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4. LA HOMOSEXUALIDAD Como
siempre, debemos empezar el estudio de este tema poniendo los fundamentos...:
primero, no tiene sentido juzgar a nadie por las inclinaciones afectivas que
tenga. De hecho, nadie es “malo” ni “bueno” por tener una inclinación afectiva
heterosexual, por tenerla homosexual o por tenerla bisexual; segundo, toda
persona humana es importante y digna por
sí misma, sin tener en cuenta su raza, religión, nacionalidad, sexo,
características psicológicas o edad (aunque lo veamos después, al tratar
sobre el aborto, viene bien recordar que no es más digno por sí mismo un presidente de los Estados Unidos que un embrión
de dos semanas, hijo de una madre soltera que vive de la mendicidad en
China); tercero, la dignidad de cada persona radica en que esta llamada a alcanzar una felicidad plena a través
de una vida libre llena de amor personal. Ahí está
la clave: solo puede ser feliz el hombre y la mujer que se reconoce amado y
que ama, y solo es verdaderamente libre quien ama con su libertad a otras
personas. Como ya
vimos, todos los animales tienen apetitos que les facilitan alcanzar bienes
básicos: entre otros, el apetito que les inclina hacia los alimentos y el
apetito sexual que favorece la reproducción. Al hombre le sucede algo
semejante. En el caso de los alimentos, estos son apetecidos de forma
“egoísta”: exclusivamente por el bien que nos proporcionan. Aunque, al ser
persona, el hombre aprovecha esos tiempos de alimentación para relacionarse
con otros, o para agradecer algo a otras personas ofreciéndoles un manjar especial...
(Aristóteles hablaba del hombre como zoom
politikom: animal político o ser social). Sin
embargo, aunque el apetito sexual puede ser satisfecho también de forma
egoísta, como su objeto no es “algo” sino otra persona, solo es digno si se
integra dentro de una relación estable de amor personal. Así que la actividad sexual del
hombre debe cumplir estas condiciones para integrarse en el proceso de construcción personal: primero, que no
busque el placer al margen del fin propio de esa actividad (con el ejemplo de
la comida, sería igual que comer solo buscando el placer y provocar el vómito
una y otra vez); y segundo, que integre esa actividad sexual dentro de una
relación estable de amor personal. Como el apetito sexual es muy fuerte,
el hombre puede buscar el placer haciendo uso de su inteligencia al margen de
la finalidad hacia la que se orienta ese apetito. Sucede así cuando alguien
cae en la masturbación y cuando recurre a actividades pornográficas. Sucede
cuando se hace uso de la genitalidad con otra persona fuera de una actividad
naturalmente procreadora (así ocurre al evitar la complementariedad de los
órganos genitales entre personas del mismo sexo o entre personas de diferente
sexo). Y sucede también cuando aparentemente
se respeta esa complementariedad pero previamente se modifica la genitalidad
en uno o en ambos (es el caso del uso del preservativo, los anticonceptivos y
la esterilización temporal o permanente). Respecto a la integración de la
actividad sexual dentro de una relación estable de amor personal, dicha
integración no existiría en caso de violación o de otros abusos. Pero tampoco
cuando se trata de una actividad aceptada por ambos al margen de un
compromiso de entrega personal, como en las relaciones prematrimoniales:
aparte de que en las relaciones prematrimoniales se suele modificar la
genitalidad en aspectos esenciales, precisamente para evitar la concepción
(es decir, con el consentimiento de ambos, se da un uso del otro, ya que no se le ama tal y como es). Cuando dos personas se aman,
tienen que vivir de tal forma que puedan mirarse a los ojos siempre viendo en
el otro alguien querido por sí mismo e
importante en sí mismo. Cuando uno solo puede ver en el otro al cómplice de sus egoísmos (algo que
sucede a menudo por libre decisión de ambos), falla el amor. Y el hombre debe
amar para ser feliz: una persona no enamorada es una persona desgraciada. Los
“solterones” son personas que no aman y, por esa razón, personas infelices, aunque sonrían... Pero “solterón” no es todo
hombre o toda mujer que no está casado. Un hombre o una mujer pueden no estar
casados siendo personas enamoradas: que no se casan para poder atender bien a
