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5. SEXUALIDAD,
CELOS Y VIOLENCIA DOMÉSTICA Es algo
comúnmente aceptado reconocer la violencia doméstica como un crimen
injustificable. Pero cuando se habla de combatirlo, apenas nos limitamos a
alentar las denuncias: es como intentar vencer la corrupción política solo a
base de comisiones de investigación. Nosotros vamos a intentar reconocer
algunas causas que quizá hayan contribuido a que se extienda esa violencia:
así nos encontraremos en condiciones de poner remedios más eficaces... Sexualidad Resulta frecuente que, cuando un
hombre y una mujer se sienten atraídos confundan enseguida ese sentimiento
con el amor y, sin solución de continuidad, lleguen a la unión sexual como
manifestación “lógica” de ese “amor”. Existe una gran confusión de ideas
en todo esto. La atracción física no supone otra cosa que eso: atracción. Se
trata, pues, de un sentimiento superficial (realmente, todo sentimiento es superficial,
aunque cuando se percibe con intensidad nos gusta hablar de un
profundo sentimiento). Solo cuando el sentimiento va unido al amor
podemos hablar con propiedad de un sentimiento profundo: pero no porque sea
profundo el sentimiento en sí, sino porque va asociado al amor, que es un
afecto voluntario (ciertamente profundo). Cuando un chico y una chica
─un hombre y una mujer─ se conocen y se sienten atraídos, aunque
perciban profundas alteraciones, todavía no se aman: porque no
se conocen bien y solo se ama a quien se conoce bien (a quien no,
solo se le puede admirar o desear). Incluso, cuando empiezan a salir juntos
─antes de conocerse bien─, como están sentimentalmente enamorados
puede suceder que les entren palpitaciones, nerviosismo o sudores fríos cada
vez que se miran o, sencillamente, se dirigen una palabra o un pensamiento.
Sin embargo, todavía no hay amor (en el pleno sentido de esta palabra). Como personas que han dejado de
ser niños, todos hemos desarrollado un sentimiento natural de pudor por el
que ocultamos a la mirada de gente extraña distintos aspectos (físicos o
espirituales) de nuestra persona. Por esta razón, cuando hablamos confidencialmente
con un amigo y se acerca otra persona, bajamos el volumen de voz o cambiamos
de conversación. También por eso, si estamos con poca ropa en el jardín, nos
ponemos una camisa ante la proximidad de un extraño. ¿Quién no ha sentido desasosiego
después de tratar un asunto personal con alguien que después no ha
correspondido a nuestra confianza y lo ha aireado? Pueden ser cuestiones
espirituales (a veces de conciencia), sentimientos afectivos, dudas... Porque
esas aperturas del alma solo se hacen con quien va a guardar una prudente
reserva en todo lo que le digamos. La ruptura de esa confianza o el
descubrimiento de que nos equivocamos al juzgar la lealtad de alguien, genera
una sensación de enorme incomodidad. Y llega a tal punto esa inquietud, que
puede alterarnos más que una contradicción fuerte en la que nos sintamos
“arropados” por quienes nos quieren. Hemos dicho innumerables veces que
la unión sexual entre un hombre y una mujer es manifestación de una entrega
personal plena y estable. Cuando un hombre manifiesta su amor de esta forma,
hace partícipe a la mujer de su intimidad corporal y de sus afectos más
“profundos” (profundos por estar asociados a un amor personal).
De ahí que sea un grave error mantener ese tipo de relaciones fuera de una
unión estable, fuera del matrimonio. Y no solo podemos calificar esa unión
carnal de imprudente sino también de hipócrita, por
ser “manifestación” de un amor que... todavía no existe (en cuanto entrega
personal estable). Pero ahora estamos estudiando
algunas consecuencias de esa actitud. Y por eso vamos a centrarnos en la
característica de imprudente que tiene la unión completa de un
hombre y una mujer sin que medie un compromiso entre ambos que los vincule
establemente: esto es, sin estar casados. Cuando un hombre y una mujer
llevan una vida matrimonial sin estar casados, encontramos
dos aspectos contradictorios: por una parte, de forma habitual se han hecho
partícipes ─el uno al otro─ de su intimidad corporal y de sus
afectos más profundos...; pero por otra, han manifestado las “dudas” sobre un
compromiso de entrega para siempre (dudas razonables durante el noviazgo).
