uno de nosotros. Si
somos imagen de Dios (por ser libres) el amor que tenemos
a los demás también debe ser imagen de su Amor. La experiencia
demuestra que la filantropía ─un deseo "aséptico”
de bien para todo el mundo─ no sirve como fundamento del
verdadero amor humano. Cuando amamos hemos de ver la imagen de
Dios que hay en la persona amada, y amarla como se merece. En el caso del noviazgo, el primer
amor ─el flechazo─ puede ser superficial. El paso del
tiempo y el trato hacen que se profundice en la otra persona y que, más allá
del simple flechazo, se aprenda a quererla con verdadera benevolencia
(aunque, lógicamente, no desaparezca el enamoramiento con el que empezó todo).
Esa es la función del noviazgo: permitir que los novios profundicen en su conocimiento,
para comprobar que existe entre ellos algo más que una mera atracción externa
con un barniz sentimental, y para decidir si pueden establecer finalmente una
comunión de por vida entre ellos: el matrimonio. Por eso, durante el
noviazgo, cada uno debe aprender a "bucear" en el alma del otro
hasta llegar a conocerse bien. Pero en el conocimiento entre los
novios hay que limitarse al conocimiento del alma. ¿Por qué? Primero, porque
no es el cuerpo sino el alma ─modo de ser, carácter, personalidad,
etc.─ la que puede ofrecer dificultades en una futura convivencia más
estrecha. Segundo, porque la unión carnal provoca en las personas sentimientos
tan fuertes que ciega momentáneamente el conocimiento de esos matices del
carácter tan importantes. Tercero, porque, como hemos dicho, el cuerpo debe
manifestar el amor del alma: si este amor no existe todavía, la unión carnal
sería instrumento de hipocresía (simple satisfacción de apetitos sensibles);
y si existe, debe esperar a que haya un compromiso firme y estable que no
haga imprudente la apertura de la intimidad corporal como manifestación de
ese amor. A pesar de todo, hay quienes dicen
que ese conocimiento corporal también debe formar parte del noviazgo. De
hecho, muchos actúan así. Pero a los hechos me remito: siendo menos frecuentes
antes los casos de relaciones prematrimoniales, la tasa de fracasos
matrimoniales era muy inferior. Si hay más "fracasos" es que hay
menos conocimiento antes de contraer matrimonio, lo que parece demostrar que
el conocimiento corporal no contribuye aquí al conocimiento personal. En cualquier caso, tampoco debemos
caer en el pragmatismo de desechar las relaciones prematrimoniales en el
noviazgo solo por los datos estadísticos... Los razonamientos aportados aquí
y en el tema sobre la sexualidad humana nos parecen suficientes. Conclusión (volviendo al asunto de
la "píldora"...) Hemos empezado este trabajo
analizando el problema ético de difundir la "píldora del día
siguiente", que afecta a quienes la consumen y a quienes cooperan en su
distribución (fabricándola, recetándola o dispensándola). Después nos hemos
detenido en un análisis de las causas que han llevado a esta situación y
hemos procurado ofrecer alternativas o soluciones que ayuden a atajar el problema
de raíz. Pero la realidad actual es que las relaciones extramatrimoniales
entre adolescentes siguen siendo frecuentes, y también los embarazos no
deseados (fruto de esas relaciones). ¿Qué actitud tomar ante esta situación? El respeto al embrión humano debe
seguir siendo absoluto. Y hemos visto que la "píldora del día
después" tiene un doble efecto: anticonceptivo (limitado) y abortivo
(para los casos en los que falle aquel). Por esta razón, nunca estaría
justificado cooperar al consumo de esa píldora por parte de las adolescentes,
con la excusa de que desconocemos si estamos colaborando a una contracepción
o a un aborto, ya que seríamos responsables de los abortos que se produjesen
por nuestra cooperación (aunque nunca lleguemos a saber cuántos). En este
caso se impone una lógica objeción de conciencia tanto a recetar como a
distribuir ─¡no digamos ya a
consumir!─ la píldora. El derecho a la objeción de conciencia está
recogido en la Constitución Española de 1978 y en la Declaración Universal de
los Derechos Humanos de 1948. Pero aunque no fuese así, ninguna autoridad
humana podrá despojarnos de ese derecho natural que todos tenemos: nadie
puede obligarnos a actuar en contra de nuestra conciencia rectamente formada. |
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