otras personas a las que aman (sus padres u otros familiares enfermos),
porque han entregado esos afectos a Dios (el celibato por motivos religiosos)
o por otras razones personales entre las que no se encuentra la de “desentenderse
de los otros”. Son enamorados ─no “solterones”─ porque
desarrollan su capacidad de amistad y entrega con otras personas. Por el
contrario ─aunque resulte paradójico─, un hombre o una mujer
casados pueden ser verdaderos “solterones” por vivir de forma egoísta su
matrimonio. Acerca de lo que sucede cuando uno
dice que quiere a otra persona cuando en realidad no puede ver en ella más
que al cómplice de sus egoísmos,
recuerdo bien el diálogo con un antiguo alumno: después de analizar de forma
objetiva la forma de comportarse con su novia tuvo que exclamar: “Cuando
pienso en las cosas que hago con ella... ¡me doy asco!” Él la amaba, pero era
consciente de que, cuando tenían relaciones sexuales, “se aprovechaba” de
ella (y ella de él). Además, cuando alguien mantiene
relaciones sexuales egoístas con otra persona a la que dice que ama, muy
pronto aparecen “fracturas” en el amor: se quiebra la fidelidad. Cuando un hombre y una mujer casados “modifican” su
genitalidad antes de unirse sexualmente, con objeto de evitar una posible
concepción, se usan de forma
egoísta en esos momentos para satisfacen su apetito sexual. En esa situación
no se ve la unión sexual como una forma de manifestar el amor de entrega. Y,
si alguna vez no es posible satisfacer
el apetito y se cruzan en su vida otros “objetos” con los que
satisfacerlo (“objetos” porque se mira a otras personas como “objetos de placer”),
esas personas deciden usar los
nuevos “objetos” (al menos con la imaginación, si es que no llegan a consumar
los actos). Y no se tiene impresión de infidelidad
porque la infidelidad empezó cuando se dieron esas relaciones egoístas dentro
del matrimonio. Con mayor motivo sucede esto en las relaciones prematrimoniales,
aunque allí tampoco se puede hablar de infidelidad
sino de deslealtad, ya que nunca
hubo un compromiso de entrega. Y en el caso de las relaciones homosexuales:
cuando no se puede satisfacer el
apetito sexual con la pareja, fácilmente se recurre a otros “objetos”
(personas) con la imaginación o en realidad, o se buscan compensaciones
egoístas en la masturbación. [Antes de pasar a dos aspectos
fundamentales que nos interesa tratar por sus consecuencias sociales ─la
equiparación de las uniones homosexuales con el matrimonio y la adopción de
hijos por parejas homosexuales─, me parece importante explicar por qué
he querido tratar los aspectos éticos de las relaciones homosexuales junto
con los de otras relaciones heterosexuales. Ya dijimos al principio que las
personas con inclinación afectiva predominantemente homosexual son personas
normales y, por tanto, llamadas a crecer como personas y a alcanzar su
felicidad estableciendo relaciones auténticamente humanas de amor (no de
egoísmo) con otras personas humanas y con Dios. Además, las razones por las
que una relación sexual fomenta el amor o, por el contrario, el egoísmo que
aísla a quienes la mantienen, son las mismas para quienes tienen una u otra
inclinación afectiva. Me parece importante subrayar que lo esencial es que
cualquier persona encuentre un amor personal auténtico para que su vida se
llene de sentido y pueda alcanzar su plenitud. Y las relaciones egoístas
─no solo en el ámbito de la sexualidad─, cuando se mantienen con
la persona amada, empequeñecen el amor y lo “apuñalan por la espalda”.] Equiparación jurídica de las
parejas homosexuales con el matrimonio Resulta lógico que el Estado
procure beneficios, también fiscales, al matrimonio: es una institución que
tiene consecuencias sociales inmediatas, al ser el lugar idóneo para
engendrar y educar a los hijos (bien necesario para el sostenimiento del
propio Estado). Pero no tiene sentido hacer igual
con las parejas homosexuales, pues no tienen las mismas consecuencias
sociales que el matrimonio (ya que no engendran hijos). Puede que esas personas unidas
sentimentalmente deseen compartir sus bienes materiales. E incluso considerar
que en caso de fallecimiento de una de ellas, la otra persona sea el
beneficiario de su herencia (cosa que sucedería si estuvieran “casadas”).