Cada unión sexual que han tenido ha sido como decir: “Soy totalmente tuyo (o
tuya) ahora, pero después... ¡ya veremos!” Resulta lógico que una proporción
elevada de esas parejas se separen, igual que sucede en las relaciones de
noviazgo (orientadas a reconocer si se puede llegar a una estabilidad
matrimonial y familiar entre el hombre y la mujer). Frecuentemente las
separaciones de novios resultan dolorosas (al menos para una parte), pues cuando
una pareja empieza su relación de noviazgo, lo hace con la ilusión de llegar
más adelante al matrimonio. Pero las separaciones en las parejas de hecho
llegan a ser... ¡traumáticas! Celos ¿Por qué traumáticas? Porque desde
el momento de nuestra separación, esa mujer ─estoy describiendo ahora
el sentimiento de un hombre─ se ha “llevado” mi intimidad y mis
manifestaciones de afecto más profundas (ya que tuvimos vida
matrimonial). Además, si después veo que se une a otro hombre y empieza a
convivir con él... en muchas ocasiones será inevitable que me asalte un sentimiento
de celos: es verdad que ya no queremos vivir juntos, pero también lo es que
se ha llevado algo de mí, algo muy íntimo y personal. Por eso, mientras yo
viva difícilmente conseguiré eliminar (ni tan siquiera mitigar) la sensación
de que está traficando con algo que ya no es suyo, pues su
afecto más íntimo lo había dirigido de forma habitual hacia mí. También
sentiré que mi persona se encuentra entonces sola y como “desnuda” (con una
inquieta y enorme sensación de impudor). [Algo parecido ─aunque a
otro nivel─ me sucedió cuando le confié a aquel “amigo” (no era
verdaderamente amigo) una inquietud espiritual que albergaba en mi
corazón...: se burló de mí, sonriéndose. El profundo arrepentimiento de
haberle hecho esa confidencia no sirvió para aliviar una extraña sensación de
“impudor”: como si la intimidad de mi conciencia estuviera expuesta a la mirada oliscona y
superficial de curiosos que deambulan por la calle... Y no porque mi “amigo”
contase a otras personas lo que le dije sino porque yo había mostrado la
intimidad de mi alma a quien no era merecedor de esa confianza.] Por eso, al producirse la
separación de quienes convivían sin estar casados, se despierta primero un
sentimiento de inseguridad y desasosiego. Y ese sentimiento, cuando el hombre
ve que la mujer se ha unido a otro y le está ofreciendo manifestaciones de
afecto y entrega como las que le ofrecía antes a él, evoluciona enseguida
hacia un sentimiento de celos: ─“¡Está traficando con
lo que yo le di!”, piensa el hombre... sin “echar cuentas” de su personal
responsabilidad en todo lo sucedido dentro de esa relación. La estabilidad emocional del
hombre es generalmente inferior a la de la mujer. Por eso, los sentimientos
de celos ─igualmente intensos y dolorosos para la mujer─ traen
consecuencias a veces más radicales en el hombre... Violencia doméstica [Prefiero hablar de violencia
doméstica (en el domus) y no
de violencia de género por el sesgo ideológico que tiene
esta expresión dentro de la ideología de género, a pesar de que
en este escrito me refiero siempre a la violencia entre personas que están o
han estado unidas por una relación afectiva, es decir, no incluyo las manifestaciones
de violencia doméstica entre padres e hijos, etc.] Debo reconocer ─como
varón─ la superioridad psicológica que habitualmente tienen las mujeres
en las situaciones de inestabilidad y de crisis. También, por este motivo,
reconozco la posibilidad de una “violencia psicológica” por parte de la mujer
de la que no se recogen estadísticas pero que en algunos casos puede estar en
el origen de una reacción de violencia física por parte del hombre (cuando se
siente incapaz de dar una respuesta “psicológica” adecuada pero se sabe
físicamente más fuerte). Esa diferencia me parece un hecho objetivo, aunque
existan excepciones. He conocido casos de esa “violencia psicológica” y ─desgraciadamente─
también de alguna respuesta “física” injustificable por parte del
varón: como el adolescente sin argumentos ante una reprensión justa de sus
padres, que opta por dar un portazo y marcharse de casa o reacciona golpeando
con su puño sobre la mesa o contra la pared. La diferencia es que en la
violencia doméstica los golpes no se dirigen a objetos sino a una persona. La situación de violencia se
produce cuando la pareja deja de sentirse unida y estalla un conflicto (pues
en toda pareja se producen discusiones que ─cuando están
unidos─ no llegan “a mayores”...) Por eso, las parejas de
hecho son más débiles que los matrimonios ante las situaciones de tensión:
porque no consideran su unión más que como un “compromiso temporal”, que
igual que ha empezado puede terminar. Por desgracia, algunos también consideran
así el matrimonio. Pero, por otra parte, como las
parejas mantienen una vida conyugal en la que se hacen partícipes de
su intimidad corporal, cuando el hombre descubre que el afecto de su expareja se dirige a una tercera persona, la falta de
fortaleza psicológica puede llevarle a reaccionar de forma violenta y
criminal ante el sentimiento “impúdico” de que están traficando con sus
afectos (los que ofreció) y su intimidad corporal. No recuerda que aquella
mujer y él no se unieron establemente de mutuo acuerdo. Tampoco que fue él
quien ofreció libremente sus afectos más íntimos a sabiendas de
que eran solo “pareja de hecho”: el apasionamiento hace que el hombre olvide
entonces su responsabilidad en esa situación y se considere solo “víctima”.
