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Compendio de Bioética

 

2. UNA RELACIÓN PERSONAL

(La afectividad entre el hombre y la mujer)

Hombre de alma y cuerpo: con pasiones y sentimientos

Cada uno de nosotros, varón o mujer, es un hombre: persona humana. Y esto debe marcar cualquier relación humana que tengamos. A veces hemos puesto más énfasis en el aspecto espiritual del hombre: cuando algunos se han empeñado en considerarlo solo como animal, sujeto de impulsos y pasiones irracionales. Otras hemos recordado que, como dice la canción italiana, no somos ángeles: cuando alguien ha considerado nuestra naturaleza al margen de sus sentimientos y corporalidad. Pero siempre hay que referirse al hombre como unidad de alma y cuerpo para no desvirtuar lo que verdaderamente es.

Tenemos apetitos sensitivos, naturales y buenos, que nos inclinan hacia bienes convenientes. Así resulta natural y buena en sí la inclinación a comer cuando lo necesitamos, a beber o a descansar. También resulta buena la pasión del temor que nos empuja a evitar lo que consideramos un peligro para nosotros. Pero para asegurarnos de que esas pasiones y apetitos naturales no se desordenan, debemos juzgar inteligentemente cada uno de esos movimientos naturales: comer en exceso, dormir en exceso, o quedarse “paralizado” en una situación de riesgo… pueden resultar actitudes perjudiciales para nosotros. La inclinación afectiva por la que un varón y una mujer se sienten atraídos es en sí buena. Pero debe ser “gobernada” inteligentemente para evitar que desemboque en un desorden.

Me apetece, lo deseo…

Por eso no es posible hablar de las pasiones como movimientos sensitivos malos. Tampoco buenos. Son buenos o malos según el uso recto o desviado que les demos. Además, cualquiera descubre en el apetito de comer un remedio para la supervivencia individual, pues fácilmente se nos olvidaría comer si nunca sintiésemos hambre. Lo mismo sucede con el temor, ya que la ausencia de temor en situaciones reales de riesgo nos llevaría a actitudes temerarias o, cuando menos, imprudentes. En cuanto al apetito sexual, no se precisa un conocimiento biológico de nivel universitario para descubrir que su finalidad primera es asegurar la supervivencia de la especie (en el hombre como en cualquier otro animal), favoreciendo la procreación. Pero este apetito tiene como término de referencia a otra persona y por eso debe estar incluido siempre dentro de una relación personal, no de consumo...

Los apetitos sensibles hacia objetos hacen que se establezca entre nosotros y ellos una relación de “egoísmo”. Aunque suene fuerte no se trata de una relación mala: tendría poco sentido relacionarme con un refresco, con un sofá, con un televisor o un coche, por una razón diferente a la búsqueda del beneficio que me proporcionan.

Lo primero: ¡Te quiero!...

En el caso de la atracción entre un hombre y una mujer también se da el “egoísmo”. Si no es el valor predominante o exclusivo la relación será buena. Sería absurdo decir que encontrarse a gusto con quien uno ama es un sentimiento “malo” dentro de una relación “buena” en sí. Pero debemos recordar que la relación entre un varón y una mujer, aunque se sientan atraídos físicamente, nunca debe abandonar el carácter de relación personal.

La relación que yo establezco con un refresco, una comida o un coche, termina en el beneficio que me proporcionan. Podría resumir esa relación con las expresiones: me apeteces, me gustas, te deseo, me vienes bien… En cambio, la relación que se establece entre un hombre y una mujer, aunque se sientan atraídos, solo es una relación personal cuando puede aplicársele esta exclamación: ¡te quiero! Sin embargo, ¡tantas veces queda reducida esa relación a las expresiones anteriores!...

Algo parecido sucede en el amor de amistad entre amigos. Aquí no se da la atracción física, pero sí un afecto que lleva a sentirse a gusto juntos. ¿Por qué, siendo la amistad algo bueno, voy a considerar malo el sentimiento de que me apetezca estar con mis amigos? Sin embargo, si en algún momento busco de forma exclusiva mi beneficio y dejo de lado la consideración del amigo como “otro yo” o, como decía san Agustín, “la mitad de mi alma”, acabaré adulterando esa amistad.

En el afecto entre un varón y una mujer (el eros) siempre hay algo de “egoísmo”, en el sentido de buscar el propio beneficio. Si ese sentimiento o pasión va unido a la entrega, al amor al otro en sí, se establecerá entre ambos una relación verdaderamente personal que contribuirá al perfeccionamiento de ambos. Además, se da la paradoja de que en la medida en que sea mayor la entrega desinteresada también será mayor el beneficio personal de cada uno.

Unidad y estabilidad del amor entre el hombre y la mujer

En esta relación personal, el objeto sobre el cual se establece el vínculo entre el varón y la mujer son sus mismas personas (cuerpo y alma). Hay relaciones entre personas en las que el carácter personal queda reducido a casi nada, como sucede en una relación comercial. Otras relaciones, verdaderamente personales porque se centran en cualidades de la persona y en la persona misma, tampoco implican una entrega personal plena. Así sucede en la amistad, donde el amigo quiere al amigo como a sí mismo, considera el alma del otro como la propia y sus intereses como suyos, y aun estaría dispuesto a entregar la propia vida para obtener la felicidad de aquel..., pero las manifestaciones de afectividad no implican la entrega personal de su cuerpo.