Pero para eso no hace falta llamar “matrimonio” a lo que no lo es, ya que nunca
va a tener las consecuencias ─que el Estado debe atender─ de
acrecentar la sociedad con nuevos hijos. Quizá sería conveniente pensar en un
registro para esas personas. Y no solo para ellas: también para quien dedica
su vida entera a atender a un hombre anciano que no es su padre, pues cuando
este fallece no recibe parte de su herencia que, por ley, pasa a unos hijos
que se desentendieron de su padre; también para los amigos no homosexuales
que se asocian y comparten ideales, trabajo y vida por un objetivo de trascendencia
social... Junto a la equiparación del
matrimonio y otras uniones, también el “divorcio rápido” debilita la
institución familiar: ─¿Para qué casarse
─pensarán los jóvenes─ si es lo mismo hacerlo que no, ya que el
matrimonio es una unión más, que además ofrece una “estabilidad” parecida a
cualquier contrato temporal de tres meses?... Esta “trivialización” daña a la
sociedad: entre otras cosas, perjudica a la educación de los hijos... Igual
que en economía cuando se emite moneda falsa: la primera
consecuencia es que se devalúa la moneda verdadera. ¿Y la adopción? Solo causas muy graves pueden
justificar que a unos padres se les quite la patria potestad y la custodia de
sus hijos: violencia doméstica; alcoholismo y drogadicción; graves desórdenes
y descuidos en la atención de sus hijos (desnutrición, abandono en el cuidado
de su salud, descuidos graves en su educación básica...) Por eso, a la hora de conceder a
otros la adopción de esos hijos debe establecerse un orden de prioridades:
1º) quienes ─de forma natural─ podrían haber sido sus padres (un
varón y una mujer) para que puedan suplir adecuadamente la ausencia de aquellos;
2º) quienes ofrecen una unión estable (para que el niño no salga “de
Guatemala para ir a Guatepeor”...),
es decir, en matrimonio. Incluso, dentro de los matrimonios deberían tener
preferencia quienes ofrecen más garantías de estabilidad: por ofrecer un
clima adecuado para la educación del niño adoptado. A veces se alega que es preferible
un niño adoptado por homosexuales que abandonado en la calle. Pero para eso
no hace falta una ley: de la misma manera es preferible que un niño sea
acogido por una pareja de hermanos, por una mujer o por un hombre solteros,
por una institución benéfica o... ¡por un Club de fútbol! (¿quién ofrece más
garantías de “estabilidad” y de medios económicos para procurarle una buena
educación que el F. C. Barcelona o el Real Madrid ya centenarios?...) Pero en
ningún caso deben ser considerados estos como candidatos en primera
instancia para adoptar. Conviene recordar además que la
adopción no es un derecho sino solo una posibilidad
para quienes adoptan. Un matrimonio jamás puede exigir que
se le conceda la adopción de un niño: solo puede solicitarla. En cambio sí que hay que
considerar los derechos del niño adoptado (derecho a la educación, a la
alimentación, a una atención sanitaria adecuada...): no olvidemos que el
desarrollo armónico de un muchacho es responsabilidad de sus padres hasta que
alcanza la mayoría de edad. |
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