La debilidad psicológica del hombre en la violencia doméstica se comprueba
porque muchas veces, tras el crimen, se suicida (consciente de ser aún más
débil). Y otras veces, como un autómata, se entrega directamente a la autoridad. [La violencia doméstica también se
da dentro del matrimonio, y a veces no como consecuencia de celos. También en
estos casos se desarrolla a menudo la tétrica secuencia: crimen o crímenes
─pues se llega a matar a los hijos─ y suicidio o entrega
“autómata” a la autoridad] Nunca se pueden justificar esos
crímenes, ni se debe disminuir la gravedad del delito cuando no se llega al
crimen pero sí a la violencia física. Sin embargo... ¿no podríamos hacer algo
más ─algo formativo y positivo─ para combatirlos y, sobre
todo, para desarraigarlos? Es conveniente fomentar la denuncia de abusos, ya
que el silencio cómplice no mitiga sino que acrecienta el riesgo
de que esa violencia repetida acabe en homicidio. Pero, si no se llega a la
raíz, puede suceder que el número de víctimas mortales se mantenga o incluso
aumente, aunque el número de denuncias y condenas por malos tratos se
multiplique por diez, por cien, por mil... Pienso que la raíz principal (no
la única, pues existen otras causas que contribuyen a devaluar la dignidad de
cada persona humana), la raíz de esa violencia doméstica abrumadora, igual
que la de otros delitos igualmente vergonzosos (como la pederastia), se
encuentra en la trivialización de la sexualidad humana y
en la consideración de esta como otro “aspecto” de unas relaciones humanas de
intercambio en las que solo hay que evaluar los “riesgos” (dos
“riesgos” en este caso: la enfermedad y el embarazo). Necesitamos redescubrir el
sentido de la sexualidad en las relaciones estables entre un hombre y una
mujer. Hay que reavivar su significado dentro del amor humano: que es un amor
personal y no un juego caprichoso del momento ni un simple intercambio de placer.
Tenemos que reconocer que la instrumentalización sexual de la mujer
(y del hombre) como cebos en campañas publicitarias degradan al
hombre y a la mujer como personas (y acaban influyendo negativamente también
en el respeto a los niños). Si se “censuran” anuncios con contenidos
xenófobos o que pueden herir la sensibilidad de ciertos colectivos... ¿por
qué no, también, esta publicidad cargadamente sensual y en ocasiones erótica? Hay que contribuir a que muchos
recuperen el sentido común: no es más “moderna” la mujer que se acuesta con
quien le apetece pero ─eso sí─ pone medios para no contraer el
SIDA o para no quedarse embarazada. Esa mujer puede ser considerada como un
objeto de placer por parte del hombre. Y si se trata de una relación prolongada
y el hombre se siente desengañado cuando termina, es posible que no soporte ─herido
en su orgullo─ la idea de haber sido utilizado...
(entonces, fácilmente, la mujer llega a ser víctima
de la violencia). Nada hay más moderno y progresista
(motor del progreso) que el amor humano limpio y leal. No existe un hombre o
una mujer, un joven o una chica más libre que quien se sabe “señor” de sus pasiones
(y no “esclavo” de ellas): pues solo esas personas se poseen a
sí mismas, y por esa razón solo ellas pueden entregarse de forma plena y
feliz a otra persona (en contraste con la falsa “entrega” del egoísta:
placentera pero infeliz). Tenemos que recuperar esta cultura
humanista. Es compatible con el desarrollo social, tecnológico, científico...
No solo es compatible con ese desarrollo: es, de hecho la
única garantía de que los avances signifiquen un verdadero progreso. |
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