La entrega de la propia persona en el eros (cuerpo y alma, ya que el cuerpo solo haría de esta entrega algo impersonal) hace que este amor sea único. De hecho, si una persona se encuentra unida a otra por este amor y aparece un tercero, surge de forma espontánea el sentimiento de celos. Este amor no puede ser compartido de forma natural, es decir, sin hacer violencia a su naturaleza, mientras vivan las dos personas que se aman. Sin embargo, no sucede así con la amistad, ya que puede darse de forma  íntima e intensa con dos o más personas simultáneamente sin que la amistad con otros haga disminuir la amistad hacia uno ni haga de esta una relación desleal: es así porque en la amistad ─aunque pueda ser más generosa que el eros─ no se entrega la intimidad personal (cuerpo y alma con sus afectos) al amigo.

1) El hecho de que ese amor entre el hombre y la mujer sea único, es decir, que no pueda simultanearse con otros hombres o mujeres sin ser tildado de falso o desleal, nos lleva a la siguiente consecuencia: Esa unidad del eros es también propia del noviazgo, pues solo cuando el noviazgo entre un hombre y una mujer se ha roto, pueden ser dirigidos de forma leal los sentimientos de afecto hacia otra persona de forma leal. Cuando se “cargan las tintas” en el aspecto sentimental (el flechazo) de las relaciones de pareja, las personas cambian de pareja “como quien cambia de traje” y aparecen serias dificultades para orientarse hacia un matrimonio estable en el futuro.

2) La búsqueda de una unión estable, hace conveniente que quienes establecen esa relación afectiva dilaten las manifestaciones corporales de su amor (nos referimos a la sexualidad) hasta que se comprometan de por vida en el matrimonio. Cuando se da la unión corporal (o se abre la intimidad corporal), se manifiesta la pertenencia al otro. Pero en el noviazgo esa pertenencia es todavía solo un proyecto: si se diese, estaríamos ante una manifestación falsa. Además, para fortalecer la exclusividad de ese amor entre un hombre y una mujer, resulta poco conveniente la cercanía de varias personas con las que otra ha abierto su intimidad corporal, ya que pueden avivarse más fácilmente los sentimientos de celos.

La pureza en el noviazgo: prueba de verdadero amor y garantía de futuro

Cuando se trivializan las manifestaciones corporales del afecto entre un hombre y una mujer, cuando se deja que sean los instintos quienes rijan esas relaciones, el eros se pervierte. Puede haber amor entre ambos, pero la unión corporal que se produce antes de que la entrega sea definitiva en el matrimonio hace que esa unión no sea manifestación real de su entrega. Porque aún no es una entrega completa aunque haya sido proyectada como tal. Y se abre el cauce al egoísmo, pues los apetitos acaban rigiendo esa relación. Lo que debería haber sido una auténtica relación personal, al ser adulterada de forma habitual desemboca a menudo en un sentimiento o complejo de ser objeto de deseo por parte del otro (en lugar de objeto ─sujeto─ de amor). Por las características diversas que tiene la afectividad en el varón y en la mujer,  esa sensación de ser utilizado se da primeramente en ella (de forma general), y cuando la mujer huye en busca del verdadero amor, suele ser también más frecuente la reacción violenta (no necesariamente física) por parte del varón: despechado por un sentimiento de celos del que, equivocadamente, no se siente responsable, sino solo víctima.

Otras veces la pareja se propone una relación de noviazgo sin atravesar los límites, es decir, sin manifestaciones propias del amor entre personas casadas. El esfuerzo que les supone controlar sus pasiones y la complicidad (diálogo) para mantenerse así durante el noviazgo, acrecientan el mutuo respeto y el cariño. Además, ese respeto anterior les ayuda a superar después las inevitables dificultades que surgen en la vida matrimonial. Cuando ha habido ese respeto durante el noviazgo, ninguno se ha sentido utilizado por el otro (tampoco de mutuo acuerdo, como a menudo sucede con quienes mantienen relaciones prematrimoniales). Y el diálogo se mantiene fuerte después de casarse, ya que la unión corporal no es lo único de su amor sino uno de los cauces para manifestar el amor.

Conclusión

Carecer de pasiones y no mostrar sentimientos es inhumano. El sentimiento debe impregnar todas nuestras relaciones personales, también las relaciones de enamorados entre un hombre y una mujer. Sin embargo, cuando esos sentimientos llegan a ser lo único o lo absolutamente predominante, la relación afectiva estará abocada al fracaso.

No puedo relacionarme personalmente con alguien a quien solo deseo. Ni siquiera en unos momentos de la relación, aunque haya otros de verdadera entrega: porque entonces habría momentos en los que estaría tratando a esa persona como un objeto de consumo (me apeteceste deseo…).

La entrega verdadera nos lleva a amar con más intensidad y con más sentimiento, sin que este sea nunca lo predominante. Eso nos lleva a sentirnos más a gusto con la persona amada. Cuando el amor establece una relación verdaderamente personal, se da la paradoja de que la entrega desinteresada entre quienes se aman les lleva a obtener más intereses. El amor de entrega, tanto en el eros como en la amistad, aporta más beneficios “egoístas” a quienes lo viven, haciéndoles ─sin embargo─ cada vez más generosos (es decir, menos egoístas).

